Um andar solitário entre a gente.
Luís de Camões
Un andar solitario entre la gente.
Francisco de Quevedo
A book should not be planned out beforehead, but
as one writes it will form itself, subject to the
constant emotional promptings of one’s personality.
(Un libro no se debe proyectar de atemano:
a medida que uno escribe irá tomando forma,
sometido a los impulsos emocionales de uno.)
James Joyce
I
OFICINA DE INSTANTES PERDIDOS
Escucha los Sonidos de la Vida. Soy todo oídos. Escucho con mis ojos. Escucho lo que veo en los anuncios y en los titulares de los periódicos y en los carteles y letreros de la ciudad. Voy viajando a través de una ciudad de palabras y voces. Las voces hacen vibrar el aire y llegan por mi oído interno al cerebro convertidas en impulsos nerviosos. Las palabras las oigo al pasar o cuando alguien se queda un rato a mi lado hablando por un teléfono móvil o las leo en cualquier lugar o en cualquier superficie hacia la que mire, cada pantalla. Las palabras escritas me llegan como sonidos de voces, notas que leo en una partitura, a veces queriendo distinguir varias palabras simultáneas, deducir las que no oigo porque se han alejado muy rápido de mí o porque las borra un ruido más fuerte. Las diferencias en las tipografías forman una incesante polifonía visual. Soy una grabadora en marcha, oculta en el teléfono futurista de un espía de los años sesenta, en el iPhone que llevo en el bolsillo. Soy la cámara que quería ser Christopher Isherwood en Berlín. Soy una mirada que no quiere distraerse ni para un parpadeo. El bosque tiene oídos, dice al pie de un dibujo del Bosco. Los campos tienen ojos. En el interior del tronco hueco de un árbol fosforecen en la oscuridad los ojos amarillos de una lechuza. Un árbol corpulento tiene dos orejas grandes como de elefante que casi rozan el suelo. Una escultura de Carmen Calvo es un gran portalón viejo de madera tachonado de ojos de cristal. Las puertas tienen ojos. Las paredes oyen. Los enchufes oyen, dice Gómez de la Serna.
La Perfección Puede Estar Más Cerca de lo que Crees. Salgo a la calle recién anochecido. Es el oscurecer tardío de la primera noche del verano. Oigo el rumor de bosque de los árboles y la hiedra en los jardines del barrio. Oigo voces de gente invisible que cena al aire libre al otro lado de tapias coronadas por enredaderas o celindas, separadas de la calle por filas de arizónicas. El cielo es azul marino en lo más alto y azul claro en el horizonte donde se recortan las siluetas de los tejados y las chimeneas como en un diorama de noche falsa en tecnicolor. No quiero saber nada del mundo. No quiero enterarme de nada que no sea lo que llega a mis oídos y lo que ven ahora mismo mis ojos. La calle está tan silenciosa que puedo oír mis pasos. El fragor del tráfico suena muy lejano. Oigo en la brisa débil el roce de las hojas de una higuera y el lento vendaval de oleaje en la copa de un gran plátano de Indias. Oigo el silbido de las golondrinas que atraviesan el aire en vertiginosas acrobacias. Una de ellas ha rozado tan limpiamente el agua de un estanque para cazar un insecto que no ha provocado ni una ondulación. Oigo los chasquidos de ecolocalización de los murciélagos. Muchas más vibraciones de las que pueden captar mis toscos oídos humanos estremecen ahora mismo simultáneamente el aire. El aire atravesado por una red tupida de señales de radio transmitiendo todas las conversaciones por teléfono móvil que suceden ahora mismo en la ciudad. Quiero ser todo oídos y todo ojos como el Argos de la mitología, un cuerpo humano cubierto bulbosamente por globos oculares y párpados que se abren y se cierran, o por ojos sin párpados como los de la puerta de Carmen Calvo. Podría ser un superhéroe de Marvel: Eyeman, el Hombre Ojos, un monstruo de película de ciencia ficción de los años cincuenta. Podría ser un desconocido cualquiera y el Hombre Invisible, mejor el de la película de James Whale que el de la novela de Wells. Es en la película donde está la poesía.
Tecnología Aplicada a la Vida. Leo cada una de las palabras escritas que voy encontrando a mi paso. Uso exclusivo bomberos. Alarma conectada con grabación de imágenes. Compro tu coche y te lo pago al contado. Hay una belleza, una perfección sin esfuerzo en la llegada gradual de la noche. La palabra LIBRE viene iluminada en verde claro en el parabrisas de un taxi, suspendida en la calle a oscuras, como recortada y pegada sobre un fondo negro, la cartulina de un álbum. Desemboca al final de un túnel un autobús iluminado y sin pasajeros, a mucha velocidad, un galeón fantasma en alta mar. Un costado entero está cubierto por un anuncio panorámico de salmorejo. Disfruta ahora de los sabores del verano. Las palabras de la calle adquieren una secuencia rítmica. Compro oro. Compro plata. Compro oro y plata. Dona sangre. Compro oro. Dona sangre. En las paradas de autobús brillan paneles luminosos con carteles de estrenos de cine. Dioses y Héroes del Antiguo Egipto . La batalla por la eternidad comienza. Ninja Turtles: Fuera de las sombras . Invitaciones y órdenes y prohibiciones sucesivas en las que hasta ahora no había reparado al pasar por esta calle. Prohibido dejar recipientes fuera de los contenedores. Paso prohibido a las personas. Disfruta nuestros cócteles. Ven a disfrutar con nosotros tu evento. Antes de llegar a la terraza de un bar ya vienen como un coro de murmullos las voces de los bebedores, el sonido de vasos, de cubiertos sobre los platos de raciones. Atravieso sin detenerme la espesura de voces y olores. Carne tostada, grasa animal, humo de frituras y de tabaco, cáscaras de gambas. Especialidad en carnes a la brasa y chuletillas de cordero. Pruebe nuestro arroz con bogavante. Hay un lujo de suculencia verbal, un esplendor de bodegón holandés en la tipografía de los letreros. Croquetas. Chuletón. Gambas al ajillo. Callos a la madrileña. Quesos. Berenjenas con salmorejo. Lubina a la Bilbaína. Empanada de Bonito. Paella. Entrecot. En la acera de Madrid la noche de junio trae una placidez anchurosa de ciudad de playa en la que veranean familias. Voy paseando y dejándome llevar y caigo en la cuenta de que esta noche es la última que vivo en este vecindario en el que he pasado tantos años. Un hombre y una mujer de pelo blanco y aspecto juvenil sonríen con las caras juntas en el escaparate de una tienda de audífonos. En los anuncios, los mayores sonríen no sin optimismo y los jóvenes ríen a carcajadas, con las bocas muy abiertas, mostrando lengua y encías. No me había fijado ni en ese cartel ni en su invitación o su orden, su tipografía de letras blancas sobre el fondo azul de una felicidad de jubilados con audífonos invisibles: Sé todo oídos. Escucha los auténticos sonidos de la vida.