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Igor A. Caruso - La separación de los amantes

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Igor A. Caruso La separación de los amantes
  • Libro:
    La separación de los amantes
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1968
  • Índice:
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La separación de los amantes: resumen, descripción y anotación

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Este ensayo está dedicado a aquellos que han sido separados a los amantes a - photo 1

Este ensayo está dedicado a aquellos que han sido separados: a los amantes, a los que odian, a los indiferentes, a los perplejos y a los confiados. Con estas palabras inicia el autor su estudio de una de las experiencias más dolorosas para el hombre: la separación definitiva de aquellos a quienes se ama. Toca pues los aspectos fenomenológicos, psicoanalíticos y antropológicos de dicha separación. Por primera vez, aun cuando en la literatura de todos los tiempos haya sido tema primordial la problemática de La separación de los amantes, es presentada científicamente en toda su amplitud.

Igor A Caruso La separación de los amantes Una fenomenología de la muerte ePub - photo 2

Igor A. Caruso

La separación de los amantes

Una fenomenología de la muerte

ePub r1.0

Titivillus 02.06.16

Título original: Die Trennung der Liebenden. Eine Phänomenologie des Todes

Igor A. Caruso, 1968

Traducción: Armando Suárez y Rosa Tanco

Diseño de cubierta: Carlos Palleiro

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

Notas 1 Los mejores y más audaces son los de Sigmund Freud especialmente en - photo 3

Notas

[1] Los mejores y más audaces son los de Sigmund Freud (especialmente en Trauer und Melancholie, 1917, G. W., X. Aflicción y melancolía, B. N,, II); entre los últimos y más interesantes trabajos sobre el duelo están los de Daniel Lagache (“Deuil pathologique”, en La Psychanalyse, II, 1917, pp. 45-74) y John Bowlby (“Processes of Mourning”, en: Internat. J. of Psycho-An., XLII, 1961, 4-5, pp. 317-340). [En adelante citaremos las obras de Freud por su título alemán y la edición definitiva en 18 volúmenes: Gesammelte Werke, Imago Publishing, Londres; después daremos el título español y la referencia a la versión de Luis López Ballesteros de las Obras completas, Biblioteca Nueva, Madrid, 1948, 2 volúmenes (B. N.), salvo para aquellas obras que no están incluidas allí y han aparecido únicamente en la edición de la editorial Santiago Rueda, Buenos Aires, 23 volúmenes, traducción de Ludovico Rosenthal (S. R.). De las otras obras citadas en el texto de las que hemos podido encontrar versión española citaremos únicamente la traducción y no el original. (T.)].

[1] Cuando en la pieza de Ionesco el astrólogo del palacio le dice a su Rey: “¡Vuestra majestad muere!” Esta comunicación no logra sacar al Rey —al hombre— de su buen humor. “Ah, sí amigo, todos somos mortales”. El humor del Rey —del hombre— cambia, en efecto, cuando el astrólogo le hace comprender que esta ley, válida para todos, hic et nunc lo va a afectar a él personalmente [Eugène Ionesco, Le roi se meurt, Gallimard, París, 1963].

[2] Nuestra actitud ante la muerte, dice Freud, “no era sincera. Nos pretendíamos dispuestos a sostener que la muerte era el desenlace natural de toda vida, que cada uno de nosotros era deudor de una muerte a la Naturaleza y debía hallarse preparado a pagar tal deuda, y que la muerte era cosa natural, indiscutible e inevitable. Pero, en realidad, solíamos conducirnos como si fuera de otro modo. Mostramos una patente inclinación a prescindir de la muerte, a eliminarla de la vida. Hemos intentado silenciarla e incluso decirnos, con frase proverbial, que pensamos tan poco en una cosa como en la muerte. Como en nuestra muerte, naturalmente. La muerte propia es, desde luego, inimaginable, y cuantas veces lo intentamos podemos observar que continuamos siendo en ello meros espectadores. Así, la escuela psicoanalítica ha podido arriesgar el aserto de que, en el fondo, nadie cree en su propia muerte, o, lo que es lo mismo, que en lo inconsciente todos nosotros estarnos convencidos de nuestra inmortalidad”. [S. Freud, Zeitgemässes über Krieg und Tod, 1915, G. W., X, p. 341. Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte, B. N., II, p. 1010].

