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Jean van Heijenoort - Con Trotsky, de Prinkipo a Coyoacán

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Jean van Heijenoort Con Trotsky, de Prinkipo a Coyoacán
  • Libro:
    Con Trotsky, de Prinkipo a Coyoacán
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1978
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Con Trotsky, de Prinkipo a Coyoacán: resumen, descripción y anotación

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I.

Prinkipo

Llegué a Prinkipo el 20 de octubre de 1932. Tenía veinte años. Acababa de salir de nueve años de internado y me sentía un rebelde total contra la sociedad.

Desde la edad de quince años me consideraba comunista, al principio con una coloración rousseauniana y utopista, después, en medio de la gran crisis económica y de sus repercusiones, con una actitud más directamente política y activista. A partir de la primavera de 1932 era, de hecho, miembro de la Liga Comunista, el grupo trotskista francés de entonces. En aquella época no había carnets de afiliación: éramos tan pocos, apenas una veintena de personas verdaderamente activas en París. Yo participaba en las actividades del grupo que consistían sobre todo en tomar parte en las discusiones y en vender a viva voz La Vérité por las tardes en las bocas de los metros, cuando los obreros salían del trabajo, o el domingo por la mañana en las calles, en los barrios populares. Pegábamos carteles por la noche, lo que a menudo terminaba en una delegación policial, pues nunca teníamos el dinero para ponerles a esos carteles los timbres legalmente requeridos. Fui el primer adherente de la Liga que no había pasado por el Partido Comunista o la Juventud Comunista; todos los que encontraba en la Liga habían sido expulsados de una o la otra de esas organizaciones.

La Liga había sido creada en 1930 y había tenido una vida agitada. En 1932, su dirección se encontraba en manos de dos grupos, Raymond Molinier y Pierre Frank de un lado, Pierre Naville y Gérard Rosenthal, del otro. El primer grupo, seguro de gozar de la confianza de Trotsky, era el que tenía preponderancia. Las diferencias de temperamento y de carácter entre Molinier y Naville eran una fuente constante de conflictos. En 1930 hubo una crisis que amenazó la existencia misma de la nueva organización. La paz tuvo que ser impuesta por Trotsky. Cuando adherí a la Liga, no había desacuerdos profundos entre los dos grupos y la vida interna de la organización era entonces relativamente calma. Pero el antagonismo entre Molinier y Naville habría de dominar la vida del grupo durante los años que siguieron.

El grupo francés formaba parte del movimiento trotskista internacional. Después de 1923 Trotsky había criticado la dirección de la Internacional Comunista por lo que consideraba desviaciones de la vía revolucionaria. Sin embargo, incluso luego de haber sido expulsado de Rusia por Stalin en 1929, Trotsky siempre consideró que su objetivo era reconducir a la Internacional Comunista al camino de la «Revolución», y no crear una organización rival. Aunque formalmente excluidos de las filas de la organización oficial, los trotskistas se consideraban parte de una oposición que por el momento estaba afuera, pero que un día recuperaría su lugar en las filas de la Internacional Comunista. «Nuestras ideas serán vuestras ideas y se expresarán en el programa de la Internacional Comunista», había escrito Trotsky unos años antes.

A mediados de 1932, el principal tema de disputa entre los trotskistas y los stalinistas era la situación en Alemania. Hitler ascendía en forma continua y los dos grandes partidos obreros, el Partido Socialdemócrata y el Partido Comunista, con millones de votos, permanecían desunidos e inertes. El Partido Comunista alemán, por orden de Stalin rechazaba toda acción común con los socialistas, identificándolos con los nazis. A principio de 1932, Stalin había hecho el profundo descubrimiento de que nazismo y socialdemocracia eran «gemelos». La actividad del Partido Comunista alemán descansaba sobre la teoría de que los socialistas eran, en realidad, «socialfascistas». Una publicación comunista oficial declaraba en julio de 1931: «Todas las fuerzas del Partido (Comunista alemán) deben ser lanzadas a la lucha contra la socialdemocracia». El peligro que representaba Hitler era minimizado y varias veces la dirección del Partido Comunista alemán anunció que el movimiento nazi estaba a punto de descomponerse. Trotsky tocó a rebato: denunció la política absurda del Partido Comunista alemán en una catarata de artículos y folletos, llenos de mordacidad y de inspiración. Si hoy echáramos una mirada hacia atrás, esos escritos aparecerían como los más brillantes de todos los que produjo en el exilio.

