920 cd 21 ed.
A1483396
2015 Velásquez, Patricia, 1971
Sin tacones, Sin reservas / Patricia
Velásquez ; Lekha Singh, Sante D’orato
; trad. de: Amparo Mahecha, Ligia Ruby
González, Félix Ceballos — Bogotá :
Cangrejo Editores, 2015.
232 p. : 17 x 24 cm
Título original en inglés: Straight Walk
ISBN: 978-958-8296-58-6
1. Velásquez, Patricia, 1971 - - Autobiografías
2. Modelaje como profesión - Relatos personales
3. Homosexualidad - Relatos personales 4.Violencia
contra las mujeres - Relatos personales
5. Derechos de la mujer - Relatos personales 6.
Discriminación contra la mujer - Relatos personales
I. Singh, Lekha, ft. II. D’orato, Sante, ft. III.
González, Ligia Ruby, tr. IV. Mahecha, Amparo, tr.
V. Ceballos, Félix, tr. VI. Tít.
CEP-B ANCO DE LA R EPÚBLICA
B IBLIOTECA L UIS Á NGEL A RANGO
P RIMERA EDICIÓN EN ESPAÑOL : ABRIL DE 2015
Título original en inglés: Straight Walk
© Patricia Velásquez, 2014
© Post Hill Press, 2014
New York, EE.UU.
© Cangrejo Editores, 2015
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© Ediciones Gato Azul, 2015
edicionesgatoazul@yahoo.com.ar
Buenos Aires, Argentina
ISBN: 978-958-8296-58-6
D IRECCIÓN EDITORIAL :
Leyla Bibiana Cangrejo Aljure
T RADUCCIÓN :
Amparo Mahecha
Ligia Ruby González
C ORRECCIÓN FILOLÓGICA :
Félix Ceballos
P REPRENSA DIGITAL :
Cangrejo Editores Ltda.
F OTOGRAFÍA :
© Lekha Singh, por las fotos de la cubierta y la autora
© Sante D’Orazio, por la foto de contraportada
C OLABORACIÓN :
Marianne Vegas-Brand, maquillaje
Alexander Tome, peinado
D ISEÑO DE CUBIERTA :
Diana Nuhn
D ISEÑO DE INTERIORES :
Germán I. Bello Vargas
Todos los derechos reservados, ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada en sistema recuperable o transmitida en forma alguna o por ningún medio electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros, sin previo permiso escrito de Cangrejo Editores.
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Para mi madre Lidela
Para mi hija Maya
Algunos nombres han sido cambiados para proteger la identidad de las personas.
Prólogo
E l dolor de la mentira hiere de manera profunda y cada vez que yo decía una, por pequeña que pareciera, se incrustaba en cada fibra de mi ser, desgarrándola. Vivir una mentira año tras año fue una experiencia especialmente tortuosa, y entre más la vivía más me daba cuenta de que la mentira, la vida falsa que yo había construido y la vida real que simulaba que no existía, erosionaba mi alma pedazo a pedazo, corroyendo la esencia de lo que alguna vez fui. Esa mentira invadía con su peso todas las cosas que yo hacía y todos los pensamientos que tenía. Físicamente estaba allí, donde tenía que estar, pero espiritual y mentalmente, vivir una mentira me aislaba, acentuaba la sensación de soledad, que de por sí me acompañaba la mayor parte del tiempo, y producía un sentimiento de rechazo hacia mí tan abrumador que hacía que se desangraran mis venas. Toda la fama, el éxito y la celebridad que pudiera alcanzar no podían depurar el daño causado.
Pensaba que al mentir protegía a mi familia pero, por el contrario, la mentira infligía un constante y mudo dolor en ellos, tanto, que les impedía seguir sus propios destinos. Creía que mentía por ellos, pero quizá sólo me engañaba a mí misma para detener mi propio dolor; tal vez me había convencido de que lo que estaba haciendo era lo mejor para ellos, pero la verdad es que no era bueno para ninguno de nosotros. Casi demasiado tarde me di cuenta de las implicaciones que tendría ese secreto en mi propia vida y, lo peor de todo, en la de quienes más amaba en el mundo.
