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Javier Cavanilles - El tarot: ¡vaya timo!

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Javier Cavanilles El tarot: ¡vaya timo!
  • Libro:
    El tarot: ¡vaya timo!
  • Autor:
  • Editor:
    Editorial Laetoli, Pamplona
  • Genre:
  • Año:
    2009
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El tarot vaya timo
Javier Cavanilles

En una cálida noche de verano, en un tren que iba a ninguna parte,conocí a un jugador, los dos estábamos demasiados cansados para dormir.

Hicimos turnos para mirar por la ventana hacia la oscuridadhasta que nos pudo el aburrimiento y empezó a hablar.

Me dijo: "Hijo, mi vida se basa en leer la cara de la gentey saber qué cartas llevan por la manera de sostener la mirada.

Así que, si no te importa que te lo diga, veo que te has quedado sin ases.

Si me dejas probar tu whisky, te daré unos consejos".

Así que le pasé mi botella y se bebió mi último trago.

Me levantó un cigarro y me pidió fuego.

De pronto, la noche se paró, su cara perdió toda expresióny me dijo: "Chico, si vas a jugar, debes aprender a hacerlo bien.

Tienes que saber cuándo quedártelas y cuándo descartarte,Cuándo dejarlo y cuándo salir corriendo

Y nunca cuentes el dinero cuando estés sentado a la mesa,ya tendrás tiempo de hacerlo cuando acabe la partida".

[...]

Ahora todos los jugadores saben que el secreto para sobrevivires saber qué hay que tirar y qué hay que conservar.

Porque cada mano es ganadora y cada mano es perdedora,y lo mejor a lo que se puede aspirar es a morir durmiendo.

Kenny Rogers, "The Gambler" (1978)

El origen ocultista

Aunque todo el mundo sabe qué es el tarot, lo cierto es que resulta difícil encontrar una buena definición para este tipo de baraja. En algunos países (como Francia, Italia, Suiza o Alemania) es todavía un juego de naipes relativamente popular. En Francia, por ejemplo, cualquier aficionado puede comprar el llamado tarot de Astérix pero quedará decepcionado, ya que no sirve para leer el futuro, una propiedad asociada al mazo. En realidad deberíamos decir que el tarot es una familia de juegos pues se puede practicar con varios tipos de reglas. Y si somos más precisos, habría incluso que hablar de juegos de los tarots, ya que en realidad la palabra se refiere a 22 cartas que se añadieron a los cuatro palos tradicionales (oros, bastos, espadas y copas). Como mazo, tiene una estructura particular.

Cada palo tiene 14 cartas, unas numeradas del 1 al 10 y otras cuatro (llamadas de corte) con figuras de mayor a menor importancia (paje, caballero, reina y rey). Además, existe esa especie de quinto palo con 21

cartas que tienen asociado un nombre (el Mago, el Juicio Final, la Rueda de la Fortuna, el Sol...). Originariamente se les conocía como triunfos, luego como tarots (en plural), y finalmente como arcanos mayores (en oposición a los arcanos menores, es decir, el resto de la baraja). El mazo se completa con una última carta conocida como El Loco, que generalmente se incluye dentro de los arcanos mayores, y sobre cuya verdadera naturaleza podría hablarse largamente (a día de hoy, no hay opinión unánime).Sin embargo, el tarot es más famoso por otro tipo de uso: la adivinación, el ocultismo y el crecimiento personal. Son tres elementos que pueden ir juntos, por separado o combinados en distintos porcentajes.

Cuando esto se produce, lo mejor es referirse a la baraja como cartas demeditación. El proceso por el que el juego de tarot ha derivado en lo que es hoy es largo, está sujeto a discusión, y a veces es difícil separar en él la realidad histórica de la leyenda.

En primer lugar, es casi tarea imposible saber cuándo nace. Los juegos de naipes son de origen chino y fueron introducidos en Europa por los árabes. Esos juegos fueron el vehículo por el que el tarot llegó al viejo continente como medio de meditación o crecimiento personal, pero también como libro de sabiduría. El conocimiento plasmado en el tarot se pierde en la noche de los tiempos. Comienza con unas enseñanzas que se transmiten de maestro a aprendiz, primero de manera oral, luego escrita y, finalmente, codificada. Este punto es importante ya que explica cómo han llegado hasta nuestros días unos conocimientos que se originaron (en parte) en el antiguo Egipto. Es complicado determinar cuándo tuvo lugar ese momento. Para ello hay que viajar hasta Alejandría, donde en el siglo III a. C. los ptolomeos decidieron ubicar la mayor biblioteca conocida hasta entonces, y en cuyas estanterías hubo, según se dice, cientos de miles de manuscritos. Arquímedes, Eurípides y Galeno fueron algunos de los padres de disciplinas como las matemáticas, la geometría, la astronomía o la robótica que trabajaron en ella.

