• Quejarse

Masha Gessen - El hombre sin rostro

Aquí puedes leer online Masha Gessen - El hombre sin rostro texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2012, Editor: ePubLibre, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

Novela romántica Ciencia ficción Aventura Detective Ciencia Historia Hogar y familia Prosa Arte Política Ordenador No ficción Religión Negocios Niños

Elija una categoría favorita y encuentre realmente lee libros que valgan la pena. Disfrute de la inmersión en el mundo de la imaginación, sienta las emociones de los personajes o aprenda algo nuevo para usted, haga un descubrimiento fascinante.

Masha Gessen El hombre sin rostro
  • Libro:
    El hombre sin rostro
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2012
  • Índice:
    5 / 5
  • Favoritos:
    Añadir a favoritos
  • Tu marca:
    • 100
    • 1
    • 2
    • 3
    • 4
    • 5

El hombre sin rostro: resumen, descripción y anotación

Ofrecemos leer una anotación, descripción, resumen o prefacio (depende de lo que el autor del libro "El hombre sin rostro" escribió él mismo). Si no ha encontrado la información necesaria sobre el libro — escribe en los comentarios, intentaremos encontrarlo.

Masha Gessen: otros libros del autor


¿Quién escribió El hombre sin rostro? Averigüe el apellido, el nombre del autor del libro y una lista de todas las obras del autor por series.

El hombre sin rostro — leer online gratis el libro completo

A continuación se muestra el texto del libro, dividido por páginas. Sistema guardar el lugar de la última página leída, le permite leer cómodamente el libro" El hombre sin rostro " online de forma gratuita, sin tener que buscar de nuevo cada vez donde lo dejaste. Poner un marcador, y puede ir a la página donde terminó de leer en cualquier momento.

Luz

Tamaño de fuente:

Restablecer

Intervalo:

Marcador:

Hacer
Agradecimientos

Quiero dar las gracias a Cullen Murphy, que fue quien me sugirió que escribiese un artículo sobre Vladímir Putin para Vanity Fair, y a mi agente, Elyse Cheney, que se dio cuenta de que lo que acabé escribiendo podía convertirse en un libro. Mi editora, Rebecca Saletan, ha hecho que la obra sea inconmensurablemente mejor de lo que lo habría sido sin ella. Muchas otras personas me ayudaron en el camino, y espero poder agradecérselo pronto por escrito sin que ese reconocimiento sea susceptible de suponerles ningún perjuicio. Sabéis quiénes sois y espero que sepáis cuán agradecida me siento. No obstante, hay dos personas a quienes no puedo dejar de mencionar: mi amiga y colega Ilia Kolmanovski, cuyas investigaciones e ideas resultaron cruciales en las primeras etapas de este proyecto, y mi compañera, Daria Oréshkina, que me ha hecho más feliz y productiva de lo que nunca lo había sido.

Epílogo
Una semana de diciembre

Sábado, 3 de diciembre de 2011

Llevo a mi familia a ver una insípida comedia estadounidense a un caro centro comercial en pleno Moscú. La nieve ha tardado en llegar este año, y parece que la ciudad ha caído en una oscuridad húmeda y permanente. La excesiva iluminación del Anillo de los Jardines, la carretera de circunvalación de ocho carriles que rodea el centro de la ciudad, no consigue alterar esa sensación. Pero me sorprende una enorme estructura iluminada. Podría llamarlo «cartel» o «valla publicitaria», pero ninguna de las dos descripciones haría justicia a la escala del objeto. Se alza sobre un edificio de dos plantas del siglo XVIII y parece más alta que él. Está iluminada desde detrás y también con intensidad por los bordes, como un marco digital de fotos de tamaño King Kong. Dentro del marco, Putin y Medvédev, uno con corbata roja y el otro con corbata azul, miran con decisión cada uno por encima del otro, sobre un pie de foto gigante: RUSIA UNIDA. JUNTOS VENCEREMOS.

Mañana se celebran las elecciones legislativas. Eso hace que hoy sea, legalmente, una «jornada de reflexión», lo que significa que están prohibidas todas las formas de campaña, incluidos los anuncios en el exterior. Me paré en un cruce para tomar una fotografía de la monstruosidad con mi teléfono móvil y subirla a Facebook. En una hora, la imagen acumula diecisiete comentarios; nada parecido a un récord mundial, pero sí una reacción mayor que la que esperaba para un sábado por la noche. Todavía más sorprendente es que quienes comentan no pertenecen a mi grupo de amigos politizados habituales. «¡Cerdos!», escribe un director de marketing. «Pensé que lo habíamos visto todo, pero esto da ganas de vomitar, ¿no?», comenta un antiguo reportero político que dejó el periodismo hace catorce años.

Hace más de doce años que no voto en unas elecciones legislativas, porque las leyes de Putin han hecho que pierdan todo su sentido: los partidos políticos ya no pueden presentarse sin la aprobación del Kremlin, los parlamentarios ya no son elegidos directamente y, además, los funcionarios que las supervisan amañan los resultados.

Pero hace un par de meses, cuando un grupo de conocidos escritores, artistas y activistas políticos liberales animaron a la gente a acudir a las urnas y escribir obscenidades en las papeletas, critiqué la idea en internet porque me parecía una táctica abocada al fracaso. El gobierno había convertido las elecciones en una farsa, pero uno no puede burlarse de un cínico, afirmé. Lo que necesitábamos de verdad era una alternativa a la burla que tuviese sentido, como, quizá, una razón para votar. En el tira y afloja posterior en diversas publicaciones, varias personas aportaron razones reales para acudir a las urnas: primero, para asegurarse de que el Partido de los Maleantes y los Ladrones no votaba en tu lugar; segundo, para votar por alguno de los partidos de casi oposición que figuraban en las papeletas, para que la Rusia Unida de Putin no obtuviese una mayoría constituyente en el Parlamento. Sorprendentemente, estas exhortaciones tan cargadas de tecnicismos circularon como la pólvora en internet.

Mi novia, que había escrito su tesis doctoral sobre las elecciones, tenía por principio votar en todas ellas. Se levantó el otro día y me preguntó:

—¿Lo he soñado, o me dijiste que ibas a votar?

—Sí, voy a votar.

—¿Por qué? —preguntó.

—Me cuesta explicarlo —dije—, pero creo que algo se está moviendo.

Dije esto porque durante los últimos días había mantenido varias conversaciones con amigos que también iban a votar: habíamos estado intentando decidir qué partido elegir. Y miles de personas, incluidos varios de mis amigos, se habían inscrito como voluntarios y habían recibido formación para ejercer de observadores electorales por cuenta propia o como parte de un proyecto llamado Observador Ciudadano, organizado por un prominente politólogo, Dimitri Oreshkin (que resulta ser también el padre de mi novia). Mañana estarán en los colegios electorales tratando de evitar los intentos de pucherazo. Y la gente habla sobre la fotografía de Putin y Medvédev en mi página en Facebook como si de pronto les interesase a todos.

Domingo, 4 de diciembre

Voy al colegio electoral media hora antes de que cierre, como los expertos me recomendaron, para poder pillar a los tramposos con las manos en la masa si ya han utilizado mi nombre para votar. Pero no, ni yo ni mi abuela, de noventa y un años e inscrita en mi misma dirección, hemos votado. Tampoco detecto ninguna otra violación. Voto sin problemas, tomo una foto, la subo a Facebook por si puede servir para poner de manifiesto incidencias en el recuento de los votos (otra idea de los expertos), y me voy a celebrar el cuadragésimo cumpleaños de un antiguo colega.

Es un grupo variopinto: gente del mundo editorial, periodistas, diseñadores y al menos un acaudalado industrial (mi amigo es de esas personas que parece que conoce a todo el mundo). Y todo el mundo está hablando de las elecciones. Varios treintañeros entran diciendo: «¡He votado por primera vez en mi vida!». Después de un rato, empieza a ser previsible que cualquiera que alcanzase la mayoría de edad después de que Putin llegase al poder pronunciará esa frase a los pocos minutos de entrar por la puerta. Un par de invitados que han actuado como observadores electorales voluntarios nos entretienen con historias de infracciones: jóvenes a los que les pagaban para ocultar bajo su ropa papeletas ya preparadas e introducirlas en la urna junto con las suyas; funcionarios electorales que expulsaban a los observadores cuando empezaba el recuento. (Mañana sabremos que muchos de estos funcionarios sencillamente falseaban los recuentos finales, despreciando por completo las papeletas reales).

Nada de esto nos sorprende ni a Daria ni a mí.

Lo que sí es nuevo es que estamos hablando de ello en una fiesta, a altas horas de la noche. Y que todos hemos votado. Y también algo más: los observadores electorales nos dicen que entre sus compañeros había una profesora, la mujer de un empresario que llegó en un Range Rover y otras personas que… no son como nosotros. Algo ha cambiado, y no solo para quienes estamos enganchados a las noticias y no nos despegamos de nuestras páginas en Facebook.

—¿Qué creéis que hace falta para que la gente vuelva a salir a las calles? —nos pregunta a quienes estamos en la cocina Vladímir, un joven e inteligente reportero que había seguido la caravana presidencial para el principal diario económico.

—No estoy segura —digo—, pero creo que hay algo en el ambiente.

Lunes, 5 de diciembre

Mientras llevo a los niños al colegio, escucho informaciones sobre recuentos parciales en la radio. Rusia Unida supuestamente ha obtenido casi el 50 por ciento de los votos. Sé que no es una cifra precisa, pero es considerablemente más baja que los resultados igualmente falsificados de las elecciones legislativas anteriores, cuando se supone que obtuvo el 66 por ciento de los votos. Quizá esta vez las cifras reales son tan bajas que incluso los propios funcionarios electorales locales sintieron que no podían estirar tanto la mentira. A lo largo del día también me enteraré de que algunos distritos se habían resistido a los intentos de manipular las cifras. Los quinientos voluntarios de Observador Ciudadano, distribuidos en 170 distritos de Moscú, no habían detectado violaciones importantes de los procedimientos de voto en treinta y seis de ellos. En estos distritos, Rusia Unida terminó segunda, con apenas el 23 por ciento de los votos, por detrás del Partido Comunista. Suponiendo que esta muestra fuese representativa, se podría concluir que el recuento oficial era más del doble que el real. Observador Ciudadano también informa de que el 49 por ciento de los posibles votantes acudió a las urnas, mucho más que en cualesquiera otras elecciones rusas recientes.

Página siguiente
Luz

Tamaño de fuente:

Restablecer

Intervalo:

Marcador:

Hacer

Libros similares «El hombre sin rostro»

Mira libros similares a El hombre sin rostro. Hemos seleccionado literatura similar en nombre y significado con la esperanza de proporcionar lectores con más opciones para encontrar obras nuevas, interesantes y aún no leídas.


Reseñas sobre «El hombre sin rostro»

Discusión, reseñas del libro El hombre sin rostro y solo las opiniones de los lectores. Deja tus comentarios, escribe lo que piensas sobre la obra, su significado o los personajes principales. Especifica exactamente lo que te gustó y lo que no te gustó, y por qué crees que sí.