Enric González - Memorias líquidas
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- Libro:Memorias líquidas
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2013
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“Memorias líquidas” es un libro misterioso: Enric González no sabe aún de qué trata ni si podrá terminarlo a tiempo. Hay historias de periodistas, recuerdos de la temporada que el autor pasó en “El País”, alguna reflexión sobre el oficio que el lector avisado hará bien en saltarse, varias digresiones innecesarias y el recuerdo de unas cuantas copas que constituyen, evidentemente, la parte líquida del asunto.
Enric González
ePub r1.0
Titivillus 26.08.15
Enric González, 2013
Ilustraciones: Oriol Malet
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
ENRIC GONZÁLEZ, nacido en Barcelona en 1959, es periodista y ha trabajado como corresponsal de El País en Londres, París, Nueva York, Washington, Roma y actualmente en Jerusalén. Ha sido galardonado con el Premio Cirilo Rodríguez, que reconoce la mejor labor de los corresponsales españoles. En su faceta de escritor ha publicado los libros Historias de Londres (1999), Historias de Nueva York (2006), Historias del Calcio (2008) e Historias de Roma (2010), todos ellos recibidos con entusiasmo por los lectores y la crítica. En estas obras, con un estilo personal e inconfundible, plantea retratos heterogéneos, dinámicos y siempre muy estimulantes de las ciudades que ha ido conociendo como corresponsal, fusionando sus propias vivencias personales con la historia del pasado y la crónica del presente, con pinceladas políticas, sociales, artísticas y cotidianas.
El toque Enric
por Santiago Segurola
Las redacciones de los diarios son espacios amplios y diáfanos, donde apenas nada se escapa a vista y a la curiosidad de los periodistas, defendidos por pequeñas barricadas de carpetas, revistas y libros, cualquier trinchera, en definitiva, que permita una cierta autonomía física en medio de la estepa de computadores. Hay algo de plató cotidiano en ese espacio donde los ojos barren cada movimiento con la precisión de un láser. En la redacción de un periódico se aprende más de los vericuetos de la vida que en un doctorado sobre Maquiavelo.
Toda la gama del comportamiento humano, desde las mejores cualidades hasta lo más detestable por mezquino, se observa en ese espacio fascinante y revelador. Hasta lo más nimio merece la máxima atención. Por ejemplo, lo estrictamente formal alcanza un considerable significado. Pocos rasgos dicen más del carácter de un periodista que su manera de entrar en la redacción. Los hay simpáticos, tímidos, silenciosos, ampulosos, invisibles, discretos, frontales y oblicuos. A fuerza de insistencia, cada uno produce un perfil ante los demás y acaba por no importar a nadie. Pero de vez en cuando aparece alguien que se resiste a la indiferencia. Ese alguien sabe cómo entrar en un periódico.
Antes de reparar en su prestigiosa firma, lo que más me sorprendió de Enric González era su notable manera de ingresar en la redacción. Cuando le conocí, a finales de los años 80, solía llegar desde Barcelona. Un día le preguntaron a Ovejero, el contundente central argentino del Atlético, por la principal característica de Cruyff, con quien mantuvo mil batallas. Ovejero se quedó pensando, como si no encontrara la manera de definir al genio holandés. Finalmente deslizó una poética declaración. «Solo recuerdo que cuando se escapaba olía tan bien…». Algo parecido ocurría con Enric. Entraba en la redacción sin esfuerzo, pero con una confianza absoluta. Sabía dónde detenerse, qué palabras utilizar, con quién departir brevemente, cómo moverse entre las secciones antes de llegar a la de Economía. Siempre esbozaba una sonrisa cómplice. Generalmente llevaba una gabardina. Las secretarias le adoraban.
Enric siempre ha tenido esa facilidad evanescente de Cruyff, la capacidad para moverse con la elegante ligereza de un patinador. No se trata solo de sus maneras. Como periodista también le definiría como cruyffiano, aunque en materia futbolística haya desarrollado un extraño gusto por los equipos ardorosos y sufrientes. Probablemente se trata de una concesión deliberada: los estetas que acentúan demasiado el rasgo se vuelven insufribles. Enric lo sabe muy bien, y se permite esas excéntricas concesiones a equipos como el Chelsea o el Inter. Es curioso, a los dos les dirigió Mourinho, que me parece un personaje excesivamente chusco para el paladar de Enric González. Lo del Espanyol es otra cosa. Viene de lejos, de la infancia. Y en el fútbol no se juega con los asuntos de chiquillos: te marcan a fuego.
Una vertiente esencial de Enric es su saludable carácter mundano. En contra de lo que se decía, siempre tuve la impresión de que El País era un periódico austero, prusiano, con un punto de hermetismo que le distanciaba automáticamente de lo novedoso y le hacía desconfiar de las modas, de cualquier moda. Eso que puede interpretarse como solidez de principios también lleva una pesada carga esclerótica, la tenaz resistencia a aceptar la realidad en beneficio de una nostalgia que convierte a los cuatro políticos, intelectuales y artistas de siempre en un absurdo metro patrón universal.
Las concesiones al hedonismo solían corresponder a los afamados colaboradores de El País, gente que podía saltarse un par o tres de las reglas que pesaban sobre los periodistas, definidos coloquialmente como la plantilla. Por las mismas razones que Enric González producía una impresión singular cuando entraba por la puerta, también se ganó el derecho a una cierta heterodoxia. Escribía tan bien y sobre tantas cosas que terminó por emerger sobre el resto de la redacción. Los dirigentes del periódico hicieron lo razonable: aceptar que tenían un as en la manga y podían utilizarlo para los asuntos que más convinieran. Le recuerdo en la primera Guerra del Golfo, en las principales cumbres económicas y en las grandes corresponsalías del mundo. Pasó por Alemania y luego se acreditó en París, Londres, Nueva York, Roma y Jerusalén.
Le leíamos con entusiasmo en el periódico y lo disfrutaban con placer los lectores. Cada artículo ofrecía una arista novedosa, con todo lo que eso supone de talento, pero también de esfuerzo. No soy de los que creen en la fácil naturaleza de la escritura. Por lo que he visto a mí alrededor, escribir requiere de más esfuerzo y sufrimiento de lo que cualquier lector pueda imaginar. Nunca he hablado con Enric de este asunto, pero se me antoja que su irónico, ingenioso y elegante estilo está depurado por una enorme carga de tensión.
En sus manos, la seducción ha resultado un arma formidable. Siempre he pensado que Enric es un favorito de todos, pero especialmente de las mujeres, con todo lo que eso significa de elogio y envidia. Cualquiera de sus artículos contiene el típico elemento seductor que invita a la recreación en la lectura y a la obligación de comentarlo. No es una seducción grosera, aparatosa. Al contrario, se trata de algo muy sutil, de ese intangible que Ovejero reconocía cuando Cruyff le desbordaba. Yo lo defino como el toque Enric.
La ventaja de trabajar con un periodista tan admirable es que, en ocasiones, dispones de la oportunidad de aprovecharlo. Por lo que a mí respecta, no niego una doble culpabilidad. Cuando le destinaron a Italia, me lo imaginé en una fastuosa casa romana —acerté—, rodeado de intrigas de políticos y sotanas —también acerté—, disfrutando de un país que no es un país, sino una forma de ser. Durante mucho tiempo consideré que no había forma más italiana de ser que su particular mirada del fútbol.
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