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Matthieu Ricard - En Defensa de la Felicidad

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Matthieu Ricard En Defensa de la Felicidad

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Tras el éxito de El monje y el filósofo un auténtico tratado de la felicidad - photo 1

Tras el éxito de El monje y el filósofo, un auténtico tratado de la felicidad, a la vez que una valiosa y convincente guía para nuestros individualismos carentes de puntos de referencia. Todos aspiramos a la felicidad, pero ¿cómo encontrarla, conservarla e incluso definirla? A esta cuestión filosófica por excelencia, tratada por el pensamiento occidental con una mezcla de pesimismo y burla.

Matthieu Ricard aporta la respuesta del budismo, una respuesta exigente pero tranquilizadora, optimista y accesible a todos. Dejar de buscar a toda costa la felicidad fuera de nosotros, aprender a mirar en nuestro interior pero a mirarnos un poco menos a nosotros mismos, familiarizarnos con una visión a la vez más meditativa y más altruista del mundo… Con el bagaje de su doble cultura, de su experiencia como monje, de su relación con los más grandes sabios, de su conocimiento de los textos sagrados así como del sufrimiento de los hombres, el embajador más popular y reconocido del budismo en Francia nos propone una reflexión apasionante sobre el camino de la auténtica felicidad y los medios para alcanzarla.

Matthieu Ricard En Defensa de la Felicidad Un auténtico tratado de la - photo 2

Matthieu Ricard

En Defensa de la Felicidad

Un auténtico tratado de la felicidad, a la vez que una convincente guía para nuestros individualismos carentes de puntos de referencia

ePub r1.0

ramsan 25.09.18

Título original: Plaidoyer pour le bonheur

Matthieu Ricard, 2003

Traducción: Teresa Clavel

Editor digital: ramsan

ePub base r1.2

Dedicado a Jigmé Khyentsé Rimpoché a mi hermana Éve que ha sabido extraer - photo 3

Dedicado a Jigmé Khyentsé Rimpoché, a mi hermana Éve, que ha sabido extraer felicidad de la adversidad,

y a todos aquellos y aquellas que han inspirado las ideas de este libro.

La felicidad no llega de forma automática, no es una gracia que un destino venturoso puede concedemos y un revés arrebatarnos; depende exclusivamente de nosotros. No se consigue ser feliz de la noche a la mañana, sino a costa de un trabajo paciente, realizado día tras día. La felicidad se construye, lo que exige esfuerzo y tiempo. Para ser feliz hay que saber cambiarse a uno mismo.

Luca y Francesco Cavalli-Sforza.

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¿Es la felicidad el objetivo de la existencia?

Debemos meditar sobre lo que proporciona la felicidad,

pues, estando ella presente, lo tenemos todo, y,

estando ausente, lo hacemos todo para alcanzarla.

Epicuro

¿Quién desea sufrir? ¿Quién se levanta por la mañana pensando: «¡Ojalá me sienta mal conmigo mismo todo el dia!»? Consciente o inconscientemente, con acierto o sin él, todos aspiramos a «estar mejor», ya sea mediante el trabajo o el ocio, mediante las pasiones o la tranquilidad, mediante la aventura o la rutina diaria.

Todos los días de nuestra vida emprendemos innumerables actividades para vivir intensamente, tejer lazos de amistad y de amor, explotar, descubrir, crear, construir, enriquecemos, proteger a nuestros seres queridos y preservamos de los que nos perjudican. Consagramos nuestro tiempo y nuestra energía a esas tareas con la idea de obtener de ellas una satisfacción, un «mejor estar» para nosotros o para otras personas. Querer lo contrario sería absurdo.

Sea cual sea la manera de buscarla, y se llame alegría de vivir o deber, pasión o satisfacción, ¿no es la felicidad el fin de todos los fines? Tal era el parecer de Aristóteles, según el cual «es el único objetivo que siempre escogemos por sí mismo y nunca para conseguir otro fin». La persona que declara desear otra cosa no sabe realmente lo que quiere: persigue la felicidad con otro nombre.

A los que le preguntan si es feliz, Xavier Emmanuelli, fundador de la ONG Samu Social, responde: «No está en el programa. Para mí, lo que está en el programa es la acción. Tengo proyectos que sacar adelante. Lo que cuenta es lo que tiene algún sentido […]. La felicidad es el sentido y es el Amor». La felicidad no figura en el programa, pero de todos modos vamos a parar a ella.

