1. ¿Qué dice el psicoanálisis?
Poca gente ha leído la obra de Freud pero, por así decir, casi todos hemos visto la película. En la sociedad occidental algunos conceptos del psicoanálisis son tan conocidos como los del cristianismo. No es necesario haber leído a Freud para estar familiarizado con nociones como el complejo de Edipo o de represión, como no hay que haber leído la Biblia para conocer la historia de Adán y Eva y el pecado original. Son ideas que nuestra cultura transmite como propias y que cualquiera da por supuestas al escribir un texto o incluso al contar un chiste.
En este libro no examinaremos en detalle la teoría psicoanalítica, pero antes de entrar en materia conviene hacer un breve repaso. En el primer apartado revisaremos los elementos teóricos freudianos; en el segundo, algunas de las principales aportaciones de otros psicoanalistas, que en unos casos se opusieron a ciertos aspectos de la doctrina de Freud y en otros defendieron una vuelta a la obra del maestro.
La que dijo Freud
Esta historia, la historia del psicoanálisis, empezó una tarde del siglo XIX en la consulta del doctor Joseph Breuer en Viena. El doctor Breuer tenía como paciente a una mujer joven e inteligente con persistentes síntomas de una enfermedad mental entonces conocida como histeria. Por aquellos años la histeria se consideraba todavía como una afección exclusivamente femenina derivada de ciertos desarreglos relacionados con el sistema reproductor de la mujer. El tratamiento, en consecuencia, se hallaba relacionado con dicha concepción de la enfermedad y las histéricas recibían baños calientes o fríos, descargas eléctricas de diversa intensidad, e incluso en ocasiones sus órganos genitales eran manipulados de forma prolongada por parte de un médico o una comadrona. Dicha manipulación las llevaba en algunos casos a lo que los doctores de la época llamaban paroxismo histérico, lo cual, probablemente, no era otra cosa que lo que hoy en día llamaríamos orgasmo. No tenemos razón alguna para dudar de la palabra de aquellos médicos que informaron de que las pacientes se mostraban notablemente relajadas tras dicha manipulación.
Anna O., como se conoce a la paciente de Breuer, había pasado por tratamientos muy variados pero sus síntomas histéricos no remitían. Con Breuer comenzó una terapia basada en las últimas investigaciones que llegaban de Francia: la hipnosis. Pero tampoco parecía que la hipnosis fuera muy útil en el caso de Anna O. Aquella tarde, durante una sesión de hipnosis, Anna se dirigió al doctor Breuer y le dijo algo así como: «Doctor Breuer, si usted me dejara contarle el origen de las cosas que me preocupan, tal vez recordarlo podría ayudarme». En cierto modo, había nacido el psicoanálisis.
Pronto se unió a Breuer, en sus investigaciones y en el tratamiento de Anna O., un joven y ambicioso médico vienes que llegaría a convertirse en uno de los más famosos del mundo y de todos los tiempos: Sigmund Freud. Juntos, Breuer y Freud desarrollaron una teoría sobre la histeria y un método para su tratamiento: el método catártico. La idea principal y bastante novedosa en su momento era la siguiente: las histéricas sufren a cuenta de su pasado y no por algún desarreglo fisiológico. Es importante tener presente que el psicoanálisis surgió a partir de una teoría de la histeria, es decir, a partir de una explicación sobre una enfermedad mental, y además, sobre una enfermedad mental ligada al sexo.
Posteriormente, Freud cambio su método y su objeto de estudio. Sus intereses empezaron a apuntar mucho más alto que en el pasado, ya no quería desarrollar una teoría de la histeria sino todo un sistema explicativo de la personalidad humana. En cuanto al método, abandonó definitivamente la hipnosis y tomó como vía fundamental para acceder a la información que le interesaba la asociación libre: escuchaba al paciente mientras éste hilaba unas ideas con otras sin restricciones. Tal información era de una naturaleza muy especial y, al parecer, el sujeto no tenía acceso a ella de manera directa y consciente. Precisamente por eso, este conjunto de información recibió el nombre de inconsciente.
