Ana María Vázquez Hoys - Año 1325 a. C.
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- Libro:Año 1325 a. C.
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2014
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Año 1325 a. C.: resumen, descripción y anotación
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Un día, quizá de primavera, del año 1325 a. C., la joven reina Ankhesenamón deposita unas flores en la tumba de su esposo recién fallecido, el joven Tutankhamón. Una muerte inesperada, o puede que no tanto, una pieza más dentro del enorme tablero de juego político y religioso en el que se ha convertido Egipto desde el reinado de Akhenatón, el faraón hereje. Una lucha despiadada en la que se entremezclan las concepciones religiosas con las ambiciones políticas y la más primaria ansia de poder.
Mañana del 4 de noviembre de 1922 en el Valle de los Reyes, Egipto. Con el hallazgo del primer escalón que conduce a la tumba de Tutankhamón por parte de Howard Cárter comienzan a salir a la luz tesoros, historias, personajes, amores, crímenes y secretos que habían permanecido ocultos durante más de tres milenios. Una historia fascinante de una época irrepetible en la que nos adentraremos de la mano de una guía experta y amena por igual.
Ana María Vázquez Hoys
El año que murió Tutankhamón
ePub r1.0
liete 22.09.14
Ana María Vázquez Hoys, 2013
Editor digital: liete
ePub base r1.1
A mis Franciscos Vázquez
Ii-wi em hotep = «Ven en paz», «Bienvenido».
El derecho de la Arqueología a recibir un poco de consideración científica es tan grande como el de cualquier otra forma de investigación.
Howard Carter: La tumba de Tutankhamón
Valle de los Reyes, Egipto.
Un equipo de arqueólogos, dirigidos por el británico Howard Carter y su mecenas, Lord Carnarvon, estaba a punto de hacer un descubrimiento que deslumbraría al mundo y enriquecería el conocimiento de la historia y arqueología egipcias y sus leyendas. Hacía bastante tiempo, casi diez años, que aquellos buscadores de tumbas buscaban el sepulcro de un faraón llamado Tutankhamón, antes Tutankhatón, siguiendo los escasos indicios que el destino y la casualidad les habían proporcionado. Aunque habían descubierto la tumba deseada el día 4 de noviembre, solo veintidós días después, superados trámites burocráticos y protocolarios, se procedió a su apertura.
La alegría de todos los presentes fue inmensa cuando en aquel momento histórico se abrió por primera vez la tumba del famoso faraón-niño, dormido hacía más de 3300 años. Así lo escribió Howard Carter en su diario de excavación:
A media tarde encontramos una segunda puerta sellada a unos diez metros de la puerta exterior, casi una réplica exacta de la primera. La marca del sello era menos clara en este caso, pero todavía se podía identificar como los de Tutankhamón y la necrópolis real. […]
Con manos temblorosas abrí una brecha minúscula en la esquina superior izquierda [del muro]. Oscuridad y vacío en todo lo que podía alcanzar una sonda demostraba que lo que había detrás estaba despejado y no lleno como el pasadizo que acabábamos de despejar. Utilizamos la prueba de la vela para asegurarnos de que no había aire viciado y luego, ensanchando un poco el agujero, coloqué la vela dentro y miré, teniendo tras de mí a Lord Carnarvon, Lady Evelyn y Callender, que aguardaban la noticia ansiosamente. Al principio no pude ver nada, ya que el aire caliente que salía de la cámara hacía titilar la llama de la vela, pero luego mis ojos se acostumbraron a la luz, los detalles del interior de la habitación emergieron lentamente de las tinieblas: animales extraños, estatuas y oro, por todas partes el brillo del oro. Por un momento, quedé aturdido por la sorpresa y cuando Lord Carnarvon, incapaz de soportar la incertidumbre por más tiempo, preguntó ansiosamente: «¿Puede ver algo?», todo lo que pude hacer fue decir: «Sí, cosas maravillosas». Luego, agrandando un poco más el agujero para que ambos pudiésemos ver, colocamos una linterna.
