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Jean Sasson - Sultana

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Jean Sasson Sultana
  • Libro:
    Sultana
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1992
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Ésta es la historia verídica de una mujer nacida en la opulencia de la familia - photo 1

Ésta es la historia verídica de una mujer nacida en la opulencia de la familia real de Arabia Saudí y que tuvo el valor de desafiar las normas y tradiciones que la obligaban a vivir en una jaula dorada. La princesa Sultana poseía cuatro mansiones en tres continentes, un jet privado y una incalculable fortuna. Pero no tenía libertad ni control sobre sus propios actos.

Oculta tras su chador, era una prisionera, y los carceleros sus padres, su esposo, sus hijos. Aún a riesgo de ser condenada a muerte, Sultana revela la terrible opresión padecida por las mujeres saudies de todas las extracciones sociales. Y lo hace con honestidad y detalle, describiendo su calvario personal y las arbitrarias circunstancias que lo han hecho posible…

Jean Sasson Sultana Trilogía de la princesa - 1 ePub r10 Enhiure - photo 2

Jean Sasson

Sultana

Trilogía de la princesa - 1

ePub r1.0

Enhiure03.01.14

Título original: Princess sultana

Jean Sasson, 1992

Traducción: María Millán

Retoque de portada: Cygnus

Editor digital: Enhiure

ePub base r1.0

AGRADECIMIENTOS Tan pronto decidí escribir este libro leí una y otra vez los - photo 3

AGRADECIMIENTOS

Tan pronto decidí escribir este libro, leí una y otra vez los diarios y las notas que Sultana me había confiado. Mientras seleccionaba las aventuras de su sorprendente vida para retratarlas aquí, sentía la emoción del detective. Sin embargo recaía en mí la solemne responsabilidad de desechar con sumo cuidado los sucesos que pudiesen acarrearle problemas. Las palabras son mías, pero la vida es suya.

Te agradezco, Sultana, que valerosamente hayas querido compartir la historia de tu vida con el mundo. Al dar este rotundo paso, has ayudado a humanizar a los árabes, un pueblo incomprendido por Occidente. Confío en que al revelar los íntimos detalles de tu vida de mujer árabe, en toda su pena y su gloria, tu historia sirva para despejar los muchos clisés negativos que en todo el mundo se achacan a tu pueblo. Los lectores de tu vida no podrán sino entender que, como en cualquier otro país del mundo, mezcladas con las malas hay cosas buenas. Los occidentales sólo hemos oído lo malo de Arabia. Yo, al igual que tú, Sultana, sé que a pesar de las costumbres primitivas que encadenan a la mujer en tu país, hay muchos árabes que, como tú, merecen nuestro respeto y admiración por su lucha contra siglos de opresión.

Y, ya físicamente más cerca de mí, expreso mi agradecimiento con toda sinceridad a Liza Dawson, mi correctora de William Morrow, que ha quedado prendada de la vida de Sultana a la primera lectura del manuscrito. Sus comentarios y sugerencias han realzado esta historia.

Quiero darle las gracias también a Peter Miller, mi agente literario. Su enérgico entusiasmo por este libro nunca decayó, y yo se lo agradezco.

Reservo un agradecimiento muy especial para la doctora Pat L. Creech, que desde el principio me ayudó con sus comentarios y su revisión del manuscrito. Su inteligencia contribuyó a dar forma a esta obra.

Me habría resultado mucho más difícil escribir la historia de Sultana sin el amor y apoyo de mi familia. Y tengo una especial deuda de gratitud con mis padres, Neatwood y Mary Parles. Su constante amor y apoyo los sentí aún más intensamente durante la redacción de este libro tan personal.

INTRODUCCIÓN

Soy princesa en una tierra todavía gobernada por reyes. Me conocerán sólo por el nombre de Sultana; no puedo revelar mi verdadero nombre por temor a los daños que sobre mí y sobre mi familia pudieran recaer por lo que voy a contarles.

Soy una princesa saudí, miembro de la realeza de la Casa de Al Saud, los actuales monarcas del reino de Arabia Saudí. Como mujer de un país gobernado por hombres, no puedo hablarles directamente, y le he pedido a Jean Sasson, escritora y amiga mía, que escuche la historia de mi vida y luego la cuente.

