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Joseph Douillet - ¡… Así es Moscú!

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Joseph Douillet ¡… Así es Moscú!
  • Libro:
    ¡… Así es Moscú!
  • Autor:
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    ePubLibre
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    1928
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El autor fue cónsul de Bélgica en Rusia nueve años bajo el régimen soviético - photo 1

El autor fue cónsul de Bélgica en Rusia, nueve años bajo el régimen soviético. Revela en este libro todo lo que ha visto y oído en los primeros años de la Revolución Rusa, aportando su inestimable testimonio de primera mano y su lógica y extrema indignación. En este libro se basó el historietista belga Hergé para dibujar y escribir Tintín en el país de los Soviets.

Joseph Douillet Así es Moscú Nueve años en el país de los Soviets ePub r10 - photo 2

Joseph Douillet

¡… Así es Moscú!

Nueve años en el país de los Soviets

ePub r1.0

Titivillus 25.12.17

Título original: Moscou sans Voiles: Neuf ans de travail au pays des Soviets

Joseph Douillet, 1928

Traducción: Desconocido

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

Notas 1 Estos datos han sido facilitados por el revolucionario ruso Wladimiro - photo 3

Notas

[1] Estos datos han sido facilitados por el revolucionario ruso Wladimiro Bourtrev, que editó, después de la guerra, un diario titulado La Causa Común.

[2] O. G. P. U. quiere decir: Obyédinennoé Gesaourdarstvennoé Polititcheskoïye (Dirección política unificada del Estado).

[3]Pravda, 10 enero 1926.

PRÓLOGO

El mercado del libro en Europa se nutre, en gran parte, hace algunos años, de obras relativas al estado de la Rusia actual. La U. R. S. S. recibe frecuentes visitas de delegaciones obreras del resto del Continente. Los más importantes diarios de la Prensa del mundo han enviado redactores con el encargo de informar imparcialmente acerca de la situación interior de aquel país, objeto de peregrinaciones turísticas de los “amateurs” de la novedad. Quién más, quién menos, todos los descubridores de este mundo social recién nacido han publicado sus respectivas impresiones; los exploradores pertenecen, hay que confesarlo, a todas las clases sociales: desde los sabios más eminentes hasta los obreros más humildes. No falta entre ellos ningún matiz del espectro político. No se echa de menos tampoco la opinión extremista, de la derecha o de la izquierda, entre las emitidas por los entusiastas de las bellezas y conquistas del régimen comunista, o por los que aseguran que la arbitrariedad y las condiciones más insoportables de la existencia son el pan de cada día en el Paraíso terrestre de la Unión Soviética. Cada uno de ellos, sin duda, pretende poseer y difundir la verdad. Y al cabo, uno queda preguntándose: ¿Dónde está lo cierto?

Espíritus conservadores y moderados —cuya honorabilidad es incuestionable y cuya sinceridad anticomunista no puede ponerse en duda— se han ofrecido como testigos oculares de que Zas promesas soviéticas están en camino de la más pronta y cabal realización.

Y en respuesta a estas afirmaciones optimistas, está el parecer de aquellos obreros socialistas que aseguran haber podido comprobar que el pueblo ruso vive —si eso es vivir— odiosamente oprimido bajo el insoportable yugo del comunismo.

Es fácil de hallar la razón de tan contradictorias aseveraciones. Cuando el Gobierno soviético invita a algún extranjero a visitar la Unión, no le provee jamás de billete de libre circulación por la República, por el conjunto de su territorio. El visitante es allí objeto de una vigilancia, ya declarada, ya oculta, de que no se libra jamás. Hácese acompañar a los viajeros de verdaderos equipos de guías, especializados en la sumisión a la rigurosa disciplina de la Guépéu y en ofrecerse al visitante para hacerle conocer lo que debe ser visto, y, aceptando un doble y odioso papel, en denunciar a quienes le mandan cuál fue la actitud del visitante y cuáles sus reacciones a lo largo de esta peregrinación, Es preciso que todo el mundo se convenza de esta verdad. Los comunistas muestran a los viajeros una Rusia preparada y disfrazada para tales visitas. Todo aquello que, a juicio del Gobierno soviético, es indeseable, ya por contrario ala doctrina inicial, ya por revelador o de un estado de ánimo público o de una situación excesivamente lamentable, todo eso será apartado del campo visual de los viajeros distinguidos. La mayor parte de éstos ignoran el ruso. Desde el primer instante están, además, en contacto con gentes empavorecidas, cuya boca cierra el terror, porque saben, por terrible experiencia, que la menor indiscreción puede acarrearles cruel persecución o hacerlos víctimas de sanciones que presienten suspendidas sobre sus cabezas.

Igualmente imposible es al extranjero en Rusia romper el cerco forzoso en que se le encierra aislándole los agentes de la seguridad general, que zumban a su alrededor como una nube de moscas. Estos guías oficiales saben admirablemente su oficio. Con mucha frecuencia enseñan orgullosamente al viajero, sin la menor vacilación en el engaño, antiguas instituciones del tiempo de los Zares, como Facultades, Clínicas, Universidades o Sanatorios, agregando: todo esto es obra del régimen soviético.

Ya se comprende que sería preciso conocer al detalle todas las instituciones de cultura o de beneficencia anteriores a Rusia a la revolución, para poder dar él valor respectivo a cada una de las frecuentes mentiras que los llamados guías profieren. Pero es necesaria, es urgente, levantar el espeso velo que oculta la verdad rusa a Europa mal informada.

Pues bien: yo, un belga, que ha vivido treinta y cinco años de su vida (1891 a 1926) en Rusia, que habla el ruso, que se ha creado allí un vasto campo de relaciones, afirmo conocer el país a fondo.

Durante la revolución he desempeñado el cargo de Cónsul de Bélgica en Rusia. Después del advenimiento del Soviet, formé parte de la Comisión de Socorros, que dirigía el profesor Nansen, Alto Comisario de la Sociedad de las Naciones; fui más tarde apoderado en los territorios soviéticos del Sudeste; director adjunto de la Misión Pontificia en Rostov-sur-le-Don y de otras varias instituciones internacionales.

He aquí condiciones particularmente favorables para estudiar el funcionamiento del régimen soviético hasta en los menores detalles de la vida diaria y en los lugares mismos de su aplicación.

Llegué a gozar de amplia libertad de movimientos, enteramente excepcional en la Rusia comunista.

Agréguese a esto el gran caudal de relaciones que me fue dable adquirir en todos los campos sociales, mucho antes de la revolución, y se explicará el lector las razones por las cuales pude observar personalmente el cuadro de conjunto de la vida en Rusia bajo el régimen comunista, aun en sus detalles más íntimos y menos accesibles.

He visto, pues, el interior, y no simplemente la fachada de la casa, tal como se la prepara para mostrarla a los consabidos viajeros de distinción.

Publico estas Memorias porgue cumplo así mi deber de hombre honrado hacia mis conciudadanos y con los hombres de orden de todo el mundo. En 1918, mis compatriotas, reunidos en la ciudad de Taganrog, solicitaron del Gobierno belga que se me nombrase Cónsul, para defender de tal modo los intereses de mis pobres compatriotas en el Sur de Rusia. Era durante la guerra civil y estaban huérfanos de toda protección oficial.

Tengo con ellos una deuda: la de ponerles al corriente de lo ocurrido en regiones en que vivieron Zarbos años de intensa labor, y en las que dejaron sus ahorros y los últimos restos de su fortuna.

Tengo, asimismo, la obligación moral de gritar frente a la Humanidad entera, con la vos que tenga, por débil que sea, que el pueblo ruso sufre un largo martirio bajo el yugo insoportable del comunismo.

Lo que se llama su resignación no es más que miedo: el miedo de la persecución con que le amenaza continuamente una dictadura implacable.

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