Leon Trotsky - La revolución permanente
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- Libro:La revolución permanente
- Autor:
- Editor:ePubLibre
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- Año:1930
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La revolución permanente: resumen, descripción y anotación
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Carácter obligado de este trabajo y su propósito
La demanda teórica del partido, dirigido por el bloque de la derecha y el centro, ha sido cubierta durante seis años consecutivos con el antitrotsquismo, Único producto de que se dispone en cantidad ilimitada y se reparte gratuitamente. Stalin hizo sus primeras armas en el campo teórico en 1924 con su inmortal artículo contra la revolución permanente. El propio Mólotov recibió el bautismo de «jefe» en esa pila. La falsificación está a la orden del día. Hace pocos días, vi por casualidad un anuncio de la publicación en alemán de los trabajos de Lenin de 1917. Será éste un inapreciable presente a los obreros avanzados alemanes. Pero ya de antemano se puede uno formar idea de las falsificaciones que contendrá, sobre todo en las notas. Baste con decir que en el sumario aparecen en primer lugar las cartas de Lenin a la Kolontay, que se hallaba a la sazón en Nueva York. ¿Por qué? Únicamente porque en dichas cartas figuran algunas observaciones duras con respecto a mí, basadas en una información completamente falsa por parte de la Kolontay, la cual había inoculado, en aquel período, un extremismo izquierdista histérico a su menchevismo orgánico. En la edición rusa, los epígonos se vieron obligados a hacer notar, aunque de un modo equívoco, que Lenin había sido mal informado. Podemos, sin embargo, tener la certeza de que en la edición alemana no figurará ni tan siquiera esta reserva. Hay que añadir, además, que en esas mismas cartas había furiosos ataques contra Bujarin, con el cual se solidarizaba entonces la Kolontay. Pero esta parte de las cartas, por ahora, no ha sido publicada; lo será cuando se inicie la campaña contra Bujarin.
Por otra parte, una serie de documentos, artículos y discursos de Lenin de gran valor, de actas, cartas, etc., siguen sin publicar únicamente porque dejan malparados a Stalin y compañía o destruyen la leyenda del trotsquismo. No ha quedado literalmente nada incólume de la historia de las tres revoluciones rusas, lo mismo que de la del partido: las teorías, los hechos, las tradiciones, la herencia de Lenin han sido sacrificados en aras de la lucha contra el «trotsquismo», la cual, desde la muerte de Lenin, fue concebida y organizada como una lucha personal contra Trotski y se ha desarrollado, de hecho, como una lucha contra el marxismo.
Se ha confirmado nuevamente que lo que aparentemente consiste en remover antiguas discusiones habitualmente viene a satisfacer una necesidad social presente, de la cual no se tiene conciencia y que, en sí, no tiene nada que ver con los debates pasados. La campaña contra el «viejo trotsquismo» no ha sido, en realidad, más que una campaña contra las tradiciones de Octubre, las cuales han ido haciéndose cada día más insoportables y oprimentes para la nueva burocracia. Se ha aplicado el calificativo de «trotsquismo» a todo aquello que pesaba y cohibía. De este modo, la lucha contra el trotsquismo ha venido a convertirse, poco a poco, en la expresión de una reacción teórica y política en los medios no proletarios, y en parte en los proletarios, y en el reflejo de dicha reacción en el partido. En particular, la oposición caricaturesca, históricamente deformada, de la revolución permanente a la «alianza con el campesino» preconizada por Lenin, brotó íntegra en 1923, conjuntamente con el periodo de reacción social y política y en el partido, como una de sus manifestaciones más relevantes, como la repulsión mundial, con sus conmociones «permanentes» como signo de la propensión propia del pequeño burgués y del funcionario al orden y a la tranquilidad. La campaña rencorosa contra la revolución permanente no sirvió a su vez más que para desbrozar el camino a la teoría del socialismo en un solo país, esto es, al nacionalismo de nuevo cuño. Naturalmente, estas nuevas raíces sociales de la lucha contra el «trotsquismo» no demuestran nada por sí mismas en favor o en contra de la teoría de la revolución permanente. Pero, sin la comprensión de estas raíces ocultas, el debate tomaría inevitablemente un carácter académico y estéril.