Nací libre, y sin embargo ahora estoy cargada de cadenas. Fueron invisibles y me rodearon, ocultas y flojas, pasando inadvertidas hasta que la edad de la razón redujo mi vida a un estrecho sendero de temor.

De mis cuatro primeros años no me ha quedado ningún recuerdo. Imagino que reiría y jugaría como hace cualquier criatura a esa edad, gloriosamente inconsciente de que, debido a la ausencia de un órgano masculino, mi valor era insignificante en la tierra donde nací.

Para comprender mi vida hay que conocer a quienes me precedieron; los Al Saud de la actual generación venimos de seis generaciones atrás, de los días de los primeros emires del Nadj, las tierras beduinas que ahora forman parte del reino de Arabia Saudí. Esos primeros saudís fueron hombres cuyos sueños no los llevaron más lejos que a conquistar terrenos desérticos cercanos y a realizar algún que otro asalto nocturno sobre las tribus vecinas.

En 1891 el desastre se abatió sobre el clan Al Saud, que fue derrotado en combate y obligado a huir de Nadj. Abdul Aziz, que un día sería mi abuelo, era en aquel tiempo un chiquillo y a duras penas pudo sobrevivir a la dureza de aquella escapada a través del desierto. Después recordaría la vergüenza que pasó cuando su padre lo mandó meterse dentro de una gran bolsa que luego colgaron del arzón de la silla de su camello; a su hermana Nura la apretujaron dentro de otra bolsa que colgaba del otro costado del camello. Dolido porque su juventud le impedía luchar para salvar su hogar, el enfurecido muchacho atisbaba desde su escondrijo, que se mecía al paso del camello. Más tarde recordaría que aquel momento en que, humillado por la derrota sufrida por su familia, vio perderse en la lejanía la asombrosa belleza de su patria, fue una experiencia decisiva en su incipiente vida.

Tras dos años de viajar como nómadas por el desierto, los Al Saud encontraron refugio en el país de Kuwait. A Abdul Aziz la vida de refugiado le resultó tan desagradable que, muy joven aún, se prometió que volvería a conquistar las tierras desérticas que habían sido su hogar.

Así fue como, en septiembre de 1901, un Abdul Aziz de veinticinco años volvió a nuestra tierra. Y el 16 de enero de 1902, tras meses de dura batalla, él y sus hombres derrotaron a sus enemigos, los Raschid. Para asegurarse la lealtad de las tribus del desierto, Abdul Aziz se casó, en los años sucesivos, con más de trescientas mujeres que con el tiempo le darían más de cincuenta hijos varones y ochenta hijas. Los hijos de sus esposas favoritas gozaron de los honores de su privilegiada condición; éstos, ahora ya mayores, se hallan en el centro del poder de nuestro país. Ninguna de las esposas de Abdul Aziz fue más amada que Hassa Sudairi, y ahora sus hijos encabezan las fuerzas combinadas de los Al Saud para gobernar el reino forjado por su padre. Fahd, uno de sus hijos, es hoy nuestro rey.

Muchos hijos e hijas se casaron con primos y primas de las ramas más notables de nuestra familia, como al Turk, Jiluw y al Kabir. Los príncipes fruto de aquellas uniones son hoy los Al Saud más influyentes. Ahora, en 1991, nuestra extensa familia consta de casi veintiún mil miembros. De éstos, alrededor de mil son príncipes o princesas que descienden directamente del gran líder y rey Abdul Aziz. Y yo, Sultana, soy uno de esos descendientes directos.

Mi primer recuerdo es una escena de violencia. Cuando yo tenía cuatro años, mi madre, por lo general tan gentil, me abofeteó. ¿Por qué?, porque había imitado a mi padre en sus oraciones; pero en vez de hacerlo mirando a la Meca, lo había hecho de cara a mi hermano Alí, que entonces tenía seis años. Creía que era un dios. ¿Cómo podía creer otra cosa? Treinta y dos años después, aún recuerdo el escozor de aquella cachetada y cómo empecé a hacerme preguntas: si mi hermano no era un dios, ¿por qué lo trataban como a tal?

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