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Judith Herrin - Bizancio

Aquí puedes leer online Judith Herrin - Bizancio texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2007, Editor: ePubLibre, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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  • Libro:
    Bizancio
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    ePubLibre
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    2007
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Bizancio: resumen, descripción y anotación

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Agradecimientos

Deseo manifestar mi agradecimiento por el apoyo financiero recibido para la elaboración de este libro a la Fundación A. G. Leventis, la Fundación Benéfica Michael Marks, el doctor Alkisti Soulogianni, director de Relaciones Internacionales del Ministerio de Cultura de la República Helénica, y el profesor Rick Trainor, director del King’s College de Londres. Me gustaría asimismo dar las gracias a mis colegas de los departamentos de estudios griegos clásicos y bizantinos y modernos por prestarme su tiempo y su aliento.

Por sus sabios consejos en las últimas fases de redacción, doy las gracias en particular a Stuart Proffitt, que se leyó dos veces el texto íntegro. En un momento clave de la elaboración del libro, el doctor Alexandros Papaderos, director de la Academia Ortodoxa de Creta, me obsequió con su más generosa hospitalidad. Mis amigos Dionysios Stathakopoulos, Charlotte Roueché y Carol Krinsky encontraron tiempo para leer los borradores y hacer numerosas mejoras; Murat Belge, Neil Belton y Anthony Cheetham me ayudaron con su atención a los detalles, y los informes de Bob Ousterhout y Chris Wickham, así como los de otros dos lectores no identificados por la editorial, me salvaron de algunos errores y me sugirieron nuevos temas para incluir en la versión definitiva.

Doy también las gracias a Georgina Capel por su apoyo entusiasta, a Brigitta van Rheinberg por haber creído en el producto final, y a Catherine Holmes, Demetra y Charalambos Bakirtzis, Cécile Morrisson, Archie Dunn, Elizabeth Jeffreys, Costas Kaplanis, Anna Contadini, Rustam Shukurov, Charalambos Bouras y Jessica Rawson por su ayuda al proporcionarme copias de libros y artículos raros, textos inéditos y orientación acerca del modo de conseguir otros. Maria Vassilaki hizo posible mi participación en la peregrinación al monasterio de Santa Catalina del monte Sinaí organizada por la Sociedad para la Conservación del Legado Griego, por lo que les doy las gracias tanto a ella como a Lydia y Costas Carras, y a Anna Lea. Por último, deseo manifestar mi especial agradecimiento a Kallirroe Linardou por su ayuda para localizar las ilustraciones, así como a Lioba Theis y al personal del Instituto Barber de Bellas Artes de Birmingham, la Colección Bizantina de Dumbarton Oaks, el Museo Benaki de Atenas y el Instituto de Arte Courtauld por su generosa ayuda.

Más que nunca, reconozco el constante apoyo de quienes han convivido y han defendido el libro en todas sus etapas: Anthony, Tamara y Portia.

Cuarta parte

Nuevas formas de Bizancio

Conclusión

La grandeza y el legado de Bizancio

La característica más notable de Bizancio no fue su cristianismo, proclamado en sus históricos concilios y conversiones, a la vez que celebrado en iglesias inmensas como Santa Sofía o en la intimidad doméstica de los iconos familiares; ni tampoco su organización y administración romanas o su imperial autoconfianza; ni su perdurable herencia griega o su sistema educativo. Fue la combinación de todo ello, un hecho cuyo origen se remonta al siglo IV con la creación de la nueva capital, sus monumentos y puertos, que hizo arraigar a Bizancio en una rica variedad de tradiciones y recursos.

Sin embargo, el moderno estereotipo de Bizancio es el de un gobierno tiránico ejercido por afeminados, unos hombres cobardes y unos eunucos corruptos, obsesionados con rituales vacuos, y una burocracia interminable, compleja e incomprensible. Montesquieu desarrolló estas caricaturas en el siglo XVII cuando trataba de explicar las razones de la decadencia del Imperio romano, y Voltaire les dio una relevancia aún mayor, añadiendo su propia y apasionada preeminencia de la razón por encima de la religión. Mientras el primero desechaba «el Imperio griego», como él lo llamaba, debido al excesivo poder de los monjes, la demasiada atención a las disputas teológicas, y la ausencia de la aconsejable separación entre los asuntos eclesiásticos y los laicos, el segundo lo condenaba sin paliativos como una «deshonra para la mente humana». Quizá ambos se sintieran también provocados por el uso que hiciera Luis XIV de modelos bizantinos como medios de celebrar el gobierno monárquico despótico.

