Jules Verne - El descubrimiento de la Tierra
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- Libro:El descubrimiento de la Tierra
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1878
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El descubrimiento de la Tierra: resumen, descripción y anotación
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Primer viaje: La Gran Canaria. —Gomera. —Variación magnética. — Síntomas de rebelión. — ¡Tierra, tierra! —San Salvador. —Toma de posesión. —Concepción. —Fernandina o Grande Exuma. —Isabela o Isla Larga. —Las Mucaras. —Cuba. —Descripción de la isla. —Archipiélago de Nuestra Señora. —Isla Española o Santo Domingo. —Islote de la Tortuga. —El cacique a bordo de la Santa María. —Encalla la carabela de Colón. —Islote de Monte Cristo. —Regreso. —Tempestad. — Llegada a España. —Homenajes tributados a Cristóbal Colón.
Durante el primer día de su viaje, el almirante, pues con este título le designaban las relaciones, dirigiéndose derechamente hacia el Sur, hizo quince leguas antes de ponerse el sol; virando entonces al Sudeste se dirigió a las Canarias a fin de reparar en ellas la Pinta, cuyo timón se había desmontado, tal vez por mala intención del timonel, a quien asustaba el viaje. Diez días después, Cristóbal Colón se hallaba delante de la Gran Canaria, donde reparaba la avería de la carabela. Diecinueve días después fondeaba delante de la Gomera, cuyos habitantes le confirmaron la existencia de una tierra desconocida al Oeste del archipiélago.
Cristóbal Colón no abandonó esta isla antes del 6 de septiembre. Había tenido noticia de que tres navíos portugueses le esperaban al largo con el objeto de cortarle el camino. No obstante, sin tomar en cuenta esta advertencia, se hizo a la vela, evitó hábilmente el encuentro de sus enemigos, tomó exactamente la dirección del Oeste, perdió por fin, de vista la tierra.
Durante el curso de su viaje, el almirante tuvo cuidado de ocultar a sus compañeros la verdadera distancia del camino recorrido cada día; aminorábala en sus cálculos diarios con el objeto de no alarmar demasiado a sus marineros, dándoles a conocer la distancia efectiva en que se hallaban de tierra europea. Observaba todos los días atentamente las brújulas, y a él es a quien se debe el descubrimiento de la variación magnética, de que se hizo cargo en sus cálculos. Pero sus pilotos se apuraban mucho viendo a sus brújulas «nornorestear», según su expresión.
El 14 de septiembre, los marineros de la Niña apercibieron una golondrina y un rabo de junco. La presencia de estas aves podía indicar la existencia de tierras cercanas, porque ordinariamente no se aventuran a más de veinticinco leguas mar adentro. La temperatura era muy dulce y el tiempo magnífico. Soplaba el viento de Este e impulsaba las carabelas en dirección favorable. Pero precisamente esta persistencia de los vientos del Este asustaba a la mayor parte de los marineros, porque siendo tan propicia para avanzar, debía presentar grandes obstáculos para volver.
El 16 de septiembre encontraron hierbas de fucos todavía verdes mecidas sobre las olas. Pero no aparecía la tierra. Estas hierbas provenían sin duda de rocas submarinas y no de las riberas de un continente. El 17, o sea treinta y cinco días después de haber partido la expedición, se encontraron más hierbas que flotaban, y en una de ellas en cangrejo vivo, lo cual era un síntoma de la proximidad de la costa.
Durante los siguientes días, gran número de pájaros bobos, rabos de juncos y golondrinas, volaron alrededor de las carabelas. Colón se fundaba en la presencia de aquellos pájaros para reanimar a sus compañeros, que comenzaban a asustarse demasiado de no encontrar tierra alguna después de seis semanas de travesía. En cuanto a él, demostraba gran confianza poniendo toda su esperanza en Dios. Así era que dirigía con frecuencia a los suyos palabras enérgicas, y todas las noches les invitaba a cantar el Salve Regina o algún otro himno a la Virgen. A la palabra de este hombre heroico, tan grande, tan seguro de sí mismo, tan superior a todas las debilidades humanas, los mulantes recobraban ánimo y seguían adelante.
