Leon Trotsky - La Revolución traicionada
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- Libro:La Revolución traicionada
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1936
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La Revolución traicionada: resumen, descripción y anotación
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La insignificancia de la burguesía rusa hizo que los objetivos democráticos de la Rusia atrasada —tales como la liquidación de la monarquía y de la opresión semifeudal de los campesinos, en cierto modo de la servidumbre— sólo pudieran alcanzarse por medio de la dictadura del proletariado. Pero una vez que hubo conquistado el poder, a la cabeza de las masas campesinas, el proletariado no pudo limitarse a las realizaciones democráticas. La revolución burguesa se confundió inmediatamente con la primera fase de la revolución socialista; y esto no se debió a razones fortuitas. La historia de las últimas décadas atestigua, con una fuerza particular, que, en las condiciones de la decadencia del capitalismo, los países atrasados no pueden alcanzar el nivel de las viejas metrópolis del capital. Colocados en un callejón sin salida, las naciones más civilizadas cortan el camino a aquéllas en proceso de civilización. Rusia entró en el camino de la revolución proletaria, no porque su economía fuera la más madura para la transformación socialista, sino porque esta economía ya no podía desarrollarse sobre bases capitalistas. La socialización de los medios de producción había llegado a ser la primera condición necesaria para sacar al país de la barbarie: tal es la ley del desarrollo combinado de los países atrasados. Llegado a la revolución como «el eslabón más débil de la cadena capitalista» (Lenin), el antiguo imperio de los zares tiene aún hoy, diecinueve años después, que «alcanzar y sobrepasar» —lo que quiere decir, alcanzar antes que cualquier otra cosa— a Europa y América; en otras palabras, tiene que resolver los problemas de la producción y de la técnica que el capitalismo avanzado ha resuelto desde hace largo tiempo.
¿Podía ser de otra manera? La subversión de las viejas clases dominantes, lejos de resolver este problema no hizo más que plantearlo: elevarse de la barbarie a la cultura. Concentrando al mismo tiempo la propiedad y los medios de producción en manos del Estado, la Revolución permitió aplicar nuevos métodos económicos de una enorme eficacia. Solamente gracias a la dirección fundada sobre un plan único se pudo reconstruir en poco tiempo lo que había destruido la guerra imperialista y la guerra civil, y crear nuevas empresas grandiosas, nuevas industrias, ramas enteras de industria.
La extremada lentitud de la revolución mundial, con la que contaban a corto plazo los jefes del partido bolchevique, no sólo suscitó enormes dificultades en la URSS, sino que puso de relieve sus recursos interiores y sus posibilidades excepcionalmente amplias. No es posible, sin embargo, hacer la justa apreciación de los resultados obtenidos —de su magnitud, así como de su insuficiencia— más que a escala internacional. El método que emplearemos es el de la interpretación histórica y sociológica y no el de la acumulación de las ilustraciones estadísticas. No obstante, tomaremos como punto de partida algunas de las cifras más importantes.
La amplitud de la industrialización de la URSS, en medio del estancamiento y de la decadencia de casi todo el universo capitalista, se desprende de los índices globales que presento a continuación. La producción industrial de Alemania sólo recupera su nivel gracias a la fiebre de los armamentos. En el mismo lapso, la producción de Gran Bretaña sólo aumentó, ayudada del proteccionismo, del 3 al 4%. La producción industrial de los Estados Unidos bajó cerca de un 25%; la de Francia, más del 30%. Japón, en su frenesí de armamentos y de bandidaje, se coloca, por su éxito, en el primer rango de los países capitalistas: su producción aumentó cerca de un 40%. Pero este índice excepcional palidece también ante la dinámica del desarrollo de la URSS, cuya producción industrial aumentó, en el mismo lapso, 3,5 veces, lo que significa un aumento del 250%. En los diez últimos años (1925-1935), la industria pesada soviética ha aumentado su producción por más de diez. En el primer año del plan quinquenal, las inversiones de capitales se elevaron a 5400 millones de rublos; en 1936, deben ser de 32 000 millones.
