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Hipócrates de Cos - Tratados hipocráticos VII

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Hipócrates de Cos Tratados hipocráticos VII

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SOBRE LAS HERIDAS EN LA CABEZA
(Perí tôn en kephal Ê i traumát o n)
INTRODUCCIÓN

El tratado Sobre las heridas en la cabeza (VC) forma parte del numeroso grupo de escritos del Corpus dedicados exclusiva o fundamentalmente a temas quirúrgicos. De este grupo, las obras Sobre las fracturas (Fract.) y Sobre las articulaciones (Art.), junto con la que aquí traducimos, se consideran los tres grandes tratados más antiguos, mientras que las demás, Instrumentos de reducción, El dispensario y Sobre la naturaleza de los huesos son colecciones de notas derivadas de los anteriores o simplemente resúmenes.

Las relaciones de Heridas en la cabeza con Fract. y Art. no consisten tan sólo en que tratan un tema quirúrgico, sino que se advierte en los tres una misma complejidad de pensamiento, un mismo talante reflexivo y una idéntica preocupación por unir las pruebas experimentales con las pruebas de la razón. Son los escritos menos especulativos de la Colección, los más precisos y exactos en sus explicaciones anatómicas, los más ceñidos a lo que puede verse y tocarse.

Los escritos quirúrgicos han sido los más apreciados del Corpus Hippocraticum tanto por médicos como por filólogos y en especial Heridas en la cabeza es el tratado que más ha atraído la atención del médico en todos los tiempos. Galeno escribió un comentario del que no quedan más que unos fragmentos en Oribasio (XLVI 21), y desde Celso hasta Paulo Egineta todos cuantos han escrito sobre el tema han tenido este tratado ante su vista. En el Renacimiento interesó tanto a anatomistas como a cirujanos.

El objeto de la obra es la tipificación de los distintos modos de herirse la cabeza y da normas para su exploración, reconocimiento y diagnóstico. Contiene igualmente algunos pronósticos y el tratamiento que se debe seguir. Finaliza el tratado con unas normas prácticas sobre la operación de la trepanación, lo más destacable del escrito y por lo que ha merecido la atención tanto de anatomistas como de cirujanos, al igual que sus claras descripciones, especialmente de las suturas del cráneo. Sus apreciaciones de estas últimas son mucho más acertadas que las que posteriormente hizo Aristóteles en su Historia de los animales I 7, donde se nos dice que el hombre tiene tres suturas, que irradian de un centro, y que la mujer sólo tiene una, que va en círculo. Pero, si bien los puntos de vista hipocráticos sobre las suturas han sido los aceptados por todos los médicos antiguos, no sucede así con sus ideas sobre la trepanación. La doctrina de Heridas en la cabeza acerca de ésta, que ha dado muchos quebraderos de cabeza desde época posthipocrática en adelante, puede resumirse así: si el cráneo está contuso o tiene una fisura, hay que trepanar de una vez; sin embargo, una fractura abierta con depresión no requiere trepanación normalmente y es menos peligrosa; por decirlo en una palabra: «a un cráneo lesionado debería hacérsele un agujero si no lo tiene ya hecho». Los alejandrinos rechazaron esta doctrina, según colegimos de Celso:

Los antiguos —dice (dejando a Hipócrates piadosamente sin nombrar)— aconsejaban la operación inmediata, pero lo mejor es usar ungüentos y esperar a que aparezcan los síntomas.

Muchas vidas se hubieran salvado de haberse hecho una trepanación preventiva, como era la opinión de Hipócrates.

Algunos casos clínicos presentados en el libro quinto de las Epidemias parece que puedan ponerse en relación con nuestro escrito, como si hubieran sido pensados para ilustrar este tratado. Allí se hace la trepanación a un herido con contusión en el cráneo y se le perfora a fondo, hasta el diploe, tiene una hinchazón en la cara (erisipela, cf. VC 20) y se le purga; habiéndose observadoras reglas dadas por este tratado, el enfermo se recupera (cf. Epid. V 16). En V 27, a un herido con fisura se le deja sin trepanar hasta que es demasiado tarde, y en V 28, una joven muere porque la trepanación fue insuficiente; tuvo espasmo en el lado opuesto al que recibió la herida (cf. VC 13).

Se explica el lugar destacado que ocupa la cirugía en la medicina griega antigua por el especial interés que, desde muy temprano, este pueblo tuvo por su cuerpo y por el conocimiento de su constitución física, así como por la naturaleza de las lesiones que sobre él pudieran recaer. Ello hizo que el hombre griego tuviera siempre un enorme respeto por los expertos en los métodos para curarlas. Sin embargo, este gran progreso de los conocimientos anatómicos y del tratamiento de las fracturas, superior al resto de los conocimientos médicos, guarda también relación con el contacto que los médicos de la costa jonia de Asia Menor tuvieron con la medicina egipcia y oriental. La comparación del Papiro «Edwin Smith», que contenía un antiquísimo libro de cirugía y medicina externa, con nuestro tratado pone de manifiesto una gran concordancia teórica y práctica entre ambos escritos. Los paralelismos conciernen tanto a la descripción y definición de diferentes casos como al diagnóstico. No así a la terapéutica quirúrgica en la que la medicina griega muestra su originalidad.

El estilo de Heridas en la cabeza es excelente por su claridad en la descripción y por su lenguaje magistral, en el que asoma un intento por establecer una terminología técnica médica. De ello podría ser un ejemplo el uso de la palabra vulgar príon «sierra» como término semitécnico para un instrumento quirúrgico bastante complicado. Hédra, brégma, diploe son tres palabras griegas de la lengua común que adoptan significados tan peculiares que tienen que ser definidas más que traducidas. Concretamente es muy difícil ver qué relación guarda el término diploe («doblez» en la lengua común) con el tejido que forma parte del hueso del cráneo. Probablemente es el prestigio de este escrito el que ha hecho que ese término haya prosperado y se haya conservado. Hédra, en cambio, no podría haberse salvado ni siquiera bajo la autoridad de Hipócrates y su cuidado en definirlo (cf. cap. 3).

Por otra parte, el afán de claridad y precisión lleva al autor a repeticiones de palabras y frases cuya necesidad no siempre es evidente. La obra manifiesta algunos rasgos retóricos, aunque menos artísticos que los de Fracturas y Articulaciones.

La composición del escrito podría definirse como muy simple: en torno a un hilo conductor (los traumatismos craneales) se expone una materia única, desarrollada por acumulación de los distintos aspectos que ofrece. No tiene un prólogo propiamente dicho, por más que su entrada en materia descriptiva hace las veces de introducción, presentando las distintas partes de la cabeza y toda una terminología que es la que se va a emplear a lo largo del escrito. Carece también de un epílogo que se suple con un largo capítulo con las normas sobre la trepanación.

A propósito de la historia de la transmisión de este tratado nos dice Littré (III, 175) que este texto ha padecido mucho en manos de los copistas y señala que su final es dudoso, no sólo porque no todos los manuscritos lo concluyen igual, sino porque parece que en la Antigüedad se le había añadido un apéndice cuya autenticidad ya ponía en duda Galeno. Igualmente, señala Littré, el comienzo del tratado se presta a incertidumbre ya que la traducción de Calvus (1525) presenta una veintena de líneas, a modo de prólogo, que no se encuentran en ningún otro traductor ni edición.

Los principales manuscritos para la fijación del texto que se traduce, editado por E. Th. Withington, Hippocrates III, Londres (L), 1928 (1968), págs. 2-51, son tres (B, M, V) de los siglos IX, XI y XII. La versión de Withington, que no ha sido revisada por ninguna otra posterior, es deudora tanto de la de E. Littré, Oeuvres completes d’Hippocrate, París, 1841 (1961), vol. III, págs. 150-260, como de las posteriores de F. Z. Ermerins,

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