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John Kenneth Galbraith - El dinero: De dónde vino y adónde fue

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John Kenneth Galbraith El dinero: De dónde vino y adónde fue
  • Libro:
    El dinero: De dónde vino y adónde fue
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1975
  • Índice:
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El dinero: De dónde vino y adónde fue: resumen, descripción y anotación

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RECONOCIMIENTO

Este libro fue, en cierto modo, su propio progenitor. Inicialmente tenía que ser un ensayo extenso sobre los problemas y los orígenes de la administración económica y la estabilización monetaria. Era el momento oportuno de hacerlo. Podía inspirarme en toda una vida de lectura, casual o deliberada, pues se presupone que un economista debe conocer estas materias, y yo siempre encontré sumamente atractiva la historia, antigua y moderna, del dinero. Tan interesante era la tarea que el ensayo se convirtió en libro, y el libro se alargó. Y como es fácil comprender, dado el estado actual de estas cosas, fue una tarea muy agradable.

Buena parte de la satisfacción que me produjo se debió a mis compañeros en la empresa. Uno de éstos fue David Thomas, ayudante fiel, inteligente y simpático, ahora perdido desgraciadamente para mí al dedicarse al ejercicio del Derecho. Tenía una notable habilidad para encontrar las cosas que yo necesitaba y también aquellas que necesitaban corrección. Cualquier malhechor que tenga la suerte de caer en sus manos hallará la salvación en el descubrimiento por él de un precepto legal o jurisprudencial que determine su absolución. Mi amiga y auxiliar, Emeline Davis, mecanografió repetidamente el manuscrito y lo corrigió, y cuidó, en general, de todos los trámites hasta dejarlo en la imprenta. Nanny Bers la ayudó y me ayudó también a mí. Y como vengo haciendo desde hace muchos años, sometí todas las cuestiones referentes a la suficiencia de la explicación, a la edición, al estilo y al buen gusto elemental, a la infalible visión y a la implacable autoridad de Andrea Williams. A todos ellos, muchas gracias.

I. EL DINERO

—La señora Bold tiene mil doscientos dólares al año de su propiedad y supongo que el señor Harding se propone vivir con ella.

—¡Mil doscientos al año, de su propiedad! —exclamó Slope y al poco rato se marchó…

«Mil doscientos al año», dijo para sus adentros mientras volvía despacio a casa en su coche. Si fuese verdad que la señora Bold tiene mil doscientos al año, sería una estupidez que él se opusiera a que el padre de ella volviese a su antigua mansión. El hilo de las ideas del señor Slope resultará probablemente claro a todos mis lectores… Mil doscientos al año…

Anthony Trollope, Barchester Towers.

No hace mucho tiempo una de las investigaciones sobre los típicamente intrincados asuntos del 37.º Presidente de los Estados Unidos reveló una transacción extrañamente interesante. Mr. Charles G. Rebozo, buen y reticente amigo de Mr. Nixon, había recibido en beneficio político o personal, del entonces Presidente, 100 000 dólares del todavía más reticente empresario, Mr. Howard Hughes. Se dijo que esta importante cantidad había estado guardada desde entonces en una caja de seguridad durante más de tres años y que después había sido devuelta a Mr. Hughes. Lo más curioso de esta transacción no era que alguien devolviese dinero a Mr. Hughes, que era como devolver lágrimas saladas al océano, sino, más bien, que alguien hubiese dejado tanto dinero depositado. De esta manera, tuvo que perder mucho valor, pues un dólar de 1967 tenía un poder adquisitivo de 91 centavos en 1969, año en que Mr. Rebozo hizo el depósito, y de menos de 80 centavos cuando éste recobró y devolvió el dinero. (A primeros de 1975, bajó a 67 centavos). La compensación parcial de esta pérdida, en forma de intereses, dividendos o, según cabía esperar, beneficios de capital, que cualquier hombre medianamente prudente habría exigido, había sido renunciada. El más remiso de los prestatarios de la Parábola de los Talentos había sido increpado severamente por no haber hecho producir el préstamo original. Ni Mr. Nixon ni Mr. Rebozo tenían fama de indiferentes en cuestiones pecuniarias, y sin embargo su actuación financiera había estado muy por debajo de la del mal administrador de la Biblia. Hubo una incredulidad general y muchos movieron la cabeza ante tamaña incompetencia.

Este episodio constituyó una notable demostración de lo ocurrido en las actitudes frente al dinero. Todo el mundo espera su depreciación. Nadie sugirió que el Presidente, que era en definitiva el responsable de sostener el valor de la moneda, hubiese cometido la torpeza de apostar personalmente por su capacidad de conseguirlo. Se pensaba que, como todos los demás, necesitaba una estrategia para equilibrar su deterioración, aunque sin esperanzas de éxito. Tampoco había ningún país en el mundo no socialista cuyo jefe tuviese más confianza que el Presidente de los Estados Unidos en mantener el valor de la moneda. La tendencia era la misma en todas partes: elevación de los precios y descenso del poder adquisitivo del dinero a un ritmo incierto e irregular. Nada es eterno. No obstante, a muchos debió de parecerles que esta tendencia era desconsoladoramente persistente.

Pero los que depositaban alegremente 100 000 dólares en billetes no eran las principales víctimas. Era mucho peor la posición de aquéllos cuya pequeña riqueza o pequeña renta estaban fijadas en dólares, libras, marcos, francos u otras monedas y que no sabían lo que podrían comprar con ellas en el futuro, aunque siempre sería menos. En el siglo pasado hubo una gran incertidumbre en los países industriales sobre la manera de ganar dinero, pero no la hubo sobre el servicio que prestaría una vez conseguido. En el siglo actual, el problema de ganar dinero, aunque sigue siendo considerable, ha mejorado. Pero, en su lugar, ha surgido una nueva incertidumbre sobre lo que valdrá el dinero, con independencia de la manera como haya sido adquirido y acumulado. Antiguamente, el hecho de tener una renta segura en dinero era considerado —como pensaba el señor Slope— una gran ventaja. En la actualidad, se piensa que tener uha renta fija es una manera de empobrecerse, y no lentamente. ¿Qué le ha pasado al dinero?

Durante mucho tiempo fue de buen ver entre los historiadores el mostrarse modestos, salvo en lo más recóndito de sus creencias, sobre las lecciones de la Historia. Quizás ésta enseña solamente que enseña poco. En lo concerniente al dinero, esta modestia es injustificada. La historia del dinero enseña mucho o se puede hacer que enseñe mucho. Ciertamente, es muy dudoso que puedan aprenderse por otros métodos nociones duraderas sobre el dinero. Las actitudes frente al dinero siguen grandes oscilaciones cíclicas. Cuando el dinero es malo, la gente quiere que sea mejor. Cuando es bueno, la gente piensa en otras cosas. Solamente estudiando las cuestiones en el curso del tiempo, se puede ver que aquellos que sufren la inflación anhelan una moneda estable y que aquellos que aceptan la disciplina y el coste de la estabilidad llegan a aceptar los riesgos de la inflación. Este ciclo nos enseña que nada, ni siquiera la inflación, es permanente. También aprendemos que el miedo a la inflación puede ser tan perjudicial como la propia inflación. Y también nos enseña la Historia, más claramente que cualquier otra disciplina, cómo ha evolucionado el dinero y las técnicas para su uso o su mal uso y cómo éstas sirven o dejan de servir. Gracias al pasado, vemos cómo las instituciones nuevas —corporaciones, sindicatos, política de bienestar social— han alterado el problema de conservar la estabilidad de precios en el presente, y cómo las circunstancias cambiantes —movimiento hacia una estructura de clase en la que un número decreciente de personas aprende a exigir menos, interés político cambiante del potentado— han complicado enormemente la tarea.

Este libro se preocupa de las lecciones de la Historia, más que de la Historia misma. Su propósito es didáctico y expositivo, más en relación con el presente que con el pasado. Pero su propósito es también menos que completamente solemne. Hay muchas cosas fascinadoras en la historia del dinero. Y hay muchas más que ilustran elocuentemente el comportamiento humano y la locura humana. Que el amor al dinero es la causa de todos los males es algo que puede discutirse. Adam Smith, profeta para muchos de una autoridad sólo ligeramente inferior a os de la Biblia, pensaba, en 1776, que de todas las ocupaciones a que hasta entonces se había dedicado el hombre —guerra, política, religión, diversiones violentas, sadismo no compensado—, la de ganar dinero era, socialmente la menos perjudicial. Pero es indudable que el afán de dinero, o cualquier asociación duradera con él, es capaz de provocar un comportamiento no sólo chocante, sino francamente irracional. Hay buenas razones para ello. Los hombres poseedores de dinero, como antaño los favorecidos por una noble cuna y un título importante, se imaginan indefectiblemente que el respeto y la admiración que inspira el dinero son realmente debidos a su propia sabiduría o personalidad. El contraste entre la opinión que tienen de ellos mismos, reforzada de este modo, y la con frecuencia ridícula y corrompida realidad, ha sido siempre fuente de pasmo y de diversión. De una manera parecida, siempre ha causado una especie de satisfacción morbosa la rapidez con que se evaporan el respeto y la admiración al quedarse el individuo sin dinero.

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