En julio de 1932 la situación empeoró bruscamente en Alemania, donde hubo un nuevo desplazamiento hacia la derecha. El Partido Comunista francés convocó, para el 27 de julio, a un gran mitin en Bullier, a fin de tratar de justificar la injustificable política del Partido Comunista alemán y de la Internacional Comunista. Bullier era un vasto salón de baile en lo alto del Boulevard Saint-Michel, capaz de contener varios miles de personas y se utilizaba de tanto en tanto para mítines políticos. La Liga había decidido hacerse oír. Queríamos explicar una vez más que las organizaciones socialistas y comunistas debían formar un frente unido contra Hitler. La sala estaba repleta. Y nosotros, apenas unos veinte, en medio de la multitud. Después de uno o dos discursos de oradores oficiales del Partido Comunista, quienes repitieron que en Alemania el enemigo principal era el Partido Socialdemócrata, nosotros abrimos fuego. Raymond Molinier gritó: «¡Pedimos la palabra para una declaración de cinco minutos!». Pudo agregar algunas palabras sobre la gravedad de la situación en Alemania y sobre la necesidad de un frente unido contra Hitler, pero no logró ir muy lejos. A una señal de Pierre Sémard, uno de los dirigentes del Partido Comunista francés y, sin duda, el que tenía ya una especialidad en perseguir a los trotskistas, los miembros del servicio de orden que ya nos habían ubicado y tomado posición alrededor nuestro, se apoderaron de unas sillas y empezaron a golpearnos. Yo fui uno de los que más recibieron. Me sacaron con la cabeza ensangrentada.

Ya en el mes de junio Raymond Molinier me había preguntado si estaba dispuesto a partir a Prinkipo para ser secretario de Trotsky. Se necesitaba alguien y una de las razones que guiaron la elección de Molinier fue sin duda que yo leía ruso, idioma que me había puesto a aprender solo. Mi partida había sido demorada varias veces, pero el 13 de octubre me embarcaba en Marsella, en el Lamartine y, después de una escala en Nápoles y en el Pireo, desembarcaba en Estambul, el 20 por la mañana. Supe más tarde que Pierre Frank, que se encontraba entonces en Prinkipo, había venido a buscarme; pero, en mi apresuramiento, descendí tan rápido que nos desencontramos. Sin abandonar el muelle, tomé inmediatamente el barquito a álabes para Prinkipo, donde desembarqué al final de la mañana, valija en mano. Al llegar a la puerta de la casa, le di una nota al policía turco que allí se encontraba. Fue Jan Frankel quien salió a recibirme. Yo estaba conversando con él en el vestíbulo de la casa cuando Trotsky descendió de su escritorio. Estaba vestido con un traje de lino blanco. Volviéndose hacia Jan, dijo, refiriéndose a mí: «Se parece a Otto». Otto era Otto Schüssler, que vivía entonces allí; como yo, es rubio, pero el parecido se detiene allí: somos muy diferentes por el tamaño y la forma del rostro.

León Trotsky se había exiliado de Rusia a comienzos de 1929. Había llegado a Estambul, proveniente de Odessa el 12 de febrero de 1929, con su segunda esposa, Natalia, y su hijo mayor Liova que entonces tenía 23 años. Trotsky y Natalia habían dejado en Rusia a su hijo menor Serguei, un ingeniero que no se ocupaba de política. Dos meses después de su llegada, Trotsky, Natalia y Liova se instalaron en Prinkipo, una isla en el mar de Mármara. Zinaida, o Zina como le decía, la hija mayor de Trotsky, de su primer matrimonio, había dejado Rusia a fines de 1930 y llegado a Prinkipo el 8 de enero de 1931, con su hijo Vsievolod o Sieva, diminutivo de su nombre. Liova se fue de Prinkipo el 18 de febrero de 1931 para ir a Berlín, a fin de retomar sus estudios de ingeniería y también para participar en la política revolucionaria. Zina, por su parte, dejó Turquía el 22 de octubre de 1931, también con destino a Berlín para seguir un tratamiento médico, dejando a Sieva en Prinkipo.

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