Si, dada la inestabilidad del rublo como unidad de medida, abandonamos las estimaciones financieras, otras, más indiscutibles, se nos imponen. En diciembre de 1913, la cuenca del Donetz produjo 2275 toneladas de hulla; en diciembre de 1935, 7125 toneladas. Durante los tres últimos años, la producción metalúrgica aumentó dos veces, la del acero y de los aceros laminados, cerca de 2,5 veces. En comparación con la preguerra, la extracción de naftas, de hulla y de mineral de hierro aumentó 3 ó 3,5 veces. En 1920, cuando se decretó el primer plan de electrificación, el país tenía estaciones locales de una potencia total de 253 000 kilovatios. En 1935 ya había 95 estaciones locales con una potencia total de 4.345 000 kilovatios. En 1925, la URSS tenía el undécimo lugar en el mundo desde el punto de vista de la producción de energía eléctrica; en 1935, sólo era inferior a Alemania y a los Estados Unidos. En la extracción de hulla, la URSS pasó del décimo lugar al cuarto. En cuanto a la producción de acero, pasó del sexto al tercero. En la producción de tractores ocupa el primer lugar del mundo. Lo mismo sucede con la producción de azúcar.
Los inmensos resultados obtenidos por la industria, el comienzo prometedor de un florecimiento de la agricultura, el crecimiento extraordinario de las viejas ciudades industriales, la creación de otras nuevas, el rápido aumento del número de obreros, la elevación del nivel cultural y de las necesidades, son los resultados indiscutibles de la Revolución de octubre en la que los profetas del viejo mundo creyeron ver la tumba de la civilización. Ya no hay necesidad de discutir con los señores economistas burgueses: el socialismo ha demostrado su derecho a la victoria, no en las páginas de El Capital, sino en una arena económica que constituye la sexta parte de la superficie del globo; no en el lenguaje de la dialéctica, sino en el del hierro, el cemento y la electricidad. Aun en el caso de que la URSS, por culpa de sus dirigentes, sucumbiera a los golpes del exterior —cosa que esperamos firmemente no ver— quedaría, como prenda del porvenir, el hecho indestructible de que la revolución proletaria fue lo único que permitió a un país atrasado obtener en menos de veinte años resultados sin precedentes en la historia.
Así se cierra, en el movimiento obrero, el debate con los reformistas. ¿Se puede comparar, por un instante, su agitación de ratones con la obra titánica de un pueblo que surgió a la nueva vida por la Revolución? Si en 1918 la socialdemocracia alemana hubiera aprovechado el poder que los obreros le imponían para efectuar la revolución social y no para salvar al capitalismo, no es difícil concebir, fundándose en el ejemplo ruso, qué invencible potencia económica sería actualmente la del bloque socialista de la Europa central y oriental y de una parte considerable de Asia. Los pueblos del mundo tendrán que pagar con nuevas guerras y nuevas revoluciones los crímenes históricos del reformismo.
Los coeficientes dinámicos de la industria soviética no tienen precedentes. Pero no bastarán para resolver el problema ni hoy ni mañana. La URSS sube partiendo de un nivel espantosamente bajo, mientras que los países capitalistas, por el contrario, descienden desde un nivel muy elevado. La relación de fuerzas actuales no está determinada por la dinámica del crecimiento, sino por la oposición de la potencia total de los dos adversarios, tal como se expresa con las reservas materiales, la técnica, la cultura, y ante todo con el rendimiento del trabajo humano. Tan pronto como abordamos el problema desde este ángulo estático, la situación cambia con gran desventaja para la URSS.
El problema planteado por Lenin, «¿quién triunfará?», es el de la relación de las fuerzas entre la URSS y el proletariado revolucionario del mundo, por una parte, y las fuerzas interiores hostiles y el capitalismo mundial por la otra. Los éxitos económicos de la URSS le permiten afirmarse, progresar, armarse y, si esto es necesario, batirse en retirada, esperar y resistir. Pero en sí misma, la pregunta ¿quién triunfará?, no solamente en el sentido militar de la palabra, sino ante todo, en el sentido económico, se le plantea a la URSS a escala mundial. La intervención armada es peligrosa. La introducción de mercancías a bajo precio, viniendo tras los ejércitos capitalistas, sería infinitamente más peligrosa. La victoria del proletariado en un país de Occidente conduciría, claro está, a un cambio radical de la relación de las fuerzas. Pero en tanto que la URSS permanece aislada; peor aún, en tanto que el proletariado europeo va de derrota en derrota y retrocede, la fuerza del régimen soviético se mide, en definitiva, por el rendimiento del trabajo que, en la producción de mercancías, se expresa por el precio de coste y el de venta. La diferencia entre los precios interiores y los del mercado mundial constituye uno de los índices más importantes de la relación de fuerzas. Ahora bien, le está prohibido a la estadística soviética tocar, ni siquiera levemente, este problema. Esto se debe a que, a pesar de su marasmo y su postración, el capitalismo posee aún una enorme superioridad en la técnica, en la organización y en la cultura del trabajo.
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