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Jules Verne - Los exploradores del siglo XIX

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Jules Verne Los exploradores del siglo XIX
  • Libro:
    Los exploradores del siglo XIX
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1880
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Los exploradores del siglo XIX: resumen, descripción y anotación

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CUARTA PARTE CAPÍTULO PRIMERO La aurora de un siglo de descubrimientos - photo 1

CUARTA PARTE
CAPÍTULO PRIMERO

La aurora de un siglo de descubrimientos. — Lentitud de los descubrimientos durante las luchas de la república del imperio. — Viajes de Seetzen por Siria y por Palestina. — El Huran y el periplo del Mar Muerto. — La Decápolis. — Viaje por Arabia. — Burckhardt en Siria. — Correrías por Nubia en las dos orillas del Nilo. — Peregrinación a la Meca y Medina. — Los ingleses en la India. — Weeb en las fuentes del Ganges. — Relación de un viaje por el Pendyab. — Christie y Pottinger en el Sindia. — Estos mismos exploradores atravesando el Beluchistán hasta Persia. – Elphinstone en el Afganistán. — La Persia según Gardane, Dupré, Morier, McDonald, Kinneir, Price y Ouseley. — Guldenstaedt y Klaproth en el Cáucaso. — Lewis y Clarke en las montañas Roquizas. — Raffles en el Sumatra y en Java.

El fin del siglo XVIII y el principio del XIX, experimentaron una sensible disminución en el curso de los grandes descubrimientos geográficos. Hemos visto que la república francesa organizó la expedición en busca de La Perouse y el importante crucero del capitán Boudin por las costas de la Australia.

Éstos son los únicos testimonios del interés que las pasiones desencadenadas y las luchas fratricidas permitieron dar al gobierno francés en favor de la ciencia geográfica. Posteriormente Napoleón en Egipto, rodeándose de un brillante estado mayor de hombres científicos y de artistas distinguidos, hizo reunir los materiales de la grande y hermosa obra que fue la primera que dio una idea exacta, aunque incompleta, de la antigua civilización de la tierra de los Faraones. Pero cuando al general Bonaparte sucedió el emperador Napoleón, el egoísta soberano, sacrificándolo todo a su detestable pasión de la guerra, no quiso que le volviesen a hablar más de exploraciones, ni de viajes, ni de descubrimientos. Consideraba que esto hubiera sido robarle los hombres y el dinero que necesitaba. El consumo que de ellos hacia era demasiado grande para que no creyera que era desperdiciarlos en cosas fútiles emplearlos en los adelantos de la ciencia, y así se vio que por algunos millones cedió a los Estados Unidos los últimos restos del imperio colonial francés en América, Por fortuna los demás pueblos no estaban oprimidos por aquella mano de hierro; y aunque ocupados en la guerra contra la Francia, encontraron todavía hombres de buena voluntad que extendieron el campo de los conocimientos geográficos, constituyeron la geología sobre bases verdaderamente científicas y procedieron a las primeras investigaciones lingüísticas y etnográficas. El sabio geógrafo Maltebrun en un artículo que publicó en 1817 a la cabeza de los Nuevos Anales de Viajes, marca minuciosamente y con gran precisión el estado de nuestros conocimientos geográficos a principios del siglo XIX y los muchos desiderata de la ciencia. En este artículo enumera los progresos ya hechos por la navegación, la astronomía y la lingüística; y lejos de ocultar los descubrimientos como lo habían hecho por celos la Compañía de la bahía de Hudson y la Compañía de las Indias, funda academias, publica Memorias y estimula los viajes. La guerra misma es utilizada y el ejército francés recoge en Egipto los materiales de una inmensa obra.

Hay, sin embargo, un país que desde el principio del siglo preludia los descubrimientos que sus viajeros debían hacer: este país es la Alemania. Estos primeros exploradores proceden con tanto cuidado y están dotados de una voluntad tan firme y de un instinto tan seguro, que no dejan a sus sucesores sino la tarea de confirmar y completar sus descubrimientos.

El primero en el orden de fechas es Ulrico Jasper Seetzen, que nació en 1767 en la Frisia oriental. Seetzen, después de haber acabado sus estudios en Gotinga, comenzó por publicar algunos ensayos sobre la estadística y sobre las ciencias naturales, hacia las cuales sentía una inclinación especial. Estas publicaciones atrajeron la atención del gobierno, el cual le nombró consejero áulico en la provincia de Téver.

