Aunque no es una obra de ficción y la autora ha procurado ser fiel a los hechos, se han cambiado algunos nombres.
Para los que han estado ahí
Primera parte
La granja
Segunda parte
Irlanda
Tercera parte
Nueva York
Agradecimientos
Hacer este libro no fue fácil. Se me fueron ocho años en escribirlo y reescribirlo, y nunca habría visto la luz si no hubiera sido por mi editora, Jenny Cox, quien creyó en él, se llevó el grueso manuscrito y lo redujo a la mitad, y le dio la fuerza y la coherencia que tiene. Por otra parte, yo no habría tenido la libertad de escribir si no hubiera sido por Margaretta D’Arcy, que me rescató de mi reclusión en Irlanda con ayuda de Deirdre McCarten, Sylvia Meehan, Nell McCafferty, Maere Rountree e Ivor Browne. Estoy igual de agradecida a Donald Heffernan por devolverme la libertad unos años atrás al ganar el juicio por mi cordura en Saint Paul.
Durante los años en que trabajé en el manuscrito recibí mucho apoyo, en particular de Alexandra Chapman y Marie-Pierre Bey en París, y Linda Clarke en Nueva York. También de seguidores que lo leyeron cuando circuló como un samizdat fotocopiado. Estoy agradecida a mi propia familia, mi madre y mis dos hermanas, quienes, después de haber escuchado a los médicos en un momento determinado, me escucharon a mí también. Con el tiempo esa comprensión se convirtió en reconciliación y apoyo crucial. En especial, gracias a Sophie Keir, que empezó odiando este libro pero que ha llegado a apreciarlo, por su don para la amistad y su sentido de la ecuanimidad que transformaron la oposición en afirmación, y, por encima de todo, por su gran coraje al dejarme utilizar su nombre al contar esta historia.
Por último, me gustaría rendir homenaje a aquellas personas que, por su larga involucración en el movimiento en favor de los derechos humanos contra los abusos psiquiátricos, se han convertido en amigos y héroes para mí: Dayna Caron, Paul Dorfner, el doctor Peter Breggin, Rae Unzicker, George Ebert, Huey Freeman y Leonard Frank. Y expresar mi gran admiración hacia Sally Zinman, Judi Chamberlin y las demás personas con las que, al crear el modelo para el centro de autoayuda para expacientes, han dado esperanza, apoyo y curación a las víctimas del sistema.
KATE MILLET (Saint Paul, Minnesota, Estados Unidos, 1934 - París, Francia, 2017), nacida Katherine Murray Millet, fue una escritora feminista estadounidense, cineasta, escultora, filósofa, activista y profesora. Está considerada una autora clave del feminismo contemporáneo. Su obra Política sexual (1970) junto a la Dialéctica del sexo de Sulamith Firestone se sitúa entre las obras clave de la corriente del feminismo radical. Esta corriente se considera en Estados Unidos parte de la segunda ola del feminismo aunque autoras como Celia Amorós y Amelia Valcárcel han señalado que teniendo en cuenta a las feministas de la Revolución francesa debería situarse en el feminismo de la llamada tercera ola. La tesis principal de Millet es que el patriarcado con sus papeles y posiciones sociales no deriva de la esencia humana, sino que el origen del patriarcado es histórico y cultural. No existe disparidad mental intelectual ni emocional entre los sexos.
Kate Millett fue a la Universidad de Minnesota y se graduó cum laude en 1956. A continuación, realizó el posgrado en la Universidad de Oxford. Millett se trasladó a Japón en 1961, donde dio clases de inglés. Dos años más tarde, regresó a los Estados Unidos con el escultor Fumio Yoshimura, con quien se casó en 1965, separándose en la década de los setenta. Fue una activa feminista desde finales de la década de los sesenta y durante la siguiente. En 1966, se convirtió en miembro del comité de la National Organization of Women (NOW).
En 1967 publicó un panfleto titulado Token Learning contra los planes de estudio para mujeres en las universidades. En agosto de 1970, publicó su tesis Política sexual, donde ofreció una amplia crítica de la sociedad patriarcal en la sociedad occidental y la literatura. En particular, ataca lo que ella visualiza como sexismo y heterosexismo en los novelistas D. H. Lawrence, Henry Miller y Norman Mailer, contrastando sus puntos de vista discrepantes con el punto de vista del novelista y poeta Jean Genet.
