Desde la aparición de su primer poemario en 1956, Leonard Cohen se convirtió en uno de los héroes culturales más reverenciados en los círculos literarios de Canadá y Estados Unidos. En los años sesenta, Leonard Cohen cambió la pluma por la guitarra y fue aclamado como «el poeta del rock por excelencia», influyendo en numerosas generaciones de músicos que le han rendido homenaje. Leonard Cohen dejó perpleja a su legión de seguidores cuando se retiró a un monasterio budista durante toda la década de los noventa, para reaparecer en 2008, en una gira triunfal que le llevó a las grandes salas de conciertos de todo el mundo.
UN JUDÍO CON ALMA GITANA
Lazarus Cohen podría haber visto nacer a su bisnieto Leonard si hubiera llegado a vivir noventa años, pero murió en 1914. Fue encomiado por haberse familiarizado tanto con el Talmud —obra que recoge las cuestiones rabínicas sobre las leyes judías— como con la literatura inglesa académica, y, como resultado, por su asombrosa capacidad para yuxtaponer las antiguas tradiciones y la cultura moderna.
Descendiente de una familia hebrea reconocida por sus modos piadosos y erudición, el rabino Lazarus —más conocido como Reb Leizer— era profesor en la escuela judaica de Wolozhin, cerca de Wilkovislak (Lituania). En 1869, movido por su carácter emprendedor, tomó la decisión de reinventarse como hombre de negocios en el Nuevo Mundo —ya lo había intentado unos años antes, sin éxito, en Escocia— y emigró a Canadá. Se estableció en la ciudad rural de Maberly (Ontario) y apenas dos años después, ya pudo llevarse con él a su mujer e hijo. En 1883 se trasladó a Montreal, ciudad a la que había enviado a su hijo Lyon a cursar estudios religiosos bajo la tutela de la primera comunidad judaica de Canadá, arraigada desde hacía más de un siglo.
Tras realizar diversos oficios, de tendero a maderero, Lazarus desarrolló sus cualidades comerciales, fundó una compañía carbonera —L. Cohen & Son— y en 1895 ya era presidente de la fundición W. R. Cuthbert & Company. Poco después, formó la primera empresa de dragados de Canadá y firmó un contrato con el gobierno del país mediante el cual se le autorizaba a trabajar en todos los afluentes del río San Lorenzo entre el lago Ontario y Quebec.
Su talante religioso también había hecho que se implicara en la comunidad judía de Montreal: en 1893 visitó Palestina como representante de un grupo de futuros colonos —estableció así el primer contacto directo de los judíos canadienses con su tierra prometida—, fue presidente del Comité de Colonización Judía del Instituto del Barón de Hirsch —que había organizado el asentamiento de inmigrantes judíos al oeste de Canadá—, y de la sinagoga Shaar Hashomayim de Montreal. Su hermano menor, Hirsch Cohen, dotado de similar energía y carácter, se convirtió en el sumo rabino de Canadá y se hizo célebre por su voz poderosa y resonante —se dice que Leonard podría haber heredado su timbre—. Fue autor de un renombrado libro sobre la ética en el mundo de los negocios, Put My Money In My Purse (Pon el dinero en mi cartera).
Lazarus Cohen se estableció en Westmount, el barrio aristocrático del oeste de Montreal, situado sobre una colina desde donde se domina toda la ciudad —las mansiones de Westmount acogían a la mayor parte de la comunidad anglófona, que dirigía el comercio y las finanzas del país—, una decisión que apartó a los Cohen del enclave donde se concentraba la mayor parte de la población judía, el barrio de The Main, al este del bulevar St. Lawrence. Durante la primera década del siglo XX , la comunidad judía de Montreal se quintuplicó, pasando de quince mil a setenta y cinco mil habitantes, y su asentamiento significaría una división geográfica conciliatoria entre la población anglófona-protestante y la comunidad francófona-católica, afincada esta también al este del bulevar St. Lawrence, junto a los pequeños barrios de inmigrantes italianos y griegos, donde se concentraban las dos terceras partes de la población de Montreal. Las elegantes casas de piedra tallada de Westmount parecían evocar indiscretamente aquellas de Mayfair y Belgravia, ya que incorporaban elementos renacentistas, barrocos y Tudor, como queriendo perpetuar un pasado que ocurrió en otro lugar.
«Montreal era una ciudad muy religiosa, una ciudad de corrientes, de lealtades, como una ciudad medieval donde la gente piensa en términos de su raza, su cultura y su lengua... Su sensibilidad era distinta a la de la mayoría de las ciudades. Había un pacto entre tres pueblos: una comunidad de habla francesa, resentida por sus limitaciones, otra de habla inglesa, que controlaba las finanzas y el comercio, y la judía, replegada en sí misma. Lo curioso de Montreal es que todos se sentían una minoría: los franceses porque eran minoría en Canadá, los ingleses porque lo eran en Quebec, y los judíos porque lo son en todas partes.»
En 1886 Lazarus vio a su hijo Lyon estrenar una obra de teatro de la que era autor, productor y actor principal: Esther. El éxito fue tan clamoroso que el presidente de la Asociación Anglojudía Canadiense contrató al joven, que solo tenía dieciséis años, como secretario personal.
Cinco años después, Lyon se casó con Rachel Friedman. Tuvieron cuatro hijos: Nathaniel (nacido en 1887, futuro padre de Leonard), Horace, Lawrence y Sylvia. Heredero del entusiasmo de su padre, Lyon se volcó plenamente en el desarrollo de la vida de la comunidad hebrea de Montreal. Fundó el primer periódico judío de Canadá, The Jewish Times, que más tarde sería absorbido por el Canadian Jewish Chronicle, y fue elegido presidente de la Shaar Hashomayim, la mayor y más prominente congregación religiosa de Canadá. Una de sus mayores responsabilidades en la sinagoga consistía en asegurarse de que el cantor que dirigía las voces de la congregación fuera apto para tan excelsa tarea. No soportaba a quienes la realizaban por exhibicionismo, actitud que consideraba totalmente irreligiosa. Su lema era «Debes ser capaz de cantar, ¡pero no te atrevas a hacerlo!». algo que quizá hizo mella en su nieto, Leonard.
Dotado de gran atractivo personal, elegancia y serenidad, Lyon era un aristócrata pragmático que creía firmemente en la necesidad del conocimiento de la historia judía para autoafirmar su identidad. Consideraba esenciales la Torá —ley mosaica que designa la revelación y enseñanza divinas al pueblo de Israel— y los mandamientos o