Nosotros somos los nietos de unos abuelos maravil losos.
Rosa y Pedro se llamaban, y de ellos nos sentimos muy orgul losos.
Por eso decidimos contaros su historia, que es la historia de la bondad, una rara y valiosa cualidad que sigue viva en nuestra memoria.
El abuelo Pedro era alto, fuerte y si ncero.
Hablar con él era como leer un libro e ntero.
Su pelo blanco y de punta parecía un cepillo, y su sonrisa era franca como la de un niño.
Le gustaban las letras y también las matemáticas, pero lo que mejor hacía era trabajar como policía.
Su esposa, la abuela Rosa, estaba bien gordita y he rmosa.
Cocinaba increíbles sopas humeantes, ¡y a sus nietos contaba historias fascin antes!
Tejía a mano jerseis de lana caliente para abrigar a los niños y a toda la demás gente.
Los abuelos vivían en Loiro de arriba, un pueblo pequeño pero lleno de vida.
Era un lugar muy tranquilo, y en casa de los abuelos muchos encontraban asilo.
En Loiro había animales de granja, campos floridos y niños desbordando alegría; había vides, avellanos, robles fuertes y cruceros entre dos ca minos.
Los abuelos pasaban allí las tardes haciendo vino, arreglando las flores, regando en el huerto los cul tivos.
Y de tarde en tarde, pobres, mendigos y bandidos pasaban por aquella casa, donde sabían que serían bien recibidos.
Los abuelos se pasaban los días haciendo el bien.
Ayudaban siempre que podían, sin pararse a pensar a quién.
Ellos pensaban que todas las personas, muy adentro en su corazón, lo único que necesitan es una cálida dosis de amor.
Pensaban también que cuando alguien se siente querido la maldad desparece y queda eternamente agradecido.
Las cosas que ellos hacían se relataban como si de un cuento se tr atase.
Parecían fantasía, pero eran ciertas como la vida misma.
Y los nietos pedían a la abuela Rosa que por la noche se las contase, hasta que se quedaban dormidos con una enorme sonrisa.
Empezaba por la historia de aquel hombre llamado Poroto , que llamaba siempre a su puerta pidiendo c omida.
Ellos saciaban su hambre, y cuando el Poroto pasó a mejor vida un helicóptero vino y se lo llevó cielo arriba.
A veces pasaba una mujer con varios hijos colgando: un bebé, un niño y un adolescente ro gando.
Pedían un poco de ropa y algunas monedas.
Los abuelos los vestían y pasaban la tarde con ellos hablando, hasta que, cuento tras cuento, su desgracia acababan olvidando.
Había otro hombre algo loco llamado Pataro, que andaba sin rumbo, perdido y un poco b ebido.
Paseaba días y noches con una carretilla, dormía en la bodega, muchas veces con la barriga vacía.
Tenía miedo a las tormentas, y cada vez que llovía se refugiaba donde los abuelos y se bebía varias botellas de vino.
Él así encontraba consuelo a su vida de soledad, y los abuelos se sentían satisfechos y lo querían de verdad.
El abuelo Pedro, que era policía, hablaba con los presos casi cada día, y, en lugar de hacerles sentir mal por su fechoría, su franco arrepentimiento conseguía, hasta que se creaba entre ellos una bonita amistad.
Y cuando una vez fuera de prisión se encontraban con el abuelo por casualidad, todos repetían sin excepción «¡Muchas gracias, don Pedro, por tanta y tanta bondad!».
A medida que el tiempo pasaba, los abuelos eran conocidos por su gran corazón, por tanta dedicación y genero sidad.
Y la plaza donde su casa estaba era conocida entre los vecinos como Plaza de la Caridad.
Sus nietos aprendieron a quererlos tan intensamente que se empeñaron en que su mensaje llegase a mucha gente y que sus bisnietos y tataranietos los admirasen sin impedimento, aunque fuese solo a través de un c uento.
Todos los jueves por la noche, cuando se juntaban para cenar, el abuelo Pedro repetía a sus nietos sin cesar:
«¡En el mundo no hay personas malas, tan solo de amor y cariño están necesitadas!».
Epílogo
A todos los abuelos: ¡qué suerte más grande tenemos de te neros!
Mamá y papá no paran de trabajar, ¡menos mal que estáis vosotros para conc iliar!
El esfuerzo que hacéis estando a nuestro lado tiene una recompensa que no habíais imag inado.
Vuestro lento caminar es para nosotros la calma en esta vida que da vueltas sin parar.
Cada vez que un problema desencadena nuestro llanto, pronto encontráis la solución: ¡al final no era para tanto!
Vuestra mirada es pura y no se esconde tras pantallas, es hermoso poder hablar sin sentir esa mu ralla.
Y nos hemos dado cuenta de que, aunque algunas cosas os dan trabajo, ¡por vuestros nietos hacéis de piratas, de princesas y hasta de pa yasos!
Son tan bellos esos momentos delicados y se anclan con tanta fuerza en nuestros corazones que, por mucho que el tiempo haga estragos, vosotros seguiréis aquí siempre, fuertes y vivos como l eones.
Así que, por favor, quedaos un ratito más en el mundo ¿no veis que sin vosotros perdemos el rumbo?
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