Era el 26 de noviembre de 1922, a media tarde. Esta escena era la continuación de una búsqueda que había comenzado unos años antes, en 1902, cuando el arqueólogo americano Theodor Davies recibió del gobierno egipcio el permiso para comenzar unas nuevas excavaciones en el Valle de los Reyes, en árabe Uadi Biban Al-Muluk o Valle de las Puertas de los Reyes.
En un paisaje sobrecogedor por el silencio que lo envuelve, la expedición se hallaba en la gran necrópolis real del antiguo Egipto, frente a la actual ciudad de Luxor, alteración del nombre árabe El-Qusur («El campo»), la ciudad moderna edificada sobre las ruinas de la antigua Tebas, capital de Egipto durante varios periodos de su larga historia, situada a 664 kilómetros al sur de El Cairo.
Pasando el Nilo, en medio de la nada, en una zona desértica, árida y pedregosa, se encuentran las tumbas de la mayoría de faraones de las más importantes Dinastías del Imperio Nuevo, de la XVIII, la XIX y la XX. Y también las de algunas reinas, príncipes, grandes personajes de la corte, así como de algunos animales considerados especiales.
El entorno, dorado por la fuerte luz del sol egipcio, ofrece al espectador un bello, majestuoso, impresionante y nunca bien alabado escenario natural, que forma parte del conjunto denominado «Antigua Tebas con sus necrópolis», declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1979 debido a los tesoros que encierra, aunque muchas de sus tumbas hayan sido violadas desde antiguo y estén vacías. Salvo la tumba de Tutankhamón. Elegido por razones prácticas porque está cerca del Nilo, el Valle de los Reyes ofrecía un fácil acceso a las procesiones funerarias y al traslado de los restos y los enseres a las tumbas, era además muy fácil de vigilar y defender y proporcionaría a los obreros un bello material de piedra caliza fina en el que se podía excavar y decorar los pozos funerarios. El gran Valle está formado por otros dos valles más pequeños.
El más conocido es el Valle Este, oriental o Valle de los Reyes propiamente dicho, en el que se encuentran las tumbas designadas con la clave TT (Theban Tomb = Tumba Tebana), o bien KV (Kings Valley = Valle de los Reyes), de las que la primera fue la del faraón Tutmosis I (1530-1520 a. C.), construida por su gran arquitecto, Ineni. Este Valle Oriental, con la mayoría de las grandes tumbas de los faraones, es el más atractivo y visitado por los turistas.
El otro es el Valle Oeste o Valle de los Monos, con solo cuatro tumbas, designadas con la clave WV (West Valley), de las que solo se pueden visitar las de Amenofis III y Ay.
La suma de los dos valles ofrece un total de sesenta y dos tumbas, además de otros veinte pozos sin terminar. Solo alrededor de un tercio de ellas fueron destinadas a los faraones. El resto se utilizó para los entierros de miembros de la familia real, funcionarios de la corte, para guardar el equipo sobrante de los enterramientos e incluso para animales momificados. A cada tumba del Valle de los Reyes se le ha asignado un número. En 1827, el egiptólogo inglés John Gardner Wilkinson numeró las tumbas del 1 al 22 en orden geográfico de norte a sur. Desde entonces, las tumbas desde la número 23 en adelante han sido numeradas por orden de su descubrimiento. La tumba KV 62, la de Tutankhamón, es la descubierta más recientemente.
A las razones prácticas de su cercanía al Nilo arriba señaladas se unieron las consideraciones religiosas, tan necesarias para las creencias funerarias egipcias. En primer lugar, la protección de la zona por la diosa Hathor, asociada a la montaña tebana y estrechamente vinculada con los faraones egipcios y las ideas del renacimiento de los difuntos tras la muerte física y su inmortalidad. En segundo lugar, la forma de la montaña que domina el valle, llamado al
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