Bien se comprenderá que los marineros y oficiales de las carabelas devoraban con la mirada aquel horizonte del Oeste hacia el cual se dirigían. Todos tenían un interés pecuniario en señalar el nuevo continente, porque al primero que lo descubriera había prometido el rey Fernando una suma de diez mil maravedís, que equivalen a cerca de ocho mil francos de nuestra moneda.
Los últimos días del mes de septiembre se señalaron por la presencia de cierto número de petreles, de fragatas, y de rabihorcados, grandes pájaros que van volando comúnmente por parejas, lo cual demostraba que no se habían extraviado. Así era que sostenía Cristóbal Colón, con una inquebrantable convicción, que la tierra no podía encontrarse lejos.
El 1.º de octubre, anunció el Almirante a sus compañeros que habían hecho quinientos ochenta y cuatro leguas al Oeste desde la isla de Hierro. En realidad, la distancia recorrida por las carabelas pasaba de setecientas leguas, y Cristóbal Colón estaba seguro de ello, pero persistía en ocultar la verdad sobre este punto.
El 7 de octubre, hubo gran emoción entre los tripulantes de la flotilla a causa de las descargas de mosquetería que partían de la Niña. Los comandantes, hermanos Pinzón, creían haber visto tierra, pero en breve se supo que se habían engañado. Sin embargo como afirmaban que se habían visto algunos loros volando hacia el Sudoeste, consintió el almirante en torcer un poco el rumbo hacia el Sur. Esta modificación tuvo consecuencias felices para el porvenir, porque si hubiesen continuado hacia el Oeste, las carabelas se hubiesen estrellado contra el gran banco de Bahama.
Sin embargo, la tierra tan ardientemente deseada no aparecía. Todas las tardes, al ponerse el sol en el horizonte, se ocultaba tras una interminable línea de agua. Las tres tripulaciones, víctimas muchas veces de una ilusión óptica, comenzaban a murmurar contra Colón, «contra aquel genovés, aquel extranjero», que les había arrastrado lejos de su patria. Manifestáronse a bordo algunos síntomas de sedición, y el 10 de octubre los marineros declararon que no avanzarían más.
Aquí los historiadores un poco fantásticos, que han contado el viaje de Cristóbal Colón, hablan de escenas graves de que fue teatro su carabela. Según ellos, la vida del ilustre marino estuvo en peligro a bordo de la Santa María; añaden también que, a causa de estas recriminaciones y por una especie de transacción, se dieron tres días de plazo al Almirante, después de los cuales, si no se había descubierto la tierra, viraría la flotilla y tomaría la ruta de regreso. Se puede afirmar que todo esto es fruto de la imaginación de lps novelistas de la época. En las relaciones de Cristóbal Colón no hay nada que confirme aquel hecho. Es, sin embargo, conveniente el darlo a conocer, porque no se debe omitir nada de lo que hace referencia al navegante genovés y porque un poco de leyenda no perjudica la gran figura de Cristóbal Colón.
De cualquier modo que se presente, lo cierto es que no se puede dudar de que se murmuraba a bordo de las carabelas, pero los tripulantes, dominados por las palabras del almirante, y por su enérgica actitud frente a lo desconocido, no se negaban a maniobrar.
El 11 de octubre observó el almirante cerca de su carabela una caña todavía verde que flotaba en una mar bastante agitada. Al mismo tiempo la tripulación de la Pinta izaba a bordo otra caña y una tablilla que parecía haber sido cortada con un instrumento de hierro. La mano del hombre había indudablemente impreso su huella en estos despojos. Casi en el mismo instante la tripulación de la Niña vio una rama de espino en flor, con lo que se regocijaron todos en extremo y alentaron los ánimos, pues no podía dudarse de la proximidad de la costa.
En eso vino la noche, la Pinta, que era la más ligera de la flotilla, iba a la cabeza, y un tal Rodríguez Sánchez, interventor de la expedición, creía haber observado una luz que mudaba de sitio en las sombras del horizonte, cuando el marinero Rodrigo, de
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