Apúntate a la revolución dietética del doctor Cohen y disfruta de tu cuerpo. La revolución en el arte del adelgazamiento ya está aquí, y además está marcando tendencia. Tú puedes adelgazar es un recetario útil e inteligente para cualquier persona con sobrepeso. Si estás harto de pasarte horas en la cocina y en la farmacia, ésta es tu oportunidad para mejorar tu régimen y reducir los efectos secundarios de llevar una dieta desordenada. Porque tanto las historias personales como las razones de querer estar delgado son siempre singulares, el doctor Jean-Michel Cohen propone dietas a medida, simples, inteligentes y a veces sorprendentes, para que cada uno encuentre en sí mismo la solución que le permita adelgazar sin sentirse frustrado. Tú puedes adelgazar te enseña algo más que la elaboración de platos sencillos, baratos, equilibrados y sabrosos que puedes preparar con la ayuda de tu instinto, te indica lo que te conviene y lo que no con las recomendaciones básicas del doctor Cohen.
Título original: Savoir maigrir
©2005, Jean-Michel Cohen
Traductor: Surama Salazar, 2012
Editor digital: Dermus (r1.0)
ePub base r1.0
AGRADECIMIENTOS
A Marian Apfelbaum, el mejor de nuestro gremio, cuya formación tuve el privilegio de recibir.
A Odile y Jean-Pierre Fourcade, porque me hacen apreciar la felicidad y el mérito que procura el trabajo bien hecho.
¡Al doctor Pierrick Hordé, por su cordial apoyo!
A Maureen Bion-Paul, Thierry Billard, Simone Bairamian y Guillaume Robert, por su ayuda, su trabajo y… su cariño.
A Sophie Drouault y a todos mis amigos periodistas, por su confianza y sus consejos.
A mi amigo Olivier, con quien comparto mis alegrías y mis dudas mientras sudamos en el gimnasio.
PREFACIO
En marzo de 2002, mientras el mundillo de la nutrición funcionaba sin problemas, los laboratorios farmacéuticos persistían en vender polvos milagrosos, los programas de televenta proponían sin reparos cinturones ineficaces y aseguraban que acabarían con los michelines de quienes desayunan mirando la televisión a las nueve de la mañana, y mientras los médicos se destripaban para saber quién había dado con el mejor método para hacer perder peso a quienes iban a recuperarlo seis meses más tarde, escribí el libro He decidido adelgazar, que nadie esperaba.
Para mí, dicha publicación era una necesidad. En efecto, me sentía profundamente irritado por la mentalidad que animaba el mundo del adelgazamiento, que se adaptaba al reino de la mentira generalizada y se negaba a reaccionar frente a las numerosas ideas falsas que nacían por doquier. Irritado, asimismo, al constatar que quienes probablemente saben tanto como yo sobre este tema abandonaban, en cierto modo, a las víctimas del sobrepeso en manos de tantos «proxenetas» sin escrúpulos. Mi enfado dio en el clavo y causó sensación, ya que el libro recibió una buena acogida por parte del público.
Pero ¿a qué debía aquel éxito?
Al triunfo del sentido común y de la razón, esas virtudes que la gente percibe y cuyo retorno se esperaba desde hacía tiempo. De alguna manera, al poner el grito en el cielo, hice una revelación. Me convertí en la persona que enseñaba a los demás las «reglas básicas» de saber adelgazar. No crean, sin embargo, que contaba con un método particular o que únicamente el boca a boca había bastado para dar a conocer este libro. No, de hecho, había dado en el blanco. Y había dejado huella, ya que personas «de a pie», víctimas de múltiples fraudes relacionados con el sobrepeso, aparecieron en televisión para contar sus respectivos calvarios y cómo yo había logrado ayudarles.
Algo que también gustó fue que no me molestaba en ser diplomático y no me andaba con rodeos frente a los actores de ese mundillo. Prefería decir la verdad, porque la sinceridad es la mejor receta para que los demás te comprendan y para comprenderse uno mismo.
