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Marie L. Shedlock - El arte de contar cuentos

Aquí puedes leer online Marie L. Shedlock - El arte de contar cuentos texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 1915, Editor: ePubLibre, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Marie L. Shedlock El arte de contar cuentos
  • Libro:
    El arte de contar cuentos
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1915
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El arte de contar cuentos: resumen, descripción y anotación

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PRIMERA PARTE
El arte de contar cuentos
SEGUNDA PARTE
Los cuentos

La que aparece a continuación no es una selección exhaustiva de historias. La mayoría están tomadas de mi propio repertorio y los profesores me las han pedido en tantas ocasiones que es ahora cuando tengo la oportunidad de presentarlas todas.

Lamento no haber podido facilitarles muchas de las historias que considero más apropiadas para la narración, pero las dificultades que he encontrado para obtener los permisos requeridos me han disuadido de cualquier esfuerzo en esta dirección.

TERCERA PARTE
Una nueva lista de historias

Compilada por Eulalie Steinmetz
Supervisora de narraciones
Biblioteca Pública de Nueva York

Índice

PRIMERA PARTE - El Arte de Contar Cuentos

SEGUNDA PARTE - Los cuentos

El Porquerizo • El Ruiseñor • La Princesa y el Guisante

TERCERA PARTE - Una nueva lista de historias

Cuentos fantásticos

Hans Christian Andersen

Poesía y disparates

Historias de Santos

Mitos y leyendas

Cuentos populares

Libros recomendados sobre la narración de cuentos

Introducción

El arte de contar cuentos es uno de los más antiguos del mundo y la primera forma consciente de comunicación literaria. En Oriente perdura aún y no es extraño encontrar un grupo de personas reunidas en una esquina de la calle por el simple placer de asistir a una narración. En Occidente hay indicios que sugieren un interés creciente por este arte ancestral y puede que vivamos lo suficiente para asistir al renacimientos de los trovadores y juglares, cuyo encanto rivalizará con el del orador callejero o el político ambulante. Uno de los signos más certeros de la fe que se tiene en el poder educativo de los cuentos es su inclusión en el currículo de las facultades, así como en las clases de educación primaria y secundaria. En el período justo en el que la imaginación es más viva, la mente se encuentra libre de acumulaciones de hechos y datos, las historias provocan sensaciones más intensas y se retienen durante más tiempo.

Es de esperar que, algún día, se encarguen de narrar cuentos en los colegios sólo personas expertas que dispongan de una formación especial en este arte. Sería una gran falacia suponer que el estudio sistemático de la narración de cuentos destruye la espontaneidad en la exposición. Gracias a mi vasta experiencia he descubierto que ocurre justamente lo contrario: sólo cuando se han superado las dificultades mecánicas se puede uno dejar llevar por el interés dramático de la historia.

Cuando hablo de un narrador experto no me refiero a un orador profesional; puede que esta denominación se haya asociado erróneamente con personas que se golpean el pecho, se tiran del pelo y declaman episodios espeluznantes. Hace una década o más, existía este tipo de rapsodas de salón que se convirtieron rápidamente en la pesadilla de toda reunión social. La diferencia que existe entre este recitador afectado y el simple narrador de cuentos queda, probablemente, mejor reflejada en la inmortal historia del Ruiseñor de Hans Christian Andersen. El emperador había ordenado que el ruiseñor real y el artificial uniesen sus fuerzas e interpretasen un dúo ante la corte. Pero éste resultó desastroso y mientras que el ruiseñor mecánico interpretaba por trigesimotercera vez su solo, el ruiseñor verdadero escapó por la ventana y volvió al bosque (el verdadero artista busca instintivamente el entorno apropiado). Sin embargo, el director de la banda, símbolo del pedagogo pomposo, declara en un intento de calmar los sentimientos ultrajados del auditorio: «Ya ven, damas y caballeros y, sobre todo, su Majestad Imperial, como con el ruiseñor real uno nunca sabe lo que va a escuchar pero con el artificial todo está fijado de antemano. Así es y así debe continuar; no puede ser de otra forma».

