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Miguel Ángel Bargueño - Enrique Urquijo. Adiós tristeza

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Miguel Ángel Bargueño Enrique Urquijo. Adiós tristeza

Enrique Urquijo. Adiós tristeza: resumen, descripción y anotación

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Miguel Bargueño es un periodista y escritor madrileño especializado en música y - photo 1

Miguel Bargueño es un periodista y escritor madrileño especializado en música y cultura. Es licenciado en Periodismo por la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid

Empezó a escribir de música en el verano de 1990 en la revista Boogie, y muy poco después en la quincenal El Gran Musical. A partir de 1994 compaginó su trabajo en El Gran Musical con el de guionista y redactor de programas musicales de Canal+, y más tarde en Man, Tendencias, Bravo, Efe Eme y en Rolling Stone.

En 1998, tras un año formando parte del experimento televisivo +Música, se integró en la plantilla que fundó 40TV, canal en el que ejerció en años siguientes de redactor jefe, primero, y jefe de programación, después.

En 2005 publicó mi primer libro, la biografía Enrique Urquijo. Adiós tristeza, que desmenuza la vida y la obra del desaparecido líder de Los Secretos.

Para Cristina,

mi feliz contratiempo.

Inspiración, acicate y carburante en esta larga travesía.

… para quererte solo valgo.

Para mis padres,

Miguel Ángel y Amparo,

y mi hermano Josema.

Agradecimientos

Junio de 2003. Los enormes bafles palpitan mientras escupen a un volumen atronador la suiteTerrapin Station, de la banda psicodélica californiana Grateful Dead, en medio de un monumental auditorio formado por montañas, pinares y un cielo negro y limpio salpicado de estrellas. El feroz disc jockey, organizador de la fiesta y propietario del terreno es Óscar Ruiz, un hombre de cuarenta y cinco años, alto, extremadamente delgado, de larga y canosa melena recogida en una trenza y espesa barba plateada; lleva bañador, camiseta de tirantes de colores desteñidos al estilo hippy, gorra informal y una linterna ajustada a la frente que le permite controlar en la oscuridad sus operaciones.

Óscar Ruiz era amigo de Enrique Urquijo desde que ambos eran críos. Durante un par de años fue, incluso, mánager de Los Secretos; pero su principal contribución a la historia del grupo es haber sido el principal responsable de que, en 1986, Enrique volviera a coger una guitarra y componer, después de tres años en blanco.

La fiesta se llama Bajo la sombra de la Luna, y Óscar la ha montado para celebrar que acaba de mudarse a esta acogedora casa de piedra y la tierra colindante en plena Sierra de Gredos, en Ávila; lo que algunos llamarían «en mitad de ninguna parte». Unos cincuenta invitados están desperdigados por la parcela, sentados o tumbados sobre mantas y sacos de dormir y más o menos arremolinados en torno a una gigantesca hoguera. Hay barbacoa, la cerveza vuela y los hongos alucinógenos pasan de mano en mano.

Un periodo indeterminado de tiempo antes de que empiecen a sonar Grateful Dead —tal vez media hora, tal vez dos horas—, varias personas cercanas a Enrique Urquijo se suben a un escenario improvisado pero bastante profesional: entre ellos, su hermano Álvaro; Juanma del Olmo, exguitarrista de Los Elegantes; y Pedrito López, compañero de colegio de Enrique y encargado de tocar la mandolina en la primera formación de Los Problemas.

En una pausa de su actuación, Álvaro, mira al cielo y anuncia por el micrófono: «Esta canción va para mí hermano Enrique, que hoy estaría aquí con nosotros». Y comienza a tocar los primeros acordes de Quiero beber hasta perder el control, en una versión torpe y destartalada pero llena de encanto. Álvaro intenta afinar su voz, Juanma le sigue como puede y Pedrito parece que, directamente, ha entendido que la canción es otra.

Al cabo de unos segundos, Óscar, sentado en primera fila, se lleva una mano a la boca, para dirigir mejor el sonido, y, con una absoluta falta de delicadeza y la desfachatez propia de quien ya está de vuelta de todo, suelta veneno. «¡Nunca habéis sonado tan mal!», vocifera, antes de estallar en carcajadas.