De manera que durante unos meses viví en una especie de nube, la del reconocimiento y el éxito, que abandonaba para volver a mi casa, recuperarme y volver a tomar contacto con la realidad gracias a Myriam, mi esposa. Fue por ella y por los numerosos pacientes que acudían a mi consulta por lo que no dejé que me embriagara la espiral mediática ni permití que mis adversarios me amordazaran: mi «cruzada» era justa y debía continuarla. Es decir: repetir constantemente mi mensaje, negarme a practicar la palabrería que tanto gusta a los cortesanos y a los comerciantes de la industria agroalimentaria, que intentan utilizar tus palabras o tu nombre.
Más tarde, a finales de 2002, Mac Lesggy, el productor de «E = M6», un programa de reconocida seriedad, me pidió que reflexionara sobre un informativo dedicado a las dietas. Consciente de que la televisión es un ejercicio difícil, puesto que es necesario transmitir mediante unas cuantas frases simples y claras un mensaje fundamentalmente pedagógico, pero al mismo tiempo impregnado de certeza y verdad, decidí aceptar. Llevados por el éxito de He decidido adelgazar, empezamos a pensar y llegamos a la conclusión de que podríamos confrontar varias técnicas de adelgazamiento «que estaban de moda» para ver cuál de ellas salía ganando y de ese modo lograr suscitar en el público la reflexión y el sentido común.
Debo decir que el rodaje fue bastante divertido. Sobre todo porque el candidato que me habían reservado, un cocinero agradable e inteligente, estaba realmente motivado por su adelgazamiento y además contaba con un nivel de comprensión culinaria muy útil. No ignoraba que la televisión necesitaba cierto sensacionalismo, pero yo quería actuar de manera instructiva y a la vez lúdica. Sin embargo, pasó lo que tenía que pasar: aunque el programa era de carácter pedagógico, se fue transformando poco a poco en una especie de competición entre los diferentes métodos presentados y lo que realmente interesaba al público era saber qué candidato perdería más kilos. En resumidas cuentas: estábamos a caballo entre la telerrealidad y la teleutilidad. No obstante, nosotros nos limitábamos a reflejar las vivencias de quienes quieren empezar un régimen y se preguntan «cuántos kilos podré perder y en cuánto tiempo».
Las diferentes técnicas filmadas reflejaban perfectamente los distintos métodos de adelgazamiento que se practican hoy en día. Había un régimen a base de proteínas puras que se suponía debía cortar el apetito y permitir que la gente adelgazara aplicando la regla del «¡como cuanto quiero!», otro a base de sobres de proteínas que, aunque era muy antiguo, habían vuelto a poner de moda sus fabricantes y con el que se obtienen unos resultados sorprendentes durante los primeros quince días, pero que conlleva un considerable nivel de cansancio y una desocialización total, y un régimen de condicionamiento psicológico practicado por un psiquiatra especializado en los trastornos del comportamiento alimentario, seguido por una mujer bastante divertida y simpática. Sin olvidar las técnicas complementarias y de apoyo, como la mesoterapia y la acupuntura, que por sí solas no son clave para el adelgazamiento, ya que en la mayoría de casos sólo acompañan la dieta y además precisan muchas sesiones.
Evidentemente, ocurrió lo que tenía que ocurrir: el candidato a mi cargo adelgazó más rápido que el resto de participantes, y además la sonrisa y la jovialidad no lo abandonaron a lo largo de las semanas. Cuando empezó a hacer deporte, entró en el must del adelgazamiento, es decir: se había fijado un verdadero proyecto de vida, con un régimen reeducador que le resultaba agradable seguir, acompañado de un ejercicio físico que lo fortalecía y esculpía su silueta. Una trayectoria global impecable, mientras que, para los otros participantes, la experiencia resultaba más complicada.