Lluís Bassets - La gran vergüenza
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- Libro:La gran vergüenza
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2014
- Índice:4 / 5
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La gran vergüenza: resumen, descripción y anotación
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El libro proporciona una visión panorámica del extraordinario abanico de cuestiones políticas conectadas con el escándalo: cambia el balance global de lo que han significado para Cataluña los 23 años de su presidencia; cambia también la visión retrospectiva de la Transición, en la cual Pujol jugó un papel de primer orden, y de los pactos del nacionalismo catalán con Felipe González y José María Aznar; aparece de nuevo en primer plano el caso Banca Catalana, cuando Pujol configuró el sistema de impunidad que le ha funcionado desde entonces; adquiere un significado diferente el rosario de casos penales en los que Convergència ha estado implicada y de los cuales ha conseguido librarse o que sean constantemente aplazados: desde el caso Casinos hasta el caso Palau de la Música, pasando por el caso Javier de la Rosa; y sobre todo adquiere verosimilitud la idea de que durante 23 años se cobraron comisiones por obras y contratos públicos para financiar CDC pero que con implicación directa y a beneficio personal de los hijos del presidente. El escándalo del expresidente Pujol revela defectos y disfunciones de la democracia española y específicamente de la sociedad catalana, que ha podido soportar esta larga historia de corrupciones gracias a las numerosas complicidades, silencios e inhibiciones de políticos, empresarios y medios de comunicación, en un contexto de crisis institucional y constitucional como el que ha abierto las puertas al proceso independentista.
Lluís Bassets
Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol
ePub r1.0
Titivillus 19.06.15
Título original: La gran vergonya
Lluís Bassets, 2014
Traducción: Agnès González Dalmau
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
Para Àngels
LLUÍS BASSETS (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.
Un príncipe que quiera hacer grandes cosas necesita aprender a engañar.
MAQUIAVELO, Discursos sobre la primera década de Tito Livio
La historia suele jugar malas pasadas. Sobre todo a sus protagonistas, nosotros, los humanos, que somos quienes la hacemos pero sin saber muy bien qué es lo que hacemos. Podemos creer perfectamente que nos convoca una gran ilusión y fácilmente encontrarnos cara a cara con una gran vergüenza.
Eso es lo que nos ha ocurrido este verano de 2014, en vísperas del Tricentenario, los tres siglos transcurridos desde el Once de Septiembre, cuando una voz oficial nos dice que la historia nos convoca y, en lugar del rostro sonriente de un futuro catalán, nos encontramos de momento con el rostro torvo de un pasado también catalán, absolutamente catalán, que oscurece nuestro presente y enturbia el porvenir.
La historia nos convoca, pero hasta el momento en otro lugar y en otra fecha de la esperada. Es el 25 julio y no el Once de Septiembre. En los despachos de los abogados y los juzgados y no en los restos arqueológicos del barrio de la Ribera de Barcelona. No evoca hechos ocurridos hace trescientos años, sino el pasado más inmediato y vivo, los veintitrés años de presidencia de Pujol, los 34 de ocultamiento de una fortuna familiar y los métodos empleados para obtener poder económico y político por parte de quienes han sido hasta ahora mismo la primera familia de la vida pública de Cataluña.
Raymond Aron reprochaba al presidente francés Giscard d’Estaing su falta de sentido trágico de la historia: «Al escuchar sus discursos, siempre se tiene la sensación de que todo puede arreglarse mediante negociaciones, compromisos, siendo razonable. Casi nunca nos da la sensación de que el mundo en el que vivimos tenga conflictos, probablemente inexpiables, que existan el riesgo y el peligro de las tragedias» (Le Spectateur engagé).
Aron se refería a las relaciones de Francia con la Unión Soviética, pero a mí me parece como si el ya desaparecido sociólogo y periodista francés nos hablara ahora mismo a los catalanes, y sobre todo a nuestros dirigentes, en este verano tan trágico en tantos lugares de nuestro planeta, muy próximos a nuestro continente, muy cerca de los problemas que nos afectan directamente a nosotros: Ucrania, Gaza, Iraq, Nigeria, Libia… Y lo hiciera para impugnar nuestra falta de sentido trágico y sobre todo la de nuestros dirigentes, que nos ofrecen avenidas esplendorosas y sonrientes donde siempre suele haber caminos empinados y llenos de riesgos.
Los catalanes teníamos que deshacer con el Tricentenario una especie de equívoco del calendario que aparentemente eclipsa nuestra historia. Para el mundo entero, el Once de Septiembre correspondía a dos fechas simbólicas que había que superar o como mínimo igualar: la de 1973, cuando el general Pinochet asaltó el Palacio de la Moneda en el golpe militar organizado con la CIA contra el presidente democrático de Chile, Salvador Allende, y la de 2001, cuando los fanáticos de Bin Laden atacaron Nueva York y Washington en los atentados terroristas más espectaculares de la historia.
Nuestras autoridades y el nacionalismo oficial han querido superarlo y corregirlo, con exhibición de medios y presupuestos, en una relectura de nuestro pasado de frívola y discutible proyección futura. El Born, con los restos del barrio de la Ribera destruido hace tres siglos, es ahora la Zona Cero de los catalanes. Los nombres de los fallecidos se exhiben como si fueran víctimas del terrorismo caídas ahora mismo. Ese momento se presenta en todas partes como el de la pérdida de un Estado y unas libertades e incluso unas constituciones catalanas que poco tienen que ver con las instituciones y las ideas de hoy en día. Se nos dice en la época de Twitter y Facebook que perdimos la libertad hace tres siglos y ahora tenemos a nuestro alcance el recuperarla. No hemos hecho historia, pero vaya si hemos convocado la historia, y lo hemos hecho con el diseño y las formas de los parques temáticos y las técnicas y la manipulación de la sociedad del espectáculo.
Y, en cambio, el único hecho histórico que se ha producido en nuestro país y que seguro que se inscribirá en los anales ha sido la caída de Jordi Pujol desde las cumbres del prestigio y la autoridad a las que lo habíamos elevado poco a poco durante cincuenta años, desde los tiempos de la clandestinidad antifranquista hasta las etapas en las que desde Cataluña se garantizaba la estabilidad de los Gobiernos españoles y también la perfecta realización de los deberes europeístas comprometidos: las presidencias españolas, las políticas mediterráneas, los criterios de convergencia económica y monetaria, hasta la creación del propio euro.
Una triste noticia, se mire como se mire, aunque haya podido alegrar a los más opuestos a todo lo que significaba Pujol y, sobre todo, a quienes esperan cándidamente una incidencia negativa en el proceso soberanista. Triste sin duda para el catalanismo de ahora y de siempre, porque el expresidente se había convertido en el dirigente de mayor duración y más alto vuelo de toda su historia. Y triste para la democracia española, porque Pujol fue uno de sus padres fundadores, desde su presencia en la Comisión de los Nueve, donde la oposición democrática negoció con el presidente Adolfo Suárez los primeros pasos que llevaron a la Constitución y al Estatuto, hasta su papel y su reacción ante el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981.
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