En algún momento entre el siglo III y IV, la biblioteca fue destruida, lo que supuso la desbandada de los mejores pensadores de aquella época, que convirtieron la ciudad marroquí de Fez en su nuevo punto de reunión.

Probablemente fue ahí donde se tomó la idea de salvar lo más valioso de ese saber de posibles futuras destrucciones. Por supuesto, no todos los libros que se conservaron en Alejandría eran ejemplares únicos, pero sí había uno que no se podía encontrar en ningún otro lugar del mundo: el Libro de Toth, de origen egipcio. En realidad nunca fue un libro sino un conjunto de 78 láminas de oro que resumían en lenguaje simbólico lo más esencial del saber humano: una especie de semilla que, al germinar, podría devolver al mundo todo lo que las llamas se llevaron. Como si se tratase de una botella lanzada al océano por un náufrago con la vana esperanza de que alguien pudiera abrirla y acabar con la condena, se tomó la decisión de esconder aquel libro en un lugar donde las autoridades —presentes o futuras— no pudieran encontrarlo jamás, en espera de que algún día pudiese ser descifrado. La decisión no pudo ser más acertada y decidieron esconderlo a la vista de todo el mundo: lo convirtieron en una inocente baraja de cartas.

Algunos estudiosos sitúan la aparición del tarot en fecha algo más tardía, a principios del siglo XIII, y rechazan que el origen de ese conocimiento fuera egipcio. No discuten que Fez fuese el lugar de nacimiento, pero los contenidos no derivan directamente del Libro de Toth sino de una reunión a la que se convocó a estudiosos, místicos, cabalistas, astrólogos, videntes... y demás depositarios de todos los saberes perdidos (o perseguidos) del mundo, que decidieron crear una especie de biblioteca en la que estuviese depositada la esencia de todo el conocimiento. Según esta hipótesis, la idea de recurrir a un código pictográfico se debía a la necesidad de plasmarlo todo en un idioma común que superara cualquier frontera lingüística: el lenguaje universal de los símbolos.

Aquel mazo se hizo famoso entre las poblaciones gitanas que, desde tiempos inmemoriales, practicaban el arte de la videncia. Aun sin saber qué significaban aquellas extrañas cartas (que contaban con un original quinto palo de 22 naipes ricamente ilustrados), fueron ellos quienes, de manera puramente intuitiva, aprendieron a utilizarlas para leer el futuro.

Fue un primer paso iniciático que los grandes ocultistas posteriores considerarían siempre como el uso más indigno de cuantos se le pueden dar. Para ellos, el tarot siempre será mucho más; y la adivinación, su faceta menos importante. Tras recorrer el norte de África, los gitanos llegaron a España y de ahí se extendieron por todo el continente. A medida que la baraja se fue difundiendo por otras poblaciones repartidas por todo el Mediterráneo, se transformó en un simple juego y se olvidó su historia.

Así fue hasta que, en vísperas de la Revolución Francesa, Antoine Court de Gébelin, hombre de indudable prestigio en su época y padre del ocultismo, empezó a estudiar las cartas y logró desentrañar su historia y su verdadero significado. Según explicó en 1781 en la octava entrega de Lemonde primitif :

Si alguien escucha el anuncio de que aún existe una obra de los antiguos egipcios, uno de sus libros que escapó a las llamas que devoraron sus magníficas bibliotecas, y que contuvo en toda su pureza sus doctrinas sobre temas apasionantes, estará interesado, sin duda, en llegar a conocer un libro tan valioso y peculiar. Si se añadiera que ese libro está plenamente extendido por gran parte de Europa, y que durante siglos ha estado en manos de todo el mundo, la sorpresa sería sin duda mayor: ¿y no sería todavía mayor si se dijera que nunca se sospechó que fuese egipcio, que fue poseído como si no hubiera sido poseído, que nadie intentó jamás descifrar una sola página, y que el fruto de una refinada sabiduría era visto como una amalgama de extrañas figuras sin significado? ¿No pensará cualquiera que quien diga esto se está riendo de quienes le escuchan?

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