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Kate Millett - Política sexual

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Kate Millett Política sexual
  • Libro:
    Política sexual
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1995
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Política sexual: resumen, descripción y anotación

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PRIMERA PARTE.

Política sexual

1. Ejemplos de política sexual

I

Solía pedirle que me preparase el baño. Ella fingía darme largas, pero acababa haciéndolo. Cierta vez, mientras me jabonaba sentado en la bañera, advertí que había olvidado las toallas. «¡Ida!», la llamé, «¡tráeme unas toallas!». Entró en el cuarto de baño y me las tendió. Llevaba un salto de cama y medias de seda. Al inclinarse sobre la bañera para dejar las toallas a mi alcance, su bata se abrió. Me puse de rodillas y hundí la cabeza en su chocho. Todo sucedió tan de prisa que no le dio tiempo a rebelarse, ni siquiera a simular resistencia. La metí en la bañera con medias y todo. Le quité el salto de cama y lo arrojé al suelo. Le dejé las medias: con ellas resultaba más lasciva y me recordaba los desnudos de Cranach. Me tendí y la atraje sobre mí. Ella estaba cual perra en celo: me mordía por todas partes, palpitando, jadeando y retorciéndose como un gusano en el anzuelo. Mientras nos secábamos, se inclinó y empezó a mordisquearme la polla. Me senté en el borde de la bañera, y ella se arrodilló a mis pies para sorberla mejor. Al cabo de un rato, la levanté, la incliné hacia adelante y se la metí por detrás. Tenía un coño pequeño y jugoso que me calzaba como un guante. Le mordí la nuca, las orejas, los puntos más sensibles de su espalda y, al retirarme, dejé la marca de mis dientes sobre su precioso culo blanco. No intercambiamos ni una sola palabra.

Esta sabrosa muestra de prosa descriptiva forma parte de Sexus, esa novela de Henry Miller tan traída y llevada que salió a luz en París durante los años cuarenta, pero estuvo proscrita de su casta tierra natal hasta que Grove Press la publicó en 1965. En el párrafo citado, Miller recuerda, bajo el seudónimo de Val, cómo sedujo a Ida Verlaine, la esposa de su amigo Bill Woodruff. Si consideramos dicho párrafo como una mera descripción del acto sexual, observaremos que posee numerosos rasgos que rebasan los límites de esa actividad puramente biológica que el narrador llamaría «joder». De hecho, el auténtico valor y carácter del incidente narrado radican precisamente en tales rasgos.

Analicemos en primer lugar las circunstancias y el contexto en el que se desarrolla la escena. Val acaba de cruzarse con Bill Woodruff a la puerta de un teatro de variedades en el que actúa Ida Verlaine.

En virtud de una divagación típicamente característica del estilo de Miller, este encuentro trae a la memoria del protagonista una breve aventura sexual que mantuvo con Ida diez años antes y desencadena once páginas de vividas imágenes. El narrador se detiene, ante todo, en la persona de Ida:

Era ni más ni menos lo que su nombre evocaba: bonita, insustancial, teatral, infiel, malcriada, consentida y mimada. Tan hermosa como una muñeca de Dresde, pero con una melena negro azabache que le daba cierto aire javanés que parecía emanar de su alma. ¡Si es que la tenía! Vivía enteramente con el cuerpo, los sentidos, los deseos. Toda ella era una continua exhibición: la exhibición de su cuerpo, dirigida por su mezquina y tiránica voluntad, que el pobre Woodruff interpretaba como una monumental firmeza de carácter […]. Ida era una boa que engullía cuanto se le ponía delante. Una boa cruel e insaciable.

En cuanto a Woodruff, Miller lo describe como un pobre muñeco zarandeado por su mujer: «Cuanto más se desvelaba por ella, menos se interesaba por él. Ida era un monstruo de pies a cabeza». El narrador pretende hallarse totalmente inmunizado contra su hechizo, si bien demuestra hacia ella una fría curiosidad intelectual:

Como persona, me importaba un comino, aun cuando me preguntaba a menudo si sería un buen bocado, por decirlo así. Reflexionaba sobre ello con indiferencia, no sé cómo, Ida lo advirtió.

