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Marie-France Hirigoyen - El acoso moral

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Marie-France Hirigoyen El acoso moral

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Bibliografía

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CAPÍTULO 1
La violencia privada
LA VIOLENCIA PERVERSA EN LA PAREJA

A menudo se niega o se quita importancia a la violencia perversa en la pareja, y se la reduce a una mera relación de dominación. Una de las simplificaciones psicoanalíticas consiste en hacer de la víctima el cómplice o incluso el responsable del intercambio perverso. Esto supone negar la dimensión de la influencia, o el dominio, que la paraliza y que le impide defenderse, y supone negar la violencia de los ataques y la gravedad de la repercusión psicológica del acoso que se ejerce sobre ella. Las agresiones son sutiles, no dejan un rastro tangible y los testigos tienden a interpretarlas como simples aspectos de una relación conflictiva o apasionada entre dos personas de carácter, cuando, en realidad, constituyen un intento violento, y a veces exitoso, de destrucción moral e incluso física.

Describiré varias parejas en distintos estadios de la evolución de la violencia perversa. La longitud desigual de mis relatos se debe a que este proceso se despliega durante meses —a veces durante años—, y a que las víctimas, a medida que su relación evoluciona, aprenden primero a identificar el proceso perverso y luego a defenderse y a acumular pruebas.

El dominio

En la pareja, el movimiento perverso se inicia cuando el movimiento afectivo empieza a faltar, o bien cuando existe una proximidad demasiado grande en relación con el objeto amado.

Una proximidad excesiva puede dar miedo. Por esta razón, lo más íntimo es lo que se va a convertir en el objeto de la mayor violencia. Un individuo narcisista impone su dominio para retener al otro, pero también teme que el otro se le aproxime demasiado y lo invada. Pretende, por tanto, mantener al otro en una relación de dependencia, o incluso de propiedad, para demostrarse a sí mismo su omnipotencia. La víctima, inmersa en la duda y en la culpabilidad, no puede reaccionar.

El mensaje no confesado es «No te quiero», pero se oculta para que el otro no se marche. De este modo, el mensaje actúa de forma indirecta. El otro debe permanecer para ser frustrado permanentemente. Al mismo tiempo, hay que impedir que piense para que no tome conciencia del proceso. Patricia Highsmith lo describía así en una entrevista para el periódico Le Monde: «A veces ocurre que las personas que más nos atraen, o de las que estamos enamorados, actúan con la misma eficacia que unos aislantes de goma sobre la chispa de la imaginación».

El dominio lo establece un individuo narcisista que pretende paralizar a su pareja colocándola en una posición de confusión y de incertidumbre. Esto le libra de comprometerse en una relación que le da miedo. Por medio de este proceso, mantiene a su pareja a distancia, dentro de unos límites que no le parecen peligrosos. No quiere que su pareja lo invada, pero le hace padecer lo que él mismo no quiere padecer, ahogándola y manteniéndola «a su disposición». Si una pareja desea funcionar normalmente, debería establecer un refuerzo narcisista mutuo, aunque existan elementos puntuales de dominio. Puede ocurrir que uno intente «apagar» al otro, con el fin de estar muy seguro de que así queda en una posición dominante en la relación. Pero una pareja conducida por un perverso narcisista constituye una asociación mortífera: la denigración y los ataques subterráneos son sistemáticos.

Este proceso sólo es posible gracias a la excesiva tolerancia de la persona agredida. Los psicoanalistas interpretan a menudo que esta tolerancia está relacionada con los beneficios inconscientes, esencialmente masoquistas, que la víctima puede obtener de la relación. No obstante, veremos que esta interpretación es parcial, pues algunas de estas personas no han manifestado nunca tendencias autopunitivas con anterioridad ni las manifiestan más adelante; también es peligrosa, pues, al reforzar la culpabilidad de la víctima, no la ayuda de ningún modo a encontrar los medios para salir de esa embarazosa situación.

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