Durante estos años no podía imponerme el abandono de los nuevos problemas y volver a las viejas discusiones relacionadas con el periodo de la Revolución de 1905, por cuanto se referían principalmente a mi pasado y estaban artificialmente dirigidas contra el mismo.
Para dilucidar las viejas divergencias y, particularmente, mis antiguos errores en relación con las condiciones que los engendraron y dilucidarlos de un modo tan completo que resulten comprensibles a la nueva generación, sin hablar ya de los viejos que han caído en la infancia política, se necesita todo un libro. Parecía absurdo emplear el tiempo propio y el ajeno en esto, cuando figuraban constantemente a la orden del día nuevos problemas de inmensa importancia: la Revolución alemana, la marcha de Inglaterra, las relaciones entre los Estados Unidos y Europa, los problemas planteados por las huelgas del proletariado británico, los fines de la Revolución china y finalmente, y en primer lugar, nuestras contradicciones económicas y político-sociales internas y nuestra misión. Todo esto era, a mi juicio, suficiente para justificar el que dejara constantemente de lado mi trabajo histórico-polémico sobre la revolución permanente. Pero la conciencia social no soporta el vacío. Durante estos últimos años el vacío teórico ha sido llenado, como ya he dicho, con la basura del antitrotsquismo. Los epígonos, los filósofos y peones de la reacción en el partido se deslizaron hacia abajo, fueron a aprender a la escuela del obtuso menchevique Martinov, pisotearon las doctrinas de Lenin, se debatían en un cenagal, y a todo esto lo llamaban lucha contra el trotsquismo. Durante estos años no han producido ningún trabajo más o menos serio o importante que se pueda citar en voz alta sin sonrojarse, ningún juicio político que haya perdurado, ninguna previsión que se haya visto confirmada, ni una sola consigna independiente. Insignificancia y vulgaridad por doquier.
Las Cuestiones del leninismo, de Stalin, representan en sí una codificación de esta escoria ideológica, un manual oficial de la indigencia mental de esa gente, una colección de vulgaridades numeradas (y conste que me esfuerzo en dar las definiciones más moderadas posibles).
El Leninismo, de Zinoviev, es… eso, un leninismo a lo Zinoviev, ni más ni menos. Su principio es casi el mismo que el de Lutero: «Sostengo esto, pero… podría también sostener otra cosa». La asimilación de estos frutos teóricos de los epígonos es igualmente insoportable, con la diferencia de que la lectura del Leninismo, de Zinoviev, causa la sensación de que se atraganta uno con algodón en rama, mientras que las Cuestiones de Stalin, producen la sensación física de cerdas cortadas en pequeños trozos. Estos dos libros reflejan y coronan, cada cual a su modo, la época de la reacción ideológica.
Al adaptar y subordinar todas las cuestiones al «trotsquismo» —desde la derecha, desde la izquierda, desde arriba, desde abajo, desde delante y desde atrás—, los epígonos han cometido la proeza de colocar todos los acontecimientos internacionales en dependencia directa o indirecta con relación al aspecto que tomaba la teoría de la revolución permanente de Trotski en 1905. La leyenda del «trotsquismo», repleta de falsificaciones, se ha convertido en una especie de factor de la historia presente. Y si bien durante estos últimos años la orientación del bloque derechista-centrista se ha visto comprometida en todos los ámbitos del planeta por una serie de bancarrotas de importancia histórica, la lucha contra la ideología centrista de la Internacional Comunista sería ya actualmente inconcebible o, por lo menos, extremadamente difícil sin la valoración de las discusiones y los pronósticos que tienen su origen en los comienzos de 1905.
La resurrección del pensamiento marxista, y por consiguiente leninista, en el partido, es inconcebible sin un auto de fe de todo el desecho de los epígonos, sin la ejecución teórica implacable de los ejecutores del aparato burocrático. Escribir un libro así no tiene, en rigor, nada de difícil. Existen todos los elementos. Y, sin embargo, tropieza uno con dificultades porque, para emplear las palabras del gran satírico Saltikov, se ve uno forzado a descender a la región de los «efluvios primarios» y permanecer largo tiempo en esa atmósfera poco agradable. Sin embargo, este deber se ha convertido en absolutamente inaplazable, pues la lucha contra la revolución permanente sirve directamente de base a la defensa de la línea oportunista en los problemas de Oriente, esto es, de más de la mitad de la Humanidad.
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