Jean Améry - Revuelta y resignación. Acerca del envejecer

Sin estar legitimado por otra cosa que no sea una cierta propensión a reflexionar y, quizás, alguna práctica en ello, propongo algunos ensayos sobre el envejecer del ser humano. Ensayos que no se han de entender como experimentos, sino más bien como un ir tras las huellas de algo que para la razón analítica a priori parecía imposible encontrar. Mis reflexiones acerca de este tema no tienen nada que ver con la geriatría. Trato en ellas de la persona que envejece en su relación con el tiempo, con el propio cuerpo, con la sociedad, con la civilización y, finalmente, con la muerte. Quien espere afirmaciones concretas en el sentido de las ciencias positivas, conocimientos que le puedan ayudar a organizarse la vida en un estadio determinado, el del envejecer, quedará decepcionado con este libro; no he podido aspirar a nada semejante.

(Del Prólogo por el autor)

Jean Améry

ePub r1.1

Titivillus 18.09.17

Título original: Über das Altern. Revolte und Resignation

Jean Améry, 1968

Traducción: Marisa Siguan Boehmer & Eduardo Aznar Anglès

Retoque de cubierta: Titivillus

Editor digital: Titivillus

r1.1 (alfanhui1972, 18.09.17) Informe de erratas

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J’avais vécu comme un peintre montant un chemin qui surplombe un lac dont un rideau de rochers et d’arbres lui cache la vue. Par une brèche il l’aperçoit, il l’a tout entier devant lui, il prend ses pinceaux. Mais déjà vient la nuit où l’on ne peut plus peindre et sur la quelle le jour ne se relèvera plus!

Proust, Le temps retrouvé

JEAN AMÉRY no es el nombre real del autor, sino un pseudónimo, el que HANS MAYER elige cuando a raíz de la anexión de Austria por Alemania en 1938 decide emigrar a Bélgica.

Jean Améry (o Hans Mayer) nació en 1912 en Viena, donde estudió Filosofía y Letras. Arrestado y deportado por los alemanes, se escapa del campo de Gurs y se une a la resistencia antinazi en Bélgica. En 1943 es arrestado de nuevo e internado hasta 1945 en el campo de concentración de Auschwitz. Tras la liberación regresa a Bruselas, donde comienza su carrera como escritor y crítico, colaborando, al mismo tiempo, en la radio y la televisión.

Otras obras del autor: Charles Bovary, médico rural; Levantar la mano sobre uno mismo (Pre-Textos, 1998); Rebelión y resignación: sobre el envejecer (Pre-Textos, 2001); Le Feu (Pre-Textos, 2003).

En 1978 decide quitarse la vida en la ciudad de Salzburg, en Austria.

Sin estar legitimado por otra cosa que no sea una cierta propensión a reflexionar y, quizás, alguna práctica en ello, propongo algunos ensayos sobre el envejecer del ser humano. Ensayos que no se han de entender como experimentos, sino más bien como un ir tras las huellas de algo que para la razón analítica a priori parecía imposible encontrar. Mis reflexiones acerca de este tema no tienen nada que ver con la geriatría. Trato en ellas de la persona que envejece en su relación con el tiempo, con el propio cuerpo, con la sociedad, con la civilización y, finalmente, con la muerte. Quien espere afirmaciones concretas en el sentido de las ciencias positivas, conocimientos que le puedan ayudar a organizarse la vida en un estadio determinado, el del envejecer, quedará decepcionado con este libro; no he podido aspirar a nada semejante.

En una época en la que la inteligencia se aparta no sólo de las vivencias inmediatas de la conciencia, sino, genéricamente, también del ser humano, cuyo estudio es sustituido por el de códigos y sistemas, yo me he ceñido absolutamente a lo vivido —le vécu—. La tentativa de registrar, con la mayor fidelidad posible, los procesos en los que está implicada la persona que envejece, era realizable mediante el método de la introspección, acompañado por la voluntad de observación y la intuición. Sin embargo, toda esperanza de cientificidad, incluso de rigor lógico, tuvo que ser abandonada.

Si, por un lado, desde el principio se hacía evidente para mí el carácter subjetivo de semejantes anotaciones, por otro he intentado —mediante el reflejo permanente de los pensamientos formulados desde todas las perspectivas y mediante una reflexión que constantemente se cuestiona y corrige a sí misma, sin obviar en ningún momento la contradicción— dar a la empresa un giro hacia lo que es más-que-subjetivo, todo ello sin dejar de ser plenamente consciente de estar excluyendo la objetividad o la intersubjetividad de los objetivos finales. Me sostenía únicamente la esperanza incierta de haber logrado esclarecer un par de hechos fundamentales, válidos para los seres humanos de nuestra civilización. Con ello aceptaba un reto. La decisión acerca del sentido o sinsentido del valor o la nulidad de este trabajo se encuentra en las manos del lector, ya que no es posible apelar a aquella tercera instancia que formula un juicio verdadero.

La apelación al lector incluye la exigencia de seguirme en algo que también a mí me fue desvelado a medida que escribía. Puesto que en este avanzar a tientas, paso a paso, tuve que ir abandonando las esperanzas que la persona que envejece evoca constantemente, tuve asimismo que ir restando fuerzas al consuelo. Todos los consejos que acostumbra a recibir la persona que envejece sobre cómo aceptar la decadencia, o incluso atribuir a ésta valores —nobleza de la resignación, sabiduría del ocaso, paz tardía— se presentaba ante mí como engaño infame contra el cual debía protestar en cada línea. Sin que yo me lo hubiera propuesto, siquiera previsto, los ensayos, concebidos como una búsqueda, pasaron de ser un análisis a ser un acto de rebelión, rebelión que, no obstante, y contradictoriamente, presupone la total aceptación de lo inevitable, de lo escandaloso. No puedo más que esperar a ver si el lector así apostrofado me acompañará a lo largo de un camino marcado por las contradicciones.

Aunque haya renunciado a todo aparato científico preexistente y me haya remitido únicamente a mí mismo y al sostén incierto de mis preguntas, es evidente que he sufrido numerosas influencias. Se reconocerán con tanta facilidad como las citas insertadas en ocasiones en el texto y no señaladas específicamente como tales.

Sólo quiero mencionar explícitamente a tres autores, de los cuales he aprendido mucho y que quizás no sean lo bastante conocidos: el profesor de la Sorbonne Vladimir Jankélévitch, el médico y fenomenólogo alemán Herbert Plügge, y el publicista francés André Gorz.

Ningún autor trae a la luz los resultados de sus horas inquietas sin dejar de sentir alguna zozobra. Allí donde se habla de lo más subjetivo que, y a pesar de la autodisciplina del autor, tiene la osadía de esperar alcanzar una validez universal, la congoja es aún mayor. Los libros no sólo tienen un destino propio, también pueden ser destino.

Bruselas, verano de 1968

JEAN AMÉRY

En la década que ha transcurrido desde que escribí este ensayo hubiese podido aprender algo más sobre el envejecer. Recuerdo, no sin cierto solaz, la severa crítica expuesta por un señor ya bastante entrado en años en el momento de la publicación de mi libro, que me reprochó, más o menos, lo siguiente: ¿qué podía saber Jean Améry, este hombre «joven», de 55 años, sobre el envejecer y la vejez? ¿Cómo se atrevía?