Freud no fue el descubridor del inconsciente ni la primera persona interesada en investigarlo, pero fue sin duda el mayor impulsor que haya tenido el estudio de dicho concepto. El inconsciente, según Freud, está compuesto por todo aquello a lo que la persona no tiene acceso: fundamentalmente se trata de material reprimido, es decir, el conjunto de experiencias que, por su carácter doloroso o indeseable, han sido expulsadas fuera de la conciencia, a menudo desde los primeros momentos de la infancia. El inconsciente representa el conjunto de impulsos primitivos (hasta cierto punto, los instintos del animal que todos llevamos dentro) que han sido inhibidos durante nuestro desarrollo hacia la edad adulta.
No es fácil, desde luego, pensar en un método para investigar precisamente aquello a lo que no tenemos acceso. Freud propuso, por tanto, la utilización de una metodología totalmente indirecta. En primer lugar, como hemos dicho, empezó a usar la asociación libre. La idea le vino también de sus observaciones de una sesión de hipnosis, pues después del trance hipnótico parecía producirse una amnesia de todo aquello que hubiese sucedido durante la sesión (al menos, eso era lo que sostenían algunos investigadores de la época). Sin embargo, se había descubierto que, si se pedía al paciente que dijese lo primero que le viniera a la mente, diría alguna palabra relacionada con lo que le había sucedido durante el trance. Es decir, las personas no tenían conciencia de ello pero existía un trazo de memoria. Freud pensó inmediatamente que esta misma técnica podría utilizarse con personas no hipnotizadas: si pregunta directamente al paciente por el motivo de su preocupación, el analista chocará con su resistencia a manifestar la verdadera causa del problema; sin embargo, si le deja que hable en libertad, esta persona, sin darse cuenta, dará las claves para acceder a su inconsciente.
Freud recogió también datos de otros actos en los que no participa la voluntad humana. Su idea era la siguiente: nuestra conciencia trata continuamente de ocultar aquello que nos resulta doloroso o inaceptable; si pedimos simplemente a un paciente que nos diga lo que le preocupa, hará referencia solamente a sus síntomas y jamás llegará al fondo del problema. Sin embargo, los actos fallidos y los lapsus lingüísticos nos podrán dar idea de qué es lo que afecta realmente al paciente.
En la teoría de Freud casi no queda lugar para la casualidad. Si olvidamos un objeto, tal vez nos queríamos desprender de él o que llegase a manos de otra persona. Entre estos actos fallidos los más relevantes son los lapsus lingüísticos, esos errores que nos comprometen a veces y que con cierta frecuencia ponen en evidencia a los políticos ante los medios de comunicación. Un político conocido por su tendencia a cometer este tipo de errores es George W Bush. Preguntado, por ejemplo, por la aplicación de la pena capital como gobernador de Texas, dijo: «Creo que no condenamos a muerte a ningún culpable… quiero decir, inocente». En otra ocasión, Bush afirmó que su gobierno no dejaba de pensar en cómo causar «daño a nuestro país y a nuestro pueblo». Estos comentarios provocan la risa de los asistentes a sus conferencias, pero si a ellas acudiese algún psicoanalista sacaría además una conclusión adicional: en sus errores George W. Bush estaría comunicando sus verdaderas intenciones, tal como están registradas en su inconsciente. Es decir, en las adecuadas circunstancias, podría inferirse que Bush pensaba en el fondo que ningún condenado merecía serlo y que su gobierno era dañino para el pueblo americano.
El método propuesto por Freud consistía, por tanto, en analizar los contenidos del inconsciente en cada persona. Junto con la asociación libre y la observación de los lapsus y actos fallidos, otra vía de acceso al inconsciente es la interpretación de los sueños. Durante el sueño, el inconsciente se expresa sin las restricciones impuestas por la voluntad durante la vigilia. Por tanto, en los sueños cumplimos simbólicamente los deseos que no podemos satisfacer cuando estamos despiertos. Todos los sueños serían, según Freud, realizaciones de deseos. Si nos acostamos con hambre, tal vez soñemos que comemos; si por la mañana deseamos seguir durmiendo, es posible que soñemos que nos levantamos y vamos al trabajo o al centro de estudio mientras permanecemos en la cama. Por supuesto, otras necesidades fisiológicas nos harán soñar en consecuencia.