[1] En lo sucesivo todos los ejemplos clínicos y, en general, todos los “casos” presentados serán enumerados, comenzando con el número 101. En caso de necesidad siempre se hará referencia a los números señalados. Conviene indicar que las iniciales utilizadas no corresponden a los nombres auténticos; además, las designaciones geográficas (Rotterdam, Neulengbach, París, etc.) han sido inventadas arbitrariamente. Por último, las profesiones de nuestros examinados fueron sustituidas por otras en cierto modo afines.

[2] El aislamiento junto con la anulación retroactiva son “técnicas, auxiliares y sustitutivas”, un “subrogado” de la represión. Por ello los contenidos permanecen conscientes pero, para la defensa, se aíslan de los otros. [S. Freud, Hemmung, Symptom und Angst, 1926, G. W., XIV, pp. 149 y 196. Inhibición, síntoma y angustia, B. N., I, pp. 1228 y 1249].

[3] Sobre la función ética del duelo véase S. Freud, Zeitgemässes über Krieg und Tod, 1915, G. W., X, pp. 341 ss. Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte, B. N., II, pp. 1002 ss, especialmente el siguiente párrafo: «Ante el cadáver de la persona amada nacieron no sólo la teoría del alma, la creencia en la inmortalidad y una poderosa raíz del sentimiento de culpabilidad de los hombres, sino también los primeros mandamientos éticos. El mandamiento primero y principal de la conciencia alboreante fue: “no matarás”. El cual surgió como reacción contra la satisfacción del odio, oculta tras del duelo por la muerte de las personas amadas, y se extendió paulatinamente al extraño no amado y por último también al enemigo». [loc. cit., p. 1013].

[*] En el texto el autor utiliza el término técnico verwahrloste, intraducible al castellano si no es por el término “abandonada”, que pondremos entre comillas cuando lo empleemos en esta acepción particular. En realidad, se trata de un cuadro sociológico-clínico que presentan los individuos que, generalmente por carencia afectiva en la infancia o por la deficiencia o asocialidad de los modelos familiares, no han podido estructurar un Yo capaz de tolerar las tensiones, ni un Superyó que integre valores sociales positivos. Su resentimiento, su desconfianza, su impulsividad y su asocialidad les predestina —a menos que un gran amor o una reeducación oportuna les salve— a la delincuencia, la prostitución, el pandillerismo o la existencia del clochard. [T.].

[4] En numerosos lugares de su obra Freud señala la función social del Superyó como productor de una mediación; a manera de ejemplo, sirve la siguiente cita: «Siendo en sí procedente de la influencia de los padres, los educadores, etc., el examen de estas fuentes nos ilustrará sobre su significación. Por lo regular, los padres y las autoridades análogas a ellos siguen en la educación del niño las prescripciones del propio Superyó. Cualquiera que en ellos haya sido la relación del Yo con el Superyó, en la educación del niño se muestran severos y exigentes… De este modo, el Superyó del niño no es construido, en realidad, conforme al modelo de los padres mismos, sino conforme al del Superyó parental; recibe el mismo contenido, pasando a ser el sustrato de la tradición de todas las valoraciones permanentes que por tal camino se han trasmitido a través de las generaciones. Adivinaréis fácilmente cuán importantes auxilios para la comprensión de la conducta social de los hombres… resultan de la consideración del Superyó. La concepción materialista de la historia peca probablemente en no estimar bastante este factor. Lo aparta a un lado con la observación de que las “ideologías” de los hombres no son más que el resultado y la superestructura de sus circunstancias económicas presentes. Lo cual es verdad, pero probablemente no toda la verdad. La humanidad no vive jamás por entero en el presente; en las ideologías del Superyó perviven el pasado, la tradición racial y nacional, que sólo muy lentamente cede a las influencias del presente y desempeña en la vida de los hombres, mientras actúa por medio del Superyó, un importantísimo papel, independiente de las circunstancias económicas». [S. Freud,

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