Probablemente tiene razón, pero la magia del momento —la música, el entorno, los personajes— hace sentir a todos la presencia de Enrique. Como bien había dicho Álvaro, «estaría hoy con nosotros»; y, de algún modo, lo está, a través de su música, sus familiares y sus amigos.

Un periodo indeterminado de tiempo después de Grateful Dead, sucederá algo más fuerte.

Probablemente alrededor de las cuatro de la madrugada, cuando ya algunos invitados han cogido sus coches para volver a Madrid y otros se adormecen apurando el calor de la hoguera menguante, Óscar Ruiz manipula sigilosamente el reproductor de discos compactos con aire taciturno. Al cabo de unos segundos, la voz de Enrique Urquijo, limpia y clara, acompañado únicamente por una guitarra, empieza a entonar una sobrecogedora versión de la melancólica balada Hickory wind, de Gram Parsons. Muchos no la oyen; y entre los que sí la oyen, algunos ni siquiera reconocen al intérprete ni la canción.

Pero ahí está. En el pacífico silencio de la noche, en un lugar perdido en medio de las montañas, imponiéndose al incesante murmullo de los grillos y al cada vez más débil chisporroteo del fuego, Enrique, en esa cruda grabación, desnuda de efectos y absolutamente hiperrealista, canta como si realmente estuviera entre nosotros.

Escribir la vida de Enrique Urquijo ha sido, en gran medida, como lanzarse al mar justo en el momento en que rompe la ola. Uno mete la cabeza y, sin poder evitarlo, se ve empujado por una fuerte corriente sin control que parece viajar en varias direcciones. Aun después de su muerte, persistía una marejada emocional en el que había sido su entorno. Su vida fue intensa, lo mismo que los sentimientos que provocó a su alrededor. Y esa intensidad seguía encendida durante el tiempo en que esta biografía fue escrita: aquellos que lo quisieron, seguían adorándolo; aquellos que lo admiraron, ahora lo idolatraban más que en vida; sus enemigos aún no le habían perdonado.

Enrique había dejado tras de sí un auténtico laberinto de pasiones. Había tensión irresuelta entre familiares y exnovias; entre exnovias y músicos; entre músicos y familiares. Entre los propios familiares. Y entre los músicos. Había heridas sin cicatrizar. Cada uno de ellos ostentaba la medalla de haber sido el mejor lazarillo de Enrique. Los demás habían sido una influencia nefasta.

Como resultado de meter el dedo en la llaga, muchos momentos vividos en los dos años y medio que ha requerido este trabajo estuvieron cargados de una afectividad a flor de piel. Uno de ellos fue, sin lugar a dudas, la experiencia casi mística de escuchar la fantasmagórica versión de Hickory wind en la fiesta de Óscar Ruiz en compañía de algunos de los seres queridos de Enrique (a pesar de que el autor ya había escuchado esa rara grabación con anterioridad). Supuso una conmoción entrevistar a Eloísa García-Moreno, su primer amor, ajena al efecto devastador que su ruptura había provocado en Enrique; un efecto que persiguió al músico hasta sus últimos días. O contactar con Vanessa Montalbán, una jovencita que había coincidido con Enrique en uno de sus numerosos encierros hospitalarios; Vanessa padecía anorexia, y semanas después de la entrevista me llamó para explicarme que a raíz de nuestra conversación, y de recordar a su querido compañero de terapia, había tomado la determinación de ingresar en una clínica para acabar de una vez por todas con su problema.

Y, por qué no, en otro punto de la gama de sentimientos, fue memorable presenciar, en compañía de Álvaro Urquijo y su clan, cómo Jackson Browne le dedicaba These days a Enrique Urquijo durante el concierto que el músico norteamericano ofreció en Madrid el 7 de abril de 2003.

Durante las entrevistas, muchas de estas personas me preguntaron por qué había decidido escribir la biografía de Enrique Urquijo. Al principio, la pregunta me confundía. ¿Cómo que

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