En 1971, comenzó a comprar y restaurar edificios cerca de Poughkeepsie, Nueva York. El proyecto finalmente se convertiría en Women’s Art Colony Farm, una comunidad de mujeres artistas y escritoras.
Su libro Flying (En pleno vuelo) (1974) es una autobiografía no académica en la que se expresa la vena artística de Millet, como escultora y cineasta. Habla de su matrimonio con Yoshimura y sus amores con mujeres. En 1979, Millett fue a Irán a trabajar por los derechos de la mujer; pronto sería deportada y escribiría sobre esta experiencia en Going to Iran. Sita (1977) es una reflexión sobre un amor atormentado. En Viaje al manicomio (1990) trata sobre el trastorno bipolar, describiendo experiencias en hospitales psiquiátricos y su decisión de suspender su terapia de litio.
Canciones del interior:
© All That You Have Is Your Soul, © 1989 EMI April Music Inc. y Purple Rabbit Music. Todos los derechos controlados y administrados por EMI April Music Inc. Todos los derechos reservados, interpretada por Tracy Chapman.
© Me and Bobby McGee, de Kris Kristofferson y Fred Foster, © Temi Combine Inc. Todos los derechos controlados por Combine Music Corp. y administrados por EMI Blackwood Music Inc. Todos los derechos reservados.
© Ticket to Ride, de John Lennon y Paul McCartney, ℗ 2009 El propietario del copyright de esta compilación de audio y audiovisual es EMI Records Ltd.
© Planxty’s Older Version of Yeats’s Sally Gardens, de The Rambling Boys of Pleasure, de Planxty. Tara Records, Dublín, Irlanda.
Conclusión
Escribí Viaje al manicomio entre 1982 y 1985. Lo empecé por el final en una resaca de penitencia y autorrenuncia, ese acto de complicidad con la desaprobación social que es la depresión. Al releerlo percibo algo que suena a falso. Es cierto que describe la depresión: la rendición, el abandono, una abnegación tan absoluta que se convierte en falsa conciencia. Pero al pasarlo de nuevo a máquina quiero decir: un momento, ¿por qué llamar a esto depresión? ¿Por qué no llamarlo dolor? Has permitido que tu dolor, incluso tu indignación, se convierta en una enfermedad. Has permitido que tu dolor aparentemente inexplicable y abrumador ante lo que te han hecho —el trauma y la vergüenza de la reclusión— se transforme en una psicosis misteriosa. ¿Cómo has podido?
Intentaba encontrar el camino de regreso. Fuera de la insoportable soledad de saber. La aceptación. Ya no podía soportar ser la única. No podía oponer mi verdad a la de tantos, al poder de la ciencia, y no podía vivir sin otras personas. Renuncié a comprender, me perdí intentando sobrevivir y adaptarme. Y continué tomando litio. Parecía un requisito para la libertad condicional: si dejaba de tomarlo y me descubrían, volverían a recluirme. Una especie de apuesta de Pascal: me aterraba venirme abajo de nuevo sin la medicación. ¿Y si ellos tenían razón, después de todo? Mi mente era demasiado peligrosa.
Durante años las ansias de liberarme del litio tiraron de mí, pero mi miedo a las consecuencias era demasiado grande; ¿otra caída?, ¿otro encierro? Entonces me invitaron a asistir a una conferencia de la Asociación Nacional para la Protección y Defensa de los Derechos, un grupo de profesionales que había recibido hacía poco el visto bueno del gobierno para proteger los derechos de las personas que sufren una «enfermedad mental». Dentro de la asociación hay una facción liberal que ha permitido asistir y hablar a los organizadores veteranos del movimiento antipsiquiátrico. Por fin tuve ocasión de ponerme en contacto con personas que opinaban como yo, y descubrir su energía y su apoyo. Acudí a unas cuantas conferencias más, todavía sobre el litio, en las que condené en voz alta el sistema y sus fármacos pero tomando litio en secreto, para ir a lo seguro, para no soltar mi muleta, consciente de la mala fe, incluso asustada.
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