En su calidad de amigo de la familia, Val goza del privilegio de poder dormir de vez en cuando en casa de los Woodruff y desayunar en la cama, mientras Bill (el marido) acude a su trabajo. Reviste gran interés, para el desarrollo posterior de los acontecimientos, la táctica inicial adoptada por Val para despertar la solicitud de Ida:

Le molestaba profundamente traerme el desayuno a la cama. No se lo servía a su marido y no veía razón alguna para hacer una excepción conmigo. Yo nunca he desayunado en la cama, salvo en casa de los Woodruff. Lo hacía con el único propósito de molestarla y humillarla.

De acuerdo con uno de los mitos cruciales de cualquier novela de Miller, el protagonista (que siempre representa alguna faceta del autor) demuestra tener un atractivo irresistible y una potencia sexual casi legendaria. Por ello, el lector apenas se extraña de que Ida sucumba con tanta facilidad. Pero volvamos al párrafo que abre nuestro análisis. La escena que describe parece una sucesión de artimañas agresivas, urdidas por el héroe y toleradas por la mujer que representa lo que, impulsados por la fuerza de la costumbre, nos vemos obligados a denominar el papel de heroína. La primera maniobra del donjuán consiste en exigir un favor suplementario (llevarle toallas), a fin de restringir las funciones de Ida a las de anfitriona y criada. El que estuviese vestida con un ligero salto de cama y medias de seda añade una nota romántica y facilita la táctica escogida por el héroe. Dicho sea de paso (y como probablemente ya habrá observado más de una lectora), las medias no suelen llevarse sin un accesorio tal como una faja o un liguero, pese a que, según la fantasía masculina tradicional, la desnudez de la mujer solo puede ir envuelta en algún complemento vaporoso, bien se trate de un par de medias o de otra prenda íntima transparente.

Val entra en acción: «Me puse de rodillas y hundí la cabeza en su chocho». El término «chocho» merece especial atención porque revela que la humildad y la actitud implorante que parece implicar la postura adoptada por el héroe no deben tomarse al pie de la letra. En la palabra «chocho» cristaliza el tono displicente —expresado de forma tácita por todo el párrafo— en que un macho narraría a otro macho una de sus hazañas eróticas. Todavía más elocuente acerca del verdadero sentido de la acción resulta el comentario que sigue: «Todo sucedió tan de prisa que no le dio tiempo a rebelarse, ni siquiera a simular resistencia». El vocablo «rebelarse» demuestra que la escena analizada no constituye una descripción del coito propiamente dicho, sino más bien de una relación asentada sobre el principio del poder. Val ha informado previamente al lector de que Ida «quería hechizarme y hacerme bailar en la cuerda floja, como había hecho con Woodruff y sus demás admiradores». La cuestión decisiva radica, por consiguiente, en saber cuál de los dos personajes va a «bailar en la cuerda floja» o, a la inversa, cuál va a conseguir imponerse sobre el otro.

Tras implantar desde un principio su dominio, Val actúa con asombrosa celeridad para prevenir la insubordinación de Ida. Se apresura, pues, a introducirle en su elemento —a la sazón, el medio acuoso— sin reparar en lo ridículo de la situación. Señalemos una vez más que, bajo el lenguaje utilizado por Miller, se trasluce claramente el problema subyacente del poder: «La metí en la bañera». El lector observa, atónito, la prontitud y agilidad del narrador, que zambulle a su presa en un abrir y cerrar de ojos y, asumiendo toda iniciativa, la despoja acto seguido de su superfluo salto de cama.

La evocación plástica de las medias sobre la desnudez femenina cumple el cometido indudable de suscitar deleite estético: Ida «resultaba más lasciva y me recordaba los desnudos de Cranach». (El autor ya ha aludido, en relación con el cuerpo de Ida, a la delicada perfección de la obra de Cranach). La yuxtaposición de una imagen estética tan pura y de la figura tradicional de la cabaretera con medias de seda revela que Miller es un eminente estratega. El epíteto «lasciva» encierra en sí una sensualidad deliberada y denota una marcada inclinación por la lujuria y la degradación sexual (de acuerdo con la convicción puritana que ve en el erotismo una actividad repugnante y un tanto ridícula). Según la definición de Webster, «lascivo» es sinónimo de «disoluto, lujurioso, libidinoso», y se halla vinculado a una «tendencia a producir emociones lúbricas». En cuanto a los desnudos de Cranach (tal y como los concibe el autor), se asemejan más bien a una Eva en el Paraíso Terrenal, delicada pero morbosa, relegada a la categoría de chica de calendario.

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