Adam Silvera - Sólo Quedó Nuestra Historia
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- Libro:Sólo Quedó Nuestra Historia
- Autor:
- Editor:Puck
- Genre:
- Año:2018
- Índice:4 / 5
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Sólo Quedó Nuestra Historia: resumen, descripción y anotación
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Traducción de Daniela Rocío Taboada
Argentina – Chile – Colombia – España
Estados Unidos – México – Perú – Uruguay
Título original: History Is All You Left Me
Editor original: Soho Teen, un sello de Soho Press, Inc.
Traducción: Daniela Rocío Taboada
1.ª edición: Junio 2018
Esta es una obra de ficción. Todos los acontecimientos y diálogos, y todos los personajes, son fruto de la imaginación de la autora Por lo demás, todo parecido con cualquier persona, viva o muerta, o lugares y organizaciones de diversa índole es puramente fortuito.
Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copyright , bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.
Copyright © 2017 by Adam Silvera
All Rights Reserved
© de la traducción 2018 by Daniela Rocío Taboada
© 2018 by Ediciones Urano, S.A.U.
Plaza de los Reyes Magos 8, piso 1.º C y D – 28007 Madrid
www.mundopuck.com
ISBN: 978-84-17312-10-7
Fotocomposición: Ediciones Urano, S.A.U.
Para aquellos con historias grabadas en su mente y en su corazón.
Gracias a Daniel Ehrenhaft, quien me descubrió, y a Meredith Barnes, quien ayuda a que todos me encuentren. Son el mejor equipo de trabajo del mundo.
PRESENTE
LUNES 20 DE NOVIEMBRE DE 2016
Todavía estás vivo en universos paralelos, Theo, pero yo vivo en el mundo real, donde esta mañana estás teniendo un funeral a cajón abierto. Sé que estás allí afuera, escuchando. Y deberías saber que estoy muy furioso porque juraste que nunca morirías y, sin embargo, aquí estamos. Duele aún más porque esta no es la primera promesa que has roto.
Analizaré los detalles de esta promesa otra vez. La hiciste el último agosto. Créeme cuando digo que no estoy hablándote de manera condescendiente mientras rememoro este recuerdo, y muchos otros, con gran detalle. Dudo siquiera que te sorprenda, dado que siempre bromeábamos acerca de cómo tu cerebro funcionaba de manera extraña. Sabías tantos datos triviales como para llenar cuadernos, pero de vez en cuando olvidabas cosas más importantes, como mi cumpleaños este año (el diecisiete de mayo, no el dieciocho), y nunca cumpliste con tus clases nocturnas, aunque te regalé una agenda genial con zombis en la cubierta (que probablemente —ya sabemos— te obligaron a tirar). Solo quiero que recuerdes las cosas del mismo modo que yo. Y si ahora te molesta que hable del pasado —como sé que sucedió cuando dejaste Nueva York para irte a California— quiero que sepas que lo lamento, pero, por favor, no te enfades conmigo por revivirlo todo. Solo me quedó nuestra historia.
Nos hicimos promesas el día que rompí contigo para que pudieras hacer lo tuyo en Santa Mónica sin que yo te retuviera. Algunas de esas promesas salieron mal, pero no se rompieron, como cuando dije que nunca te odiaría a pesar de que me diste suficientes razones para hacerlo, o como cuando nunca dejaste de ser mi amigo a pesar de que tu novio te lo había pedido. Pero el día en el que estábamos caminando hacia la oficina de correos con Wade para enviar tus cajas a California, caminaste hacia atrás en la calle y casi te arrolla un automóvil. Vi nuestro destino —encontrar nuestro camino de regreso cuando fuera el momento adecuado, sin importar nada más— desaparecer, y te hice prometer que siempre cuidarías de ti mismo y que nunca morirías.
«Vale. Nunca moriré», dijiste mientras me abrazabas.
Si había una promesa que tenías permitido romper, no era esa, y ahora estoy obligado a acercarme a tu ataúd en una hora para decir adiós.
Aunque no será un adiós.
Siempre estarás aquí, escuchando. Pero estar cara a cara contigo por primera vez desde julio y por última vez en la vida será imposible, en especial por la compañía indeseable de tu novio.
Mantengamos su nombre alejado de mi boca lo máximo posible esta mañana, ¿vale? Si existe alguna posibilidad de que sobreviva a este día, a mañana y a todos los días subsiguientes, creo que necesito regresar al inicio, cuando éramos dos chavales que forjaban un vínculo entre rompecabezas y se enamoraban.
Lo que sucede después de que te desenamoraste de mí es lo que está mal. Lo que sucede después de que rompimos es lo que me pone tan nervioso. Ahora puedes verme, donde sea que estés. Sé que estás ahí y sé que me observas, atento a mi vida para unir todas las piezas tú solo. No son solo las cosas vergonzosas que hice las que me están enloqueciendo, Theo. Lo que me vuelve loco es que sé que aún no he terminado de hacerlas.
PASADO
DOMINGO 8 DE JUNIO DE 2014
Hoy estoy haciendo historia.
El tiempo avanza más rápido que este tren L, pero todo está bien porque estoy sentado a la izquierda de Theo McIntyre. Lo conozco desde la escuela primaria, cuando captó mi atención durante el recreo. Me llamó con la mano y dijo:
«Ayúdame, Griffin. Estoy reconstruyendo Pompeya».
Un rompecabezas de cien piezas de Pompeya, obviamente. En ese entonces, yo no sabía nada acerca de Pompeya. Creía que el Monte Vesubio era la guarida oculta del villano de un cómic. Las manos de Theo me habían embelesado mientras, antes de comenzar, organizaba las piezas del rompecabezas en grupos según sus tonalidades, separando las calles de granito de las construcciones demolidas cubiertas de ceniza. Ayudé con el cielo y armé todas las nubes mal. No avanzamos demasiado ese día, pero hemos permanecido unidos desde entonces.
Nuestra salida de hoy nos lleva de Manhattan a Brooklyn para comprobar si los tesoros perdidos de algún mercado de pulgas cuestan mucho más de lo que deberían, como dicen todos. Sin importar dónde estamos, Brooklyn o Manhattan, el patio de recreo o Pompeya, he planeado cambiarle las reglas del juego a Theo en este día par. Solo espero que él tenga ganas de seguir jugando.
—Al menos, estamos solos —digo.
Es prácticamente sospechoso cuán vacío está el vagón del metro. Pero no lo cuestiono. Estoy demasiado ocupado soñando despierto con cómo sería compartir siempre este espacio y cualquier otro con este sabelotodo que ama la cartografía, los rompecabezas, la animación y descubrir qué mueve a las personas. En un vagón atestado de gente, Theo y yo solemos apretujarnos juntos cuando nos sentamos, nuestras caderas y nuestros brazos quedan comprimidos unos contra otros, y es muy parecido a abrazarlo, excepto que no debo soltarlo tan rápido. Apesta que Theo esté sentado directamente frente a mí ahora, pero al menos, tengo una vista fantástica. Unos ojos azules que encuentran algo maravilloso en todo (incluso en los anuncios de blanqueamiento dental), el pelo rubio que se oscurece cuando está húmedo, la camiseta de Juego de Tronos que le regalé para su cumpleaños en febrero.
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