Capítulo Uno
L a primera mentira se me hizo fácil.
A Limayri y a mí nos empujaban y apretaban en la entrada mientras esperábamos de pie y codo a codo, junto a quince mil adolescentes ansiosos, a que se abrieran las puertas del concierto. Vivíamos en una de las ciudades más calurosas no sólo de Venezuela sino del planeta, y la humedad que había ese día era agobiante. Las gotas se escurrían por nuestra frente, caían por nuestra espalda y por detrás de mis piernas, que siempre transpiraban. No quería ir al concierto, pero mi hermana me había rogado durante toda esa semana que la acompañara.
—Patricia, es la banda más importante del mundo ahorita —me decía una noche en nuestro cuarto—. Por favor, ven conmigo.
—Me gustan mucho, pero no quiero ir allá y ponerme a gritar como loca por una banda, —respondí.
—Pero mi mamá dijo que si me acompañabas me dejaría ir.
Limayri tenía diecisiete años y yo quince. Sabía que ella quería estar en ese concierto más que nada en el mundo, así es que cedí y acordé acompañarla.
Mientras esperábamos a que se abrieran las puertas de la Plaza de Toros, el estadio destinado a la fiesta brava y convertido ahora en sala de conciertos, de repente sentí deseos de gritar, sorprendida por lo atrapada que estaba en la histeria colectiva despertada por esta famosa banda española, que había llegado a mi ciudad, Maracaibo. Cuando finalmente nos permitieron entrar, cientos de adolescentes se abalanzaron como si fuese una represa de agua que se rompe. Mi hermana y yo corrimos tan rápido como pudimos para intentar llegar a la fila del frente. No había sillas donde estábamos ni algún lugar asignado para escuchar el concierto, sólo un sitio para estar de pie en la tierra donde los toros normalmente corrían y peleaban por sus vidas. Nos echamos a correr más rápido que los demás, como si nosotras mismas fuéramos los toros, abriéndonos paso hacia el escenario.
La multitud era enorme y ruidosa. Todos eufóricos, en especial Limayri, quien llevaba un bluyín muy ajustado que se le veía muy bien.
El ruido que hacían los adolescentes era ensordecedor y, en lo que parecieron minutos, las luces se apagaron, el escenario se iluminó y la banda salió y empezó a tocar, como nunca antes habíamos escuchado. Interpretaban una balada de música pop y eran lo último en su género, estaban a la vanguardia. Apenas me percaté de la cantante principal, una mujer de estatura baja, el baterista y los otros dos que conformaban la banda, pero quedé profundamente impresionada con el músico que estaba retirado a un lado y llevaba puesto un bluyín y, a pesar del calor, una raída chaqueta de cuero color café. No podía quitarle los ojos de encima a ese hombre de sonrisa torcida, tan atractivo con su cabello marrón, corto y rizado, y su nariz un poco grande. Me gustaba la forma como se movía, la manera como le daba a su pie al ritmo del instrumento que tocaba. Tan pronto la música comenzó me volví loca por él. Me encapriché con ese hombre a quien ni siquiera conocía. Fue tal el impacto, que sentí un vacío en el estómago y podía escuchar mi corazón latiendo a toda velocidad, a punto de explotar. Pensé que la razón de mi fascinación era el hecho de que nunca antes vi una banda así de famosa y, sin duda, jamás había estado tan cerca de una celebridad. Había asistido a otros conciertos pero éste era el más grande.
Mientras lo observaba, él se percató de mí presencia y desde ese instante no dejamos de mirarnos, aunque por momentos bajaba la vista al tocar. Sonreí cuando escuché hablar a la chica que estaba a mi lado:
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