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Jürgen Spanuth - La Atlántida

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Jürgen Spanuth La Atlántida
  • Libro:
    La Atlántida
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1953
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La Atlántida: resumen, descripción y anotación

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La Atlántida también llamada Atlantis debido al mitológico rey Atlante Átlas - photo 1

La Atlántida (también llamada Atlantis debido al mitológico rey Atlante, Átlas) fue un país mítico, cuya primera referencia se remonta a textos del filósofo griego Platón, ubicado en una isla (o quizá península o delta de un gran río) cuya existencia y localización nunca ha llegado a confirmarse con seguridad.

El pastor Jürgen Spanuth en 1953 la situó en el Mar del Norte, en la desembocadura del río Elba, al este de Heligoland, donde muy frecuentemente se hablaba acerca de edificios sumergidos. Según él, la isla-continente era la capital de un imperio septentrional del que habría partido el ataque contra Egipto, que según los archivos egipcios habría tenido lugar en el siglo XII a. C.

Refiriéndose especialmente a algunas grandes rocas halladas en el fondo llano y que según él podían corresponder a la ciudadela atlántica, Spanuth introdujo un nuevo elemento en la investigación submarina: los buceadores.

Jürgen Spanuth La Atlántida En busca de un continente desaparecido ePub r10 - photo 2

Jürgen Spanuth

La Atlántida

En busca de un continente desaparecido

ePub r1.0

Rob_Cole 23.04.2017

Título original: Das Entratselte Atlantis

Jürgen Spanuth, 1953

Traducción: Eduardo Ripoll Perelló

Diseño de cubierta: Rob_Cole

Editor digital: Rob_Cole

ePub base r1.2

JÜRGEN GEORG FERDINAND SPANUTH Leoben Austria 5 de septiembre de 1907 - 17 - photo 3

JÜRGEN GEORG FERDINAND SPANUTH Leoben Austria 5 de septiembre de 1907 - 17 - photo 4

JÜRGEN GEORG FERDINAND SPANUTH (Leoben, Austria, 5 de septiembre de 1907 - 17 de octubre de 1998). Estudió teología en las Universidades de Tubinga, Berlín y Viena, antes de ser nombrado pastor de la comunidad luterana de Bordelum, pequeña aldea próxima a Schleswig, en la frontera entre Alemania y Dinamarca. En este lugar se sintió atraído por las tradiciones y leyendas, aún vivas en labios de marineros, pescadores y campesinos, que hablaban de la existencia de un santuario del culto solar en una isla de Jutlandia, al finalizar la Edad del Bronce.

Trabajó en una traducción del griego de La Atlántida de Platón y posteriormente se esforzó para desarrollar su propia teoría sobre la Atlántida. Esa teoría, que contiene algunos elementos inquietantes, es objeto de controversia ya que Spanuth era miembro del partido nazi y su visión trata de justificar la superioridad racial de los alemanes y ha sido rechazada por la mayoría de los científicos.

PRÓLOGO

¿Qué otra leyenda más misteriosa y romántica que la de la Atlántida ha seducido desde hace generaciones la imaginación de los hombres? Si la incógnita de su situación y lo trágico de su destino siempre intrigó al hombre, ha sido en realidad durante el último siglo cuando ha corrido un verdadero torrente de tinta para hablar de la Atlántida en sus más diversos aspectos. Por desgracia, la mayor parte de esa literatura carece de valor desde el punto de vista científico y no puede ser tenida en cuenta por los hombres de ciencia, a los que, sin embargo, la cuestión interesa profundamente.

Como es sabido, las primeras noticias acerca de la Atlántida remontan a los tiempos clásicos y se contienen especialmente en el Timeo y en el Critias de Platón. En esas noticias, poco concretas, se habla de una gran isla llamada Atlántida, más grande que Asia y Libia juntas, situada más allá de las Columnas de Hércules (estrecho de Gibraltar); estaba habitada por un pueblo poderoso y guerrero, que en cierta ocasión se puso en movimiento, invadió Europa y fue rechazado por los griegos dirigidos por los atenienses. Luego, la gran isla desapareció, tragada por las olas.

