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Juan Luis Arsuaga - Los aborígenes

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Juan Luis Arsuaga Los aborígenes

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ANTES DE LA JOVEN INQUIETA

Hay en la actualidad tres especies fósiles que se disputan el título de primer antepasado del hombre. Y hay además autores que afirman que ninguna de las tres lo es, porque no pertenecen a nuestra línea evolutiva sino a otras. Todas han sido descubiertas en los últimos años, y los trabajos de campo aún continúan en los yacimientos donde se encontraron los fósiles.

La más antigua de las tres especies en liza tiene entre siete y seis millones de años y procede del Chad, donde el francés Michel Brunet y su equipo han rescatado un cráneo muy completo (apodado Toumaï) en un terreno que hoy es un desierto de los más áridos del mundo, pero que en aquella época era una selva lluviosa como las actuales del golfo de Guinea o de la cuenca del Congo, en el cinturón tropical africano.

Brunet y sus colegas han bautizado oficialmente la especie a la que pertenece el cráneo como Sabelanthropus tchadensis, e insinúan que era una especie bípeda; esto último no me parece nada claro.

Las razones por las que asignan el resto a nuestra línea evolutiva, de la que sería tal vez la primera especie que jamás existió, son sobre todo que la cara es pequeña y que los caninos sobresalen poco. Se podría tratar de una hembra, pero tiene un grueso reborde óseo sobre las órbitas (lo que se conoce técnicamente como toro supraorbitario), y ésa es una característica masculina en gorilas y chimpancés. Así que Brunet y demás afirman que es un macho de cara y caninos pequeños, y los humanos nos diferenciamos de los demás monos vivientes precisamente en esas dos características.

En contra de las teorías de Brunet y sus colegas está el hecho de que los australopitecos, nuestros primeros antepasados de los que nadie (o casi nadie) duda de que lo sean, no tenían cara pequeña, sino grande, y por encima de las órbitas no exhibían un toro supraorbitario como el del cráneo del Chad. Habría que saltarse a los australopitecos para conectar a Toumaï con homínidos más modernos, y más cercanos evolutivamente a nosotros, de caras reducidas y fuertes toros supraorbitarios (como Homo ergaster y Homo erectus).

Los siguientes fósiles, en orden de antigüedad, entre los candidatos a ocupar el puesto del primer antepasado conocido del hombre tienen alrededor de seis millones de años, y se les ha dado un nombre a mi juicio poco afortunado: Orrorin tugenensis. Lo de tugenensis viene de las Tugen Hills, unas montañas de Kenia donde han sido hallados los fósiles en cuestión. Orrorin significa hombre original en la lengua tugen (y, añaden los autores de la especie, encabezados por la francesa Brigitte Senut, las dos primeras sílabas suenan parecidas a aurore, o aurora en francés).

Estos fósiles son todavía muy precarios. Nada de cráneos completos, pero hay una mandíbula y varios dientes. Todo es muy primitivo, y no hay nada en su morfología que diga: ¡homínido! Las muelas son pequeñas, del tamaño de las de los chimpancés. Pero dicen los descubridores que el esmalte es grueso, mientras que el de los chimpancés es fino. Éste es un dato importante. Las muelas de los chimpancés son pequeñas porque, dada su dieta, no tienen que masticar mucha cantidad de comida. La base de su alimentación son los frutos maduros, que son fáciles de triturar y convertir en una papilla azucarada que luego se traga. La glucosa, la fructosa y la sacarosa de los frutos maduros son, además, moléculas muy caloríficas. Como los frutos son blandos y no desgastan mucho los dientes, el esmalte es fino (eso no quita que en los últimos años de su vida los chimpancés acaben teniendo los dientes muy gastados). En cambio, en los fósiles de las Tugen Hills el esmalte es grueso, lo que indica que el alimento era duro y desgastaba el esmalte (a pesar de que es una capa muy difícil de rayar).

Los australopitecos, como nuestra joven protagonista, tenían unas muelas también de esmalte grueso, aunque fueran mucho más grandes. El esmalte grueso es un argumento a favor de que Orrorin tugenensis es un homínido, pero no es una prueba definitiva, porque se conocen fósiles más antiguos, que no son de homínidos, que muestran esmalte grueso (y, por cierto, el de Toumaï es también grueso). Parece que el esmalte se ha engrosado muchas veces en diferentes líneas evolutivas de primates cercanos a nosotros, es decir, cada vez que en el alimento se incluía algún componente que erosionaba mucho las muelas.

Entre los huesos encontrados con los dientes de Orrorin tugenensis hay un par de grandes fragmentos de fémur que dan que pensar. Se parecen mucho, en lo que se ha conservado, a los fémures de los australopitecos, y sabemos a ciencia cierta que los australopitecos eran bípedos. Gran parte de la vida la pasaría el Orrorin tugenensis en los árboles, pero ¿podría andar de pie cuando se desplazara por el suelo, aunque fuera ocasionalmente?

La tercera especie candidata al título de primer homínido procede del País o Triángulo de los Afar, en Etiopía, y se llama Ardipithecus ramidus. Tiene entre 5,8 y 4,4 millones de años. Tampoco hay mucho publicado sobre esta especie, pero se conoce bien cómo eran sus dientes. Y los molares eran pequeños y de esmalte fino, como los de los chimpancés. Puede suponerse que su dieta sería muy semejante: todos los frutos maduros que pudieran conseguir, hojas tiernas, brotes, tallos verdes y algunos insectos. Ocasionalmente, una cría de antílope cazada en grupo, un mono, huevos y pequeños animales. Además, por el tipo de fósiles de animales y de plantas que se han encontrado junto con los restos de Ardipithecus ramidus se piensa que este primate vivía en el bosque denso. Sin duda los miembros de esta especie se moverían también mucho por los árboles. Se han publicado algunos restos óseos de pie, que tienen una morfología que se considera compatible con la marcha erguida, pero aún no se ha llegado a afirmar que ésa fuera la postura obligatoria en el suelo.

Hay muchas razones para pensar que los primeros homínidos vivían en un bosque lluvioso, que se alimentaban preferentemente de fruta madura y que, para conseguirla, trepaban a los árboles; o sea, un modo de vida comparable al de los actuales chimpancés. Casi seguro que, con ese régimen de comida, las muelas serían pequeñas (como las de los chimpancés). Pero no sabemos todavía, a ciencia cierta, cuándo surgió la postura erguida como modo habitual de marcha en el momento en que los homínidos bajaban de las ramas.

El caso es que los fósiles más antiguos cuya pertenencia a nuestro linaje, es decir, su condición de homínidos, no dudamos, tienen una dentición claramente diferente de la de los actuales chimpancés, y cabe pensar que su alimentación también fuera otra (al menos en parte). Se trata ya de los primeros australopitecos, aunque de una especie (llamada Australopithecus anamensis) más primitiva que la de la joven inquieta de nuestro relato.

Encontramos una diferencia muy notable de la dentadura de los australopitecos con respecto a la de los chimpancés en los molares, que son más grandes y con esmalte más grueso.

¿Qué quiere decir esto? ¿Eran las muelas más grandes que en sus antepasados simplemente porque los australopitecos eran unos monos más altos y corpulentos? Nada de eso. Ya hemos comentado que eran pequeños, o mejor, no tan altos como nosotros. Los dos esqueletos de australopitecos mejor conservados son dos hembras de hace algo más de tres millones de años, una procedente de Etiopía y apodada Lucy, y otra encontrada en Sudáfrica (y aún en proceso de extracción de la roca) que ha recibido el apodo de Little Foot, o Pie Pequeño. Como indica el mote de esta última, los austrolopitecos no alcanzaban un gran tamaño: alrededor de un metro de estatura y unos 30 kilos de peso. Y, sin embargo, sus muelas eran claramente mayores que las de cualquier chimpancé.

La explicación de la diferencia de tamaño de las muelas está en un cambio de dieta. Sin duda tenían que masticar una cantidad mayor de alimento, por lo que ampliaron la superficie de masticación; y la única razón del aumento del volumen de comida, que no fue acompañado de un aumento del volumen del cuerpo, era que el alimento se había hecho más consistente, o al menos parte de él. Además, el grosor del esmalte indica que había partículas duras, abrasivas, en la comida.

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