Jan Valtin - La noche quedó atrás
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- Libro:La noche quedó atrás
- Autor:
- Editor:ePubLibre
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- Año:1941
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La noche quedó atrás: resumen, descripción y anotación
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La noche quedó atrás — leer online gratis el libro completo
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Publicada por primera vez en el turbulento 1941, La noche quedó atrás se convirtió inmediatamente en un éxito que vendió más de un millón de ejemplares sólo en Estados Unidos. Las memorias de Richard Krebs, escritas bajo el pseudónimo de Jan Valtin, son la apasionante crónica de una época, la historia de un hombre profundamente implicado en los sucesos que marcaron las décadas de 1920 y 1930.
Jan Valtin desnuda en estas páginas una vida llena de idealismo, peligro y desengaño, una vida marcada por un gran amor. Revolucionario y espía, Valtin formó parte del Partido Comunista, donde fue ascendiendo posiciones, hasta que fue detenido por la Gestapo y se convirtió en agente doble. Temido y perseguido tanto por Hitler como por Stalin, el testimonio de Valtin proporciona un retrato impresionante de los dos bandos que determinaron el destino del siglo XX.
Este relato de aventuras se lee como una novela llena de suspense, y constituye el mejor retrato del fanatismo político jamás escrito. Alabada por autores de la talla de Mario Vargas Llosa, Jack Kerouac o Hannah Arendt, esta joya ha despertado la admiración de varias generaciones de lectores: «El mejor libro que he leído sobre el siglo XX», F. D. Roosevelt; «Un libro apasionante, auténtico y sin concesiones», H. G. Wells; «Conmovedor e imposible de dejar de leer. Nunca lo olvidarás», Alan Furst. Contiene epílogo inédito.
Jan Valtin
ePub r1.0
Titivillus 02.12.17
Título original: Out of the Night
Jan Valtin, 1941
Traducción: Julio Bernal
Ilustración de cubierta: Archivo IDEE
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
[1] Juego de palabras intraducible. Las siglas de la International World Workers, IWW, organización obrera internacional, corresponden a las iniciales de I won't work, en inglés: «No quiero trabajar». (N. del T.)
[2] Primer verso de La Internacional. (N. del T.)
[3] En castellano en el original. (N. del T.)
[4] Bowery es una calle de mala fama de Nueva York. (N. del T.)
[5] Camarada. (N. del T.)
[6] «Presos para su propia protección», expresión, de una ironía sangrienta, creada por la Gestapo para designar a los detenidos políticos. (N. del T.)
Out of the night that covers me,
Black as the pit from pole to pole
I thank whatever gods may be
For my unconquerable soul.
It matters not how strait the gate,
How charged with punishments the scroll,
I am the master of my fate:
I am the captain of my soul.
La noche quedó atrás… pero me envuelve,
Negra como un abismo entre ambos polos;
Doy gracias a los dioses, cualesquiera sean,
Por mi espíritu indómito.
No importa cuán estrecha sea la puerta
Ni que me halle abrumado de castigos:
Soy capitán triunfante de mi estrella,
Soy dueño de mi espíritu.
WILLIAM ERNEST HENLEY
(Versión de Juan Rodríguez Chicano)
LA LLAMARON AURORA
Lumpenhund
Soy alemán de nacimiento. Sin embargo, mis años de juventud han transcurrido en puntos tan distantes entre sí como el Rin y el Yangtsé. Mi viaje empezó allí donde el Rin se desliza repentinamente hacia el oeste para abrirse un camino a través de las montañas antes de que doble para correr, ancho y rápido, otra vez hacia el norte, dejando atrás el Loreley y las torres de Colonia. Cierto día, en 1904, hallándose mi madre en el camino de Génova a Rotterdam, para reunirse con su esposo, que regresaba de un viaje por alta mar, sintió que había llegado la hora. Interrumpió, pues, su viaje, para dirigirse a la casa de unos conocidos en una pequeña ciudad, cerca de Maguncia. Allí dio a luz su primer hijo. Y antes de que yo contara un mes, me llevó a bordo de un vapor que navegaba por el Rin hacia Rotterdam.
Mi padre dedicó al mar el mayor tiempo de su vida. Pero a pesar de sus viajes por el mundo, conservó siempre la devoción del caminante por la tierra donde había nacido, una devoción de la que no he podido participar. Durante la década que precedió a la guerra mundial, mi padre fue agregado al servicio de inspección náutica del Lloyd Norte Alemán en el Oriente y en Italia. Era un empleo en tierra firme, que le permitía llevar a su familia de puerto en puerto, a costa de la compañía. Uno de los resultados de este nomadismo fue que yo, al contar unos catorce años, hablara, además de mi lengua nativa, algo de chino y malayo, teniendo también un conocimiento superficial del sueco, inglés, italiano y algo de esa jerga indomable del pidgin-English, es decir, del inglés que suelen hablar los culis chinos radicados en los puertos. Otro resultado fue que, desde niño, adquirí conciencia de mi inferioridad frente a los hombres que tenían el privilegio de vivir su juventud en un solo país, frente al fanatismo provocador de quienes han podido arraigarse y decir: «Ésta es mi tierra, éste es el mejor país». Todo esto me dio una triste inestabilidad. Mi desquite fue observar con desprecio de muchacho las sanas manifestaciones de los nacionalistas.
Otra consecuencia de nuestra vida en las costas de todos los mares fue un ansia invencible de Wanderlust, de ver mundo, de recorrer el mundo. Durante las horas calurosas de las tardes corría para explorar los puertos y observar las maniobras de los barcos y el trabajo de los estibadores. Conocía los olores de los sollados y de las bodegas; cuando el viento soplaba, podía distinguir el aroma del cáñamo o de la copra o de las maderas tropicales desde un kilómetro de distancia de los muelles respectivos. Me gustaba leer libros sobre exploradores y sus audaces viajes. Jamás jugaba a los soldados. Yo era más bien un capitán, un jefe de estibadores o un pirata. Al contar doce años, me gustaba conducir el pequeño bote que poseía a través de las aguas agitadas en los estuarios de los ríos Weser y Elba. Y mi momento de mayor orgullo lo vivía al oír decir al capataz del astillero a uno de sus colegas: «Esta cabecita rizada sabe navegar como el diablo».
Raras veces habló mi padre de su pasado lleno de aventuras. Sin embargo, lo hacían por él los tatuajes de sus brazos y de su cuerpo, que representaban anclas, barcos y mujeres exóticas con unas cinturas enormes, como así también sus pesadas condecoraciones de plata, que mostraban un dragón chino o un león persa. Como muchos artesanos alemanes de ese período, era consciente de su clase. Pertenecía al Partido Social Demócrata, era un sindicalista leal y consideraba al káiser como un payaso superfluo. Era militante, pero en forma moderada y serena, aunque capaz de repentinas explosiones de ira, y creía firmemente en un futuro socialista, justo y bello.
Mi madre, una mujer valiente y profundamente religiosa, soñaba con una sola cosa: poseer algún día una casa sobre una colina, con un jardín y plantaciones de abedul a su alrededor, un refugio amable hacia donde volasen sus cuatro hijos —a quienes quería ver dedicados a la carrera marítima—, para pasar allí sus permisos después de cada viaje. Era oriunda de Schonen, la provincia situada más al sur de Suecia; poseía esa hospitalidad natural y ese amor respetuoso hacia todo ser viviente tan característicos de los suecos.
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