La descripción, más familiar, de Edward Gibbon, en su Historia de la decadencia y caída del Imperio romano, que se extendía hasta 1453, se basaba en esos mismos rasgos e identificaba a Bizancio como un mero eslabón «pasivo» con la Antigüedad greco-romana. En sí misma, argumentaba, carecía de interés, salvo por el hecho de que conectaba el período clásico con las naciones bárbaras de la Europa occidental y «las más espléndidas e importantes revoluciones que han cambiado el estado del mundo». Pero quizá la expresión más clara de la reputación negativa de Bizancio sea la del historiador irlandés decimonónico William Lecky. En una opinión tan desdeñosa como misógina, afirmaba:

De ese Imperio bizantino, el veredicto universal de la historia es que constituye, sin una sola excepción, la más absolutamente vil y despreciable forma que la civilización haya asumido jamás. No ha habido otra civilización duradera tan absolutamente desprovista de todas las formas y elementos de la grandeza, y ninguna a la que puede aplicarse tan categóricamente el epíteto de «mezquina» […] La historia del imperio es un monótono relato sobre las intrigas de sacerdotes, eunucos y mujeres, de envenenamientos, de conspiraciones, de constante ingratitud.

Como espero haber mostrado, lejos de ser pasiva, Bizancio fue tan activa como sorprendente y creativa, en tanto fue capaz de reelaborar sus preciadas tradiciones y su herencia. Legó al mundo un sistema imperial de gobierno basado en una cualificada administración pública y un sistema tributario; una estructura legislativa fundamentada en el derecho romano; un currículo único de educación laica que preservaba gran parte del saber clásico pagano; una teología ortodoxa, una expresión artística y unas tradiciones espirituales encarnadas en la Iglesia griega, y unos rituales de coronación y cortesanos que tendrían numerosos imitadores. En el siglo VI, el comerciante Cosmas Indicopleustes señalaba asimismo:

Hay otra señal del poder de los romanos, que Dios les ha dado, a saber, que todas las naciones llevan a cabo su comercio con su nomisma, que se acepta en todas partes de un extremo a otro de la tierra […] En ninguna otra nación existe algo así.

Durante siglos, tras la caída de la Ciudad Reina a manos de los turcos, seguiría utilizándose el término bezante como una reminiscencia de la famosa fiabilidad del oro de Bizancio. Pese a la devaluación del siglo XI, el bezante alude a la poderosa contribución de la moneda de oro al comercio en la alta Edad Media, cuando Bizancio protegía el crecimiento de Venecia y de otras ciudades-Estado italianas.

Artísticamente, sus sedas y marfiles marcaban la pauta de la belleza y de la habilidad artesana, mientras que sus imágenes todavía siguen inspirando a los pintores de iconos en las comunidades ortodoxas de todo el mundo. Teológicamente, su intensa lucha interna, de todo un siglo de duración, con las restricciones iconoclastas de los diez mandamientos, precipitada por su forzosa adopción del islam, se convertiría en punto de referencia para los puritanos casi mil años después. Su capacidad de conquistar y, sobre todo, de defenderse a sí misma y a su magnífica capital, habría de proteger al mundo noroccidental del Mediterráneo durante el caótico —por más que creativo— período que siguió a la caída del Imperio romano de Occidente. Sin Bizancio no habría existido Europa.

Durante el crítico período altomedieval, cuando los árabes irrumpieron desde el desierto para conquistar los Santos Lugares de manos de los judíos y cristianos, así como los graneros de Egipto, solo Constantinopla se interpuso en el camino de sus ambiciones. Si las fortificaciones de la Ciudad Reina y la determinación y capacidades de sus habitantes —su emperador, su corte y su pueblo— no hubieran garantizado la seguridad de su sistema defensivo, el islam habría suplantado a Bizancio en el siglo VII. Tras haber completado la conquista de Damasco, Jerusalén, Alejandría y el Imperio persa, seguramente los musulmanes habrían invadido también el imperio mediterráneo creado por Roma una vez incorporada Constantinopla, con sus recursos e ingresos, sus astilleros y sus redes comerciales. Del mismo modo que avanzaron por el litoral sur del Mediterráneo penetrando en España, lo habrían hecho a través de los Balcanes para llegar a dominar también la costa norte.

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