Martín de Riquer - Aproximación al Quijote
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- Libro:Aproximación al Quijote
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- Editor:ePubLibre
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- Año:1970
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Aproximación al Quijote: resumen, descripción y anotación
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Una aproximación a la obra cumbre de la literatura española, para la que se parte de multitud de puntos distintos, «de tal modo que esta obra, dentro de su pequeño tamaño, contiene una verdadera enciclopedia del Quijote, dirigida a un público amplio, a todos aquellos que quieren saber, saber más, pero que son ajenos a la especialización, a la profesión literaria» (Del prólogo de Dámaso Alonso)
Martín de Riquer
Prólogo de Dámaso Alonso
ePub r1.1
Titivillus 18.03.18
Martín de Riquer, 1970
Según la edición de la colección Biblioteca Básica Salvat de libros RTV, n.º 49, 1970.
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
Un año antes de publicarse la segunda parte del Quijote escrita por Miguel de Cervantes apareció un libro con pie de imprenta de Felipe Roberto, de Tarragona, 1614, con el siguiente título: Segundo Tomo del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, que contiene su tercera salida y es la quinta parte de sus aventuras, compuesto por el Licenciado Alonso Fernández de Avellaneda, natural de la villa de Tordesillas (téngase en cuenta que se dice que es la «quinta parte» de las aventuras de don Quijote porque Cervantes había dividido el primer tomo en cuatro partes).
En este segundo tomo se narran nuevas aventuras de don Quijote y Sancho a partir del momento en que llegan a su aldea (aquí identificada con Argamasilla) unos caballeros granadinos que se encaminan a Zaragoza para participar en unas justas. Uno de ellos, don Álvaro Tarfe, se aloja en casa de don Quijote y ambos departen amistosamente hasta que aquel descubre la locura de este, que el día siguiente decide volver a emprender la vida caballeresca y asistir a las justas zaragozanas. Don Quijote sale con Sancho Panza y adopta el nombre de El Caballero Desamorado, ya que ha renunciado al amor de Dulcinea. En Zaragoza, después de haber sido encarcelado, don Quijote toma parte en las justas y gana el premio. Camino de Alcalá se incorpora a la pareja una desagradable mujer, Bárbara, a quien don Quijote llama la reina de Cenobia. El hidalgo tiene grotescas aventuras en Alcalá y en Madrid, donde Sancho se queda sirviendo a un marqués. Don Álvaro Tarfe recluye finalmente a don Quijote en la casa de locos de Toledo.
El autor de esta continuación ha llevado a don Quijote a las justas de Zaragoza porque ello lo anuncia Cervantes en la primera parte de la novela, y ha hecho del protagonista caballero desamorado porque evidentemente no ha comprendido el personaje de Dulcinea o no se ha visto capaz de mantener tan sutil invención. Como en la primera salida del don Quijote auténtico, el creado por Avellaneda sufrirá constantes desdoblamientos de la personalidad, y se creerá ser Bernardo del Carpio, el Cid, Fernán González, Aquiles, Fernando el Católico, etc.
La obra está escrita con indudable gracia y encierra méritos no despreciables, tiene episodios acertados e incluso algunos graciosos, pero como sea que el lector no puede evitar la constante comparación con el Quijote de Cervantes, forzosamente se siente defraudado a cada paso y advierte la gran distancia que media entre la obra auténtica y la apócrifa. La figura de Sancho Panza, sobre todo, es en Avellaneda un remedo exagerado del tipo cervantino.
El hecho de que un escritor continúe una obra empezada por otro no es un fenómeno raro en la literatura española, donde hallamos la Diana de Jorge de Montemayor continuada desacertadamente por Alonso Pérez y con gran acierto por Gil Polo, donde la Celestina es objeto de una segunda y una tercera parte y el Lazarillo de Tormes de dos continuaciones, una anónima y otra de Juan de Luna. En la literatura caballeresca el fenómeno era muy corriente, y el mismo Montalvo, con Las sergas de Esplandián, no hacía más que continuar el Amadís de Gaula, que él mismo había refundido. No obstante, en el caso de Avellaneda la continuación encierra cierto fraude, ya que evidentemente el continuador se esconde bajo seudónimo (como hizo el valenciano Juan Martí cuando, con el seudónimo de Mateo Luján de Sayavedra, publicó una segunda parte apócrifa del Guzmán de Alfarache) y hace preceder su obra de un prólogo lleno de insultos a Cervantes. Este le responde en la dedicatoria al conde de Lemos y en el prólogo y capítulos 59, 62, 70, 72 y 74 de su segunda parte.
Avellaneda empieza diciendo que su prólogo será «menos cacareado y agresor de sus lectores que el que a su primera parte puso Miguel de Cervantes Saavedra»; que uno de los medios que tomó este para atacar los libros de caballerías fue «el ofender a mí, y particularmente a quien tan justamente celebran las naciones más extranjeras y la nuestra debe tanto, por haber entretenido honestísima y fecundamente tantos años los teatros de España con estupendas e innumerables comedias, con el rigor del arte que pide el mundo, y con la seguridad y limpieza que de un ministro del Santo Oficio se debe esperar», diáfana alusión a Lope de Vega. Añade Avellaneda que su segunda parte está amenizada «con las simplicidades de Sancho Panza, huyendo de ofender a nadie ni de hacer ostentación de sinónimos voluntarios», lo que significa que se ha encontrado aludido en el Quijote de Cervantes. Trata a este de viejo mal contentadizo y murmurador y hace juegos de palabras sobre la mano herida o anquilosada del escritor.
Cervantes, en el prólogo de su segunda parte, contesta a los insultos y reticencias de Avellaneda: «Lo que no he podido dejar de sentir es que me note de viejo y de manco, como si hubiera sido en mi mano haber detenido el tiempo, que no pasase por mí, o si mi manquedad hubiera nacido en alguna taberna, sino en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros». Protesta de que lo llame envidioso, y refiriéndose a Lope de Vega, escribe: «No tengo yo de perseguir a ningún sacerdote, y más si tiene por añadidura ser familiar del Santo Oficio; y si él lo dijo por quien parece que lo dijo, engañose de todo en todo; que del tal adoro el ingenio, admiro las obras, y la ocupación continua y virtuosa». Hay en estas seis últimas palabras una reticencia llena de mala intención, ya que era pública y notoria la vida desordenada que, a pesar de los hábitos, llevaba Lope.
Cervantes afirma que el autor del Quijote apócrifo encubrió su nombre y fingió su patria, con lo que nos revela que ni se llamaba Alonso Fernández de Avellaneda ni era natural de Tordesillas. Más adelante dice que «el lenguaje es aragonés, porque tal vez [o sea: “algunas veces”] escribe sin artículos» (II, 59), afirmación cuyo alcance es difícil de medir, ya que suprimir los artículos no es característica dialectal aragonesa. Realmente, en el Quijote de Avellaneda se notan a faltar, algunas veces, los artículos determinados e indeterminados, y con más frecuencia la preposición «de», que algunos gramáticos denominaban artículo. En su texto abundan las voces y expresiones aragonesas, y aunque alguna vez se hallan palabras en forma catalana, ello es achacable al impresor de Tarragona. El ambiente aragonés, además, está reproducido con acierto. Cervantes supo indudablemente quién se escondía bajo el seudónimo de Avellaneda, entre otras razones porque se había burlado de él en la primera parte del
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