Adolfo Sánchez Vázquez - Ética