El sueño de Seetzen, como fue después el de Rurckhardt, era un viaje al África central, pero quería prepararse con una exploración de la Palestina y de la Siria, países hacia los cuales la Asociación de Palestina, fundada en Londres en 1805, iba a llamar la atención. Seetzen no esperó esta época, y provisto de muchas recomendaciones, se dirigió en 1802 a Constantinopla. No obstante que se habían sucedido en el viaje a la tierra santa y a la Siria un gran número de peregrinos y de viajeros, todavía no se poseían más que nociones muy vagas sobre estos países. Su geografía física no estaba aún suficientemente establecida; faltaban las observaciones, y ciertas regiones, como el Líbano y el Mar Muerto, no habían sido exploradas nunca. En cuanto a la geografía comparada, no existía verdaderamente todavía.

Fueron necesarios los estudios asiduos de la Asociación inglesa y la ciencia de los viajeros para constituirla.

Seetzen, que había estudiado diversos ramos de la ciencia, estaba admirablemente preparado para explorar aquel país que, aunque tantas veces visitado, era realmente nuevo. Después de haber atravesado toda la Anatolia, llegó a Alepo en el mes de mayo de 1804, y allí residió cerca de un año dedicándose al estudio práctico de la lengua árabe; haciendo extractos de las obras de los historiadores y geógrafos del Orlente; comprobando la posición astronómica de Alepo; haciendo investigaciones de historia natural; reuniendo manuscritos; traduciendo una multitud de esos cantos populares y de esas leyendas que son tan preciosas para el conocimiento íntimo de una nación, de Alepo se dirigió a Damasco en el mes de abril de 1805. Esta primera expedición le condujo al través de los cantones de Hauran y de Yolan situados al Sudeste de aquella ciudad. Hasta entonces ningún viajero había visitado estas dos provincias que desempeñaron durante la dominación romana un papel importante en la historia de los judíos bajo el nombre de Auranitis y Gaulonitis. Seetzen fue el primero que nos dio una idea de su geografía.

El atrevido viajero recorrió después el Líbano y Balbek y llegó hasta el Sur de la Damascena, bajó a la Judea, exploró la parte oriental del Hermon, del Jordán y del Mar Muerto donde vivían los pueblos muy conocidos en la historia judía llamados de los Amonitas, Moabitas, Galaditas, Batáneos, etc. La parte meridional de esta comarca llevaba en tiempo de la conquista romana el nombre de Perea y allí se encontraba la célebre Decápolis, o liga de diez ciudades. Ningún viajero moderno había visitado hasta entonces estas regiones y éste fue para Seetzen motivo para principiar sus investigaciones por ellas. Sus amigos de Damasco trataron de disuadirle de este viaje pintándole las dificultades y los peligros de un camino frecuentado por los beduinos. Pero nada pudo detenerle. Sin embargo, antes de visitar la Decápolis y de averiguar el estado de sus ruinas; recorrió un pequeño país llamado Ladcha, de muy mala fama en Damasco a causa de los beduinos que le ocupaban; pero que pasaba por contener antigüedades muy notables.

Saliendo de Damasco el 12 de diciembre de 1805 con un guiá armenio que le extravió desde el primer día, y provisto de un pasaporte del bajá, se hizo acompañar de pueblo en pueblo por un soldado de caballería armado.

«La parte de Ladcha que he visto, —dice el viajero en su relación, reproducida en los Antiguos Anales de Viajes—, no ofrece, como el Hauran, más que basaltos con frecuencia muy porosos que forman en muchos sitios vastos desiertos de piedra. Las aldeas, en su mayor parte destruidas, están situadas en la vertiente de las rocas; el color negro de los basaltos, las casas, las iglesias y las torres arruinadas, la falta total de árboles y de verdor, dan a este país un aspecto sombrío y melancólico que llena el alma de una especie de terror. Casi todas las aldeas tienen o inscripciones griegas o columnas o algunos otros restos de antigüedad. (He copiado, entre otras, una inscripción del emperador Marco Aurelio). Los quicios de las puertas son aquí, como en el Hauran, de basalto».

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