Con el recitador afectado y el simple narrador ocurre lo mismo que con los dos ruiseñores: uno se preocupa de exhibir su mecanismo, mostrar «cómo suena la melodía» mientras que el otro se preocupa más de ocultar el verdadero arte. El secreto de una buena narración está en la simplicidad, pero (y aquí es donde falla la comparación con el ruiseñor) se trata de una simplicidad que se consigue tras mucha preparación y control de uno mismo, tras un trabajo arduo para superar las dificultades que conlleva la representación.

No defiendo con esto que no existan narradores natos que sean capaces de mantener la atención de un auditorio sin una preparación previa, pero se trata de una minoría tal que podemos obviarlos en estas consideraciones generales, dado que la presente obra está dirigida al tipo de narrador más habitual, que desea hacer el mejor uso posible de sus habilidades dramáticas y es a éste al que le rogaría que se preparase a conciencia antes de contarle un cuento a un grupo de niños si desea, claro está, conseguir los sorprendentes efectos de los que hablaré más adelante. Sólo que esta formación debe ser de naturaleza menos estereotipada que la que reciben los oradores ordinarios en su preparación.

Hace algunos años, durante mi estancia en América, me pidieron que redactase una serie de conferencias con mis consideraciones con respecto al valor educativo de la narración de cuentos. De repente, se apoderó de mí la inspiración y comencé a albergar el sueño de pasar largas horas en el Museo Británico, la Biblioteca del Congreso en Washington y la Biblioteca Pública de Boston (y ésta es la única parte del sueño que se ha cumplido). Planeé un elaborado esquema de trabajo de investigación que iba a desembocar en un tratado filológico magnífico (si no rancio). Imaginé que trataría de descubrir mediante una investigación concienzuda qué tipo de nanas cantaban las madres egipcias a sus bebés y cuáles eran los poemas infantiles que estaban de moda entre las niñeras asirias y que quizás sirvieran de prototipo para «Little Jack Horner», «Dickory, Dickory, Dock» y demás clásicos infantiles. Pretendía completar el estudio de estos documentos antiguos con un apéndice de variantes modernas que mostrase el progreso, si es que existe, que ha tenido lugar en las naciones actuales.

Pero un día recordé inesperadamente una escena de Plaideurs de Racine, en la que el abogado defensor, ansioso por hacer alarde de sus conocimientos, comienza su discurso de la siguiente forma: «Antes de la creación del mundo…» a lo que el juez, con un toque de hastío templado por cierto humor, sugiere: «Pasemos directamente al Diluvio Universal».

Por eso y también «he pasado directamente al Diluvio» y he abandonado el informe sobre el origen y el pasado de las historias que, como mucho, lo único que habría puesto de manifiesto es un compendio de conocimientos recientemente adquiridos. Cuando pienso en la cantidad de eruditos que podrían tratar este tema infinitamente mejor que yo me doy cuenta de lo sensato que es, aunque también pueda resultar más tedioso, trabajar con las posibilidades actuales que la narración de cuentos ofrece a nuestra generación de padres y educadores.

Mis objetivos al recomendar el uso de los cuentos en la educación de los niños son, al menos cinco:

En primer lugar, proporcionarles gusto por lo dramático, para lo cual tienen una natural inclinación; desarrollar en ellos el sentido del humor, que en realidad se trata del sentido de la proporción; corregir ciertas tendencias mostrándoles las consecuencias en el ejemplo del héroe de la historia (de lo cual los niños suelen ser bastante inconscientes y no se le debe dar énfasis didáctico); presentarles en forma de ejemplo, y no de precepto, los ideales que tarde o temprano se transformarán en acciones y, finalmente, contribuir en el desarrollo de su imaginación, lo cual incluye, en realidad, el resto de los puntos.

Pero el arte de contar cuentos no está indicado sólo en el ámbito educativo ni a los padres como padres, sino también a un público más numeroso que se interesa por este tema desde un punto de vista puramente humano.

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