Sin temor a exageración se puede asegurar que el número de hipótesis modernas de todo género acerca de la Atlántida se corresponde exactamente con el número de autores —que con razón alguien ha clasificado en «atlantólogos, atlantófilos y atlantómanos»— que de ella se han ocupado. Naturalmente, también ha existido quien ha negado la existencia de la Atlántida. Paul Coussin, refiriéndose a los tratadistas de la isla perdida, ha escrito: «… la luz más esplendorosa no puede hacer ver a los ciegos… El propio Platón saldría de su tumba y les juraría por el Estigio que él mismo creó uno por uno los elementos de la Atlántida y ellos no llegarían a creerlo». No es muy sabido que ésta era ya una opinión conocida en la antigüedad, pues Estrabón pone en boca de Aristóteles las siguientes palabras: «Él solo (Platón) la hizo volver al mar, del mismo modo que él solo la había hecho salir de sus olas».

A base de su posición geográfica podemos clasificarlas diferentes hipótesis en los siguientes grupos: la Atlántida hiperbórea, o sea situada en los países nórdicos (opinión de Rudbeck, Bailiy, Klée y asimismo, en cierta forma, la del autor del presente libro); la oriental, que pretende colocarla en el Mar de Azof, Persia, Judea, Creta, Malta, etc.; la occidental, según la cual habría estado en las Baleares o en Andalucía; la africana, ubicada en el Atlas, en Túnez, en el Hoggar o, incluso, en los países ecuatoriales; y la americana (buscada por Colón y otros viajeros antiguos), en estrecha relación con la hipótesis que sitúa el continente perdido en las Islas Afortunadas (Canarias), que es al propio tiempo una de las que ha tenido más partidarios.

A todas estas posibilidades se ha unido la opinión de los geólogos, que han dado el nombre de Atlántida a un hipotético continente que habría ocupado en tiempos remotos el Atlántico septentrional y del que quedarían como testigos las islas de Madera, Cabo Verde, Canarias y Azores. Ya en 1913 Termier afirmó que, «hablando desde el punto de vista geológico, la historia platónica de la Atlántida es muy verosímil», y añadía poéticamente que el fin que tuvo la Atlántida «se parecerá quizás, el último día, al último gran día de la humanidad».

La teoría del continente atlántico se apoya, por una parte, en la naturaleza y en la distribución de los sedimentos paleozoicos en América del Norte y en Escandinavia, en la forma del fondo actual del océano, en las vastas zonas poco profundas, accidentales y volcánicas que llegan hasta Groenlandia, en la forma de las costas canadienses, irlandesas y bretonas, que indican un relieve hundido en época reciente. Por otra parte, se apoya en la distribución geográfica de los animales y plantas actuales y extinguidos, que indican conexiones continentales y facilidades de migración. Según Germain, la fauna de los archipiélagos atlánticos es homogénea y claramente continental; sus relaciones se establecen con la Europa meridional y el África septentrional, pero no con el África tropical. Todavía son más notables las relaciones con la fauna europea de principios del Mioceno, «hasta el punto que se puede decir que los archipiélagos atlánticos tienen una fauna que es la prolongación, la supervivencia de la existente en el Mioceno europeo». El mismo autor indica que la fauna malacológica de las islas Canarias es más reciente y mucho más cercana a la del África septentrional que la de los demás archipiélagos, lo que permite deducir que las Canarias quedaron separadas de las Azores, de Madera y de Cabo Verde mucho antes de su propio aislamiento del continente africano. La existencia del Mar de los Sargazos viene a apoyar esta teoría de Germain. Pero ésa es una Atlántida «terciaría», cuyos últimos vestigios pudo conocer el hombre prehistórico bajo la forma de una plataforma que acercaba las Canarias, si no las unía, a la costa de Marruecos, todo ello según dicho autor. Pero precisamente esta parte de la hipótesis es la más frágil. ¿De qué forma la memoria humana pudo transmitirla noticia del cataclismo? La mayoría de los tratadistas se inclinan a separar netamente la Atlántida de Platón de esta que nos presentan los geólogos, y consideran como fantástico y poco fundado aquel posible recuerdo de un continente perdido bajo las aguas y conservado por la mente de cien generaciones. Los estudios de G. Lecointre y J. Bourcart en el litoral marroquí han demostrado de manera suficiente la permanencia de las costas atlánticas del África del Norte, con contornos casi idénticos a los actuales, al menos desde comienzos del Plioceno. Por tanto, el hombre no pudo tener conocimiento de los hundimientos o de las inundaciones que pudieron producirse anteriormente.

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