En el mismo orden de ideas, Steven Kosslyn, un amigo que se dedica a la investigación de imágenes mentales en la Universidad de Harvard, me decía que lo que le venía a la mente al empezar el día no era el deseo de ser feliz, sino el sentimiento del deber, el sentido de responsabilidad para con su familia, con el equipo que dirige y con su trabajo. La felicidad, insistía, no formaba parte de sus preocupaciones. Sin embargo, sí se piensa en ello, en la satisfacción de hacer lo que parece digno de ser hecho, a costa de un esfuerzo a largo plazo sembrado de dificultades, en esa adecuación a uno mismo, figuran indiscutiblemente ciertos aspectos de la felicidad verdadera, de sukha. Cumpliendo con su «deber», y aun cuando considere que «el sufrimiento y las dificultades forman el carácter», es evidente que la finalidad de ese hombre no es construir su propia desgracia ni la de la humanidad.

En este caso se trata del sentimiento de responsabilidad y no del deber paralizador que socava toda libertad interior y es fruto de presiones, de obligaciones inculcadas por nuestros allegados y por la sociedad: hay que «hacer esto o aquello», o incluso ser perfecto, para ser aceptado y amado. El «deber» solo tiene sentido si resulta de una elección y es fuente de un bien mayor.

El drama es que con frecuencia nos equivocamos al escoger los medios para llevar a cabo ese bien. La ignorancia desvirtúa nuestra aspiración a estar mejor. Como explica el maestro tibetano Chógyam Trungpa: «Cuando hablamos de ignorancia, no nos referimos en absoluto a la estupidez. En cierto sentido, la ignorancia es muy inteligente, pero se trata de una inteligencia de sentido único. Es decir, que solo reaccionamos a nuestras propias proyecciones en lugar de ver simplemente lo que es».

En el sentido en que la entiende el budismo, la ignorancia es, pues, el desconocimiento de la naturaleza verdadera de las cosas y de la ley de causa y efecto que rige la felicidad y el sufrimiento. Los partidarios de la limpieza étnica afirman querer construir el mejor mundo posible y algunos de ellos parecen íntimamente convencidos de la pertinencia de tal abominación. Por paradójico y malsano que parezca, los individuos que satisfacen sus pulsiones egoístas sembrando la muerte y la desolación a su alrededor esperan de sus actos una forma de gratificación. La maldad, la ceguera, el desprecio y la arrogancia no son en ningún caso medios de acceder a la felicidad; pero, aunque se apartan radicalmente de ella, lo que persiguen los malos, los ofuscados, los orgullosos y los fatuos es precisamente la felicidad. Asimismo, el suicida que pone fin a una angustia insoportable aspira desesperadamente a la felicidad.

DEL ANÁLISIS A LA CONTEMPLACIÓN

¿Cómo acabar con esa ignorancia fundamental? El único medio es llevar a cabo una introspección lúcida y sincera, para lo cual se puede recurrir a dos métodos, uno analítico y el otro contemplativo. El análisis consiste en evaluar honradamente y a fondo nuestros sufrimientos, así como los que infligimos a los demás. Eso implica comprender qué pensamientos, palabras y actos engendran indefectiblemente sufrimiento y cuáles contribuyen a estar mejor. El paso previo es, por supuesto, haber tomado conciencia de que algo no funciona en nuestra manera de ser y de actuar. A continuación hay que aspirar ardientemente a cambiar.

La actitud contemplativa es más subjetiva. Consiste en dejar a un lado por un momento la efervescencia de los pensamientos para mirar serenamente el fondo de nosotros mismos, como si contempláramos un paisaje interior, a fin de descubrir lo que encama nuestra aspiración más querida. Para unos puede ser vivir intensamente cada instante, paladear los mil y un sabores del placer. Para otros, alcanzar sus objetivos: una familia, el éxito social, diversiones o algo más modesto, como vivir sin sufrir demasiado, Pero esas formulaciones son parciales. Si profundizamos más en nosotros mismos, ¿no acabamos por constatar que la aspiración primera, la que subyace a todas las demás, es el deseo de una satisfacción lo bastante poderosa para alimentar nuestro gusto por vivir? Es este deseo: «¡Ojalá cada instante de mi vida y de la de los demás pueda ser un instante de alegría y de paz interior!».

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