Jorge Martínez Reverte - La batalla de Madrid
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- Libro:La batalla de Madrid
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2004
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La batalla de Madrid: resumen, descripción y anotación
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Hace sólo seis días que ha empezado el otoño, y en los campos soplan tempestades revolucionarias y vientos de miedo. Un rumor de pasos africanos se acerca a Madrid. Los generales sublevados, los vencedores de Toledo, quieren tomar café en la Gran Vía y oír misa en los Jerónimos.
Un cerco de muerte acecha desde Majadahonda hasta Vallecas. Regulares y legionarios atacan en la Casa de Campo y asaltan la Ciudad Universitaria protegidos por los cañones del cerro Garabitas. Allí, en las trincheras, junto a las facultades, en las salas del Clínico, les paran los milicianos socialistas, republicanos, anarquistas y comunistas, las brigadas internacionales; el pueblo de Madrid, hombres y mujeres que no les dejan pasar.
Dentro de la ciudad hay otro frente en el que miles de personas sobreviven al miedo. Ya no hay apenas paseos, pero aún se fusila al margen de la ley.
Durante cuatro largos meses de combate, Madrid será la patria del sufrimiento. Cuando, agotados, descansen los frentes, seguirá la batalla en el cielo. Bombas sobre Alcalá, bombas sobre El Prado, bombas sobre Atocha… Arden las chabolas del barrio de Tetuán, arde el palacio de Liria… Una alfombra de niños muertos cubre Getafe. Y aparece la punzada del hambre. Ya no hay qué comer en Madrid, pero Madrid resiste.
A oscuras, las calles están desiertas y ciegas, resuenan las descargas de fusilería, el chasquido rítmico de las ametralladoras y, de vez en vez, los cañonazos densos y opacos. En el pecho la angustia, la zozobra y el dolor de todo y por todo.
Pero Madrid resiste. Y se hace leyenda.
Jorge Martínez Reverte
ePub r1.1
ugesan64 19.12.14
Título original: La batalla de Madrid
Jorge Martínez Reverte, 2004
Editor digital: ugesan64
ePub base r1.2
A Pacho Fernández Larrondo y a Carmen Martín, por su increíble generosidad.
A Luz Rodríguez, Manolo García y Paco Oña. Yo sé por qué.
A mis sobrinos Ismael, Álvaro, Daniel, Javier y Pablo Martínez; Ignacio y Jorge D’Olhaberriague ; Miguel y Javier Santos; Jaime Bowen; Juan Manuel Fernández, Manuel y Álvaro Reverte, Agustín Tena y Jacobo Solares; Luis y Miguel Fonseca; Nicola y Pablo Antonakoglou; Jorge Paramio; Jon Onaindía; Andrés Arjona; Manu Freire; Marco Krahe; Auxias Lobatón; Tomás Grau; Sergi y Jan Vilanova; Alfredo Deaño; Carlos y Javier Corominas. Porque los libros sobre guerras no son sólo para chicas.
A Manolo, María Reyes, Fernando, Paloma y Fátima Reverte.
A Mari Celi, Elena y Antonio Castro.
Muchos agradecimientos,
algunas explicaciones y una amenaza
H E PUESTO EN ESTE LIBRO EXIGENCIA Y ESFUERZO. Espero que también algo de talento. A los lectores, las dos primeras cosas les tienen que ser indiferentes porque lo que quieren es que un libro de historia se lea bien y les informe con rigor. Es ahí donde la existencia de talento es necesaria. Que a uno le cueste más o menos terminar un trabajo no es importante para quien disfruta o padece el resultado.
A mí me fascina la idea que los griegos antiguos tenían sobre la historia. La consideraban una variante de la poética, o sea, de la narración. Siguiendo sus sabias concepciones, he hecho una apuesta literaria. Una apuesta que acompaña un trabajo de documentación intenso y extenso para el que he gozado del apoyo de una persona tan trabajadora y eficaz como Diana Plaza.
El aspecto documental de la historia es una de sus facetas más apasionantes. Sobre todo cuando uno descubre datos nuevos, que no han sido utilizados antes por otros colegas y arrojan luz nueva sobre algún hecho que sigue sin ser desvelado en sus motivaciones o protagonismos.
No puedo evitar sentir una inmensa satisfacción cuando me topo con uno de esos documentos. En los archivos de la CNT, por ejemplo, dormían un sueño prolongado actas de reuniones cruciales cuyo estudio proporciona una forma distinta de interpretar la acción de los anarquistas durante los días de la defensa de Madrid. Y sobre algo más: el confuso episodio de las sacas. Creo honradamente que la consulta de esos archivos y el testimonio de un protagonista como Gregorio Gallego me han permitido contar bajo una nueva luz aquellos hechos. A Gregorio Gallego y a los que cuidan los papeles de la CNT, por tanto, va mi primer agradecimiento.
También a la eficiencia y amabilidad de quienes trabajan en el Archivo Histórico Nacional, donde encontré muchas cosas pero, sobre todo, una carta aún inédita de Vicente Rojo que sirve para conocer mejor al personaje. Y mi agradecimiento también a los funcionarios del Servicio Histórico Militar de Ávila, donde reposa la historia de muchas unidades franquistas que tienen gran presencia en este libro.
Desde luego, siempre estaré agradecido a la Fundación Pablo Iglesias, cuyos archivos merecen seguir siendo estudiados. Algo que hacen fácil quienes trabajan allí.
La Hemeroteca de Madrid ha sido también una fuente importante de documentación.
Mi agradecimiento a todas las personas e instituciones que velan por esos documentos no me impide, sino que me obliga a reclamar que se instituya, de una vez un centro único en el que puedan estudiarse los archivos de la historia de nuestra guerra civil y el franquismo.
Pienso que la historia reciente no puede hacerse bien sin hablar con quienes la vivieron. Algunas veces porque de este modo un dato se valora mejor. Y todas las veces porque sin la emoción es imposible reconstruir de veras lo que sucedió. ¿Se puede decir que Madrid era una ciudad disparatada dónde convivían el pánico y la alegría sin oír hablar a quienes sentían eso? En cierta ocasión, mi amiga Mercedes Cabrera me señaló lo trascendente que era para narrar la historia que los personajes, en el momento de la entrevista con el investigador, volvieran a los hechos como si los estuvieran viviendo de nuevo.
Esa constatación se produce, para mí al menos, en cada página de este libro. Las vidas, las visiones particulares de los protagonistas, no son anécdotas, sino esencia de lo que se cuenta. Son muchos, por suerte, y con todos ellos tengo una enorme deuda.
Todos excepto uno han dado su nombre completo. Me he dado a mí mismo la licencia de incluir la historia del testigo que no ha deseado aparecer con su filiación completa porque me consta, por lo que le he conocido y por otros testimonios complementarios, que lo que me ha contado refleja la verdad. Se trata de Juan B., teniente de regulares. El tiene sus razones para ello y yo he de respetarlas aunque no las comparta.
En todos los casos, las personas a las que he entrevistado junto con Diana Biaza han mantenido el mismo comportamiento de gran decencia y dignidad: no han pretendido justificarse, sino contar lo que sucedía ante sus ojos. Para quien recaba esos testimonios, nada puede ser mejor que eso. Así, lo único que he hecho con ellos ha sido cambiar el tiempo verbal para adecuarlo a una narración que se construye en presente para conseguir tensión y agilidad. Las fechas en que se incluye cada una de las partes de un testimonio están contrastadas. Puede ser que en algún caso haya un error de pocos días, fruto de las lógicas vacilaciones de la memoria sobre hechos transcurridos hace más de sesenta años, pero esos posibles errores nunca son relevantes para alterar la verdad sobre los acontecimientos.
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