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Enrique Castro Delgado - Mi Fe se perdió en Moscú

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Enrique Castro Delgado Mi Fe se perdió en Moscú

Mi Fe se perdió en Moscú: resumen, descripción y anotación

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El inapreciable valor documental y humano que supone «HOMBRES MADE IN MOSCÚ» sobre unos años tan trascendentes para la historia española de este siglo como fueron los comprendidos entre 1936 y 1939, se ve continuado por su autor, Enrique Castro Delgado, en este libro «MI FE SE PERDIÓ EN MOSCÚ», el cual nos atrevemos a asegurar que constituirá un impacto seguro para todo lector interesado en los hechos políticos, sus causas y consecuencias. «MI FE SE PERDIO EN MOSCÚ» es el relato de los seis angustiosos años que vivió el autor en Moscú, desde su partida de España en 1939 hasta su traslado a Méjico. El título del libro ya indica su contenido y su argumento. La profunda desilusión de Castro Delgado ante lo que él creía el paraíso en la tierra, se ve reflejada en estas páginas desoladoras y terribles. El frío, el hambre y el terror fueron los compañeros inseparables de Castro durante todo ese tiempo. «Moscú es para mí un gran presidio y yo para Moscú un preso más». Este es el fondo del pensamiento de Castro. Su estancia en esa enorme ciudad, grande como fría y extraña, su contacto con los otros compañeros —Hernández, José Pérez, Dolores Ibarruri, Togliatti, Thorez—, aparecen descritos en estas páginas con terrorífica exactitud. «MI FE SE PERDIÓ EN MOSCÚ» es una de las confesiones más escalofriantes y uno de los documentos más trascendentes aparecidos en España en los últimos años.

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El inapreciable valor documental y humano que supone «HOMBRES MADE IN MOSCÚ» sobre unos años tan trascendentes para la historia española de este siglo como fueron los comprendidos entre 1936 y 1939, se ve continuado por su autor, Enrique Castro Delgado, en este libro «MI FE SE PERDIÓ EN MOSCÚ», el cual nos atrevemos a asegurar que constituirá un impacto seguro para todo lector interesado en los hechos políticos, sus causas y consecuencias.
«MI FE SE PERDIO EN MOSCÚ» es el relato de los seis angustiosos años que vivió el autor en Moscú, desde su partida de España en 1939 hasta su traslado a Méjico. El título del libro ya indica su contenido y su argumento. La profunda desilusión de Castro Delgado ante lo que él creía el paraíso en la tierra, se ve reflejada en estas páginas desoladoras y terribles. El frío, el hambre y el terror fueron los compañeros inseparables de Castro durante todo ese tiempo. «Moscú es para mí un gran presidio y yo para Moscú un preso más». Este es el fondo del pensamiento de Castro. Su estancia en esa enorme ciudad, grande como fría y extraña, su contacto con los otros compañeros —Hernández, José Pérez, Dolores Ibarruri, Togliatti, Thorez—, aparecen descritos en estas páginas con terrorífica exactitud.
«MI FE SE PERDIÓ EN MOSCÚ» es una de las confesiones más escalofriantes y uno de los documentos más trascendentes aparecidos en España en los últimos años.

ENRIQUE CASTRO DELGADO
MI FE SE PERDIÓ EN MOSCÚ
A MANERA DE PRÓLOGO
Este libro que hoy presentamos a nuestros lectores, es la segunda parte de HOMBRES MADE IN MOSCÚ. Sin embargo, fue escrito doce años antes. Se escribió entonces porque era un momento en que se hacía más necesario que nunca mostrar la verdadera faz de la Unión Soviética, del Partido Comunista de la U.R.S.S., de la Komintern y, aunque parcialmente, del movimiento comunista en general. Era el momento, porque, con motivo de la alianza contra el fascismo germano-italiano, en la que participó la Unión Soviética, ésta aparecía ante el mundo como un nuevo paraíso, como un oasis de justicia social y libertades políticas, como un nuevo mundo sin desigualdades y sin clases, y su jefe, Stalin, como el padre de los pueblos, como el gran constructor de una nueva sociedad. Esto influía más en la opinión pública mundial que los resultados de las conferencias de Yalta y Potsdam, que no eran otros que la entrega al comunismo de una gran parte de Europa y de otros espacios y, con ello, el nacimiento de un nuevo imperialismo. Ésta es la razón esencial por la que Enrique Castro Delgado escribió primero MI FE SE PERDIÓ EN MOSCÚ que, cronológicamente, debía ser y es la continuidad de HOMBRES MADE IN MOSCÚ, al que seguirá el libro que cerrará esta trilogía bajo el título de LA PENITENCIA DE LOS APÓSTATAS que, en su momento, haremos llegar a nuestro público.
El valor de este libro reside en que mucho o todo de cuanto en él se dice, fue más tarde confirmado por el informe de Nikita Kruschev en el XX Congreso del Partido Comunista de la U.R.S.S., por la llamada desestalinización y por el cisma ruso-chino y la crisis del movimiento comunista internacional actual.
MI FE SE PERDIÓ EN MOSCÚ es una confesión al desnudo, una visión de lo que un entonces comunista vio en sus años de estancia en el mencionado país, al que ayer y hoy todavía se le ve por muchos como un nuevo mundo, cuando no es nada más que la expresión de lo peor del mundo.

PRIMERA PARTE
MI LLEGADA AL PAÍS DE LA FELICIDAD
1939. — Primer año: Frente a frente...
I
Al fin estoy en Moscú: «Hotel Lux», calle de Gorki, 10, habitación 39. Se han acabado los viajes, el reposo, y ha comenzado la nueva vida. Desde hoy soy un funcionario de la Komintern, en mi calidad de representante del Partido Comunista de España. Cada día, a las ocho de la mañana, un autobús especial me llevará hasta la Komintern: un edificio en forma de U, rodeado de altos muros con pedazos de vidrio en la parte superior, complementados con alambre de espino. Todas las tardes, el mismo autobús me volverá al hotel. Cada mañana deberé enseñar a la guardia —uniformes caqui y pistola al cinto— mi carnet; cada tarde tendré que volver a mostrarlo para poder salir. Y entre este espacio de tiempo — nueve de la mañana a seis de la tarde— tendré que enseñarlo muchas veces: tantas como entre y salga del pabellón donde está mi despacho; tantas como tenga que entrar o salir en los otros pabellones que constituyen la gran ciudadela del Estado Mayor de la Revolución Mundial.
Me han explicado con todo detalle y mucha seriedad la importancia de este requisito. Posiblemente se han esforzado tanto porque existe una idea muy extendida de que los españoles somos gentes poco disciplinadas.
Este carnet de tapas rojas, de nueve centímetros de largo por seis de ancho, me sirve para entrar y salir de la Komintern; para entrar y salir del hotel donde vivo. ¡Vale mucho! Mucho más que el documento que me han dado las autoridades soviéticas para residir en el país. En este documento soy un español sin ciudadanía, que está obligado cada tres meses a presentarse a la policía para prorrogar la autorización por otros tres. Este documento tiene poco valor: en él soy un extranjero al que no se le considera ni ciudadano soviético, ni ciudadano de su propio país. Soy un hombre «sin ciudadanía». No soy yo solo. En este mismo caso se encuentran todos los emigrados españoles y no pocos rusos a los que por diversos delitos — políticos o comunes — les han quitado lo que no creía que pudiera quitarse. Esto es origen para mí de no pocas situaciones desagradables. Cada vez que tengo que enseñar los documentos — y no son pocas — y ven «sin ciudadanía» comienzo a parecer sospechoso. Sin embargo, con el pequeño carnet de tapas rojas, ¡qué distinto es todo! Tengo el mismo nombre que en el documento de residencia: Luis García (la conspiración me ha privado hasta de mi propio nombre), pero mientras que en el documento de identidad soy un «sin ciudadanía» en este otro soy «un funcionario de la Komintern».
Desde la pequeña habitación del hotel veo la parte sur de la calle de Gorki; enfrente, pequeñas casas que han comenzado a derribar; un poco más a la izquierda el edificio del Soviet de Moscú, viejo caserón pintado de rojo; luego, hacia el fin de la calle, el «Hotel Nacional», la Biblioteca de Lenin, parte de la Plaza Roja y las torres del Kremlin. Cuando dejo de mirar a la calle doy vueltas y más vueltas por la pequeña habitación, como si pretendiera darme cuenta de cuáles han de ser en el futuro las dimensiones de mi vida privada: un cuadrado, dos ventanas y un mirador; una mesa de despacho con teléfono; una estatua de bronce de la que falta un brazo, y un viejo sillón; además, una cama alta, con bolas de metal, y un sofá; un armario, detrás del cual hay un lavabo cuyo depósito se debe llenar con extraordinaria frecuencia... Y es todo. Husmeo y no encuentro esas pequeñas cosas indispensables para vivir: no hay vajilla, ni cacharros de cocina.
Allá lejos, a cuarenta y cinco minutos de autobús, tengo otra pequeña habitación, pero es distinta: el cuadrado es más pequeño; en vez de una mesa de despacho hay dos; en vez de dos ventanas y un mirador, una sola ventana que da a un patio en el que se amontonan los residuos de las calderas de la calefacción, y dos grandes retratos frente a frente: Lenin y Stalin... En ella deberá desenvolverse mi vida política.
Pero estoy en Moscú...
Mientras ando de un lado para otro, aguardando a Esperanza que debe llegar de Planiernaia, casa de reposo adonde nos llevaron desde la estación, mis pensamientos vuelven hacia atrás. Es difícil despojarse rápidamente de recuerdos que entraron al rojo vivo entre nosotros. Cierto es que todo parece muy lejano, aunque de ello sólo me separan meses; mas a pesar de esa lejanía de horizonte, se ve, diría que con claridad microscópica, todo lo que fue agobiador y torturante... Madrid con un gesto distinto y una gran tragedia sobre sus casas y sus hombres... La frontera: columnas interminables de hombres y cosas... Guardias Móviles: comercios sin escaparates y sin precios fijos y vendedores y compradores; Guardias Móviles, comerciantes de artículos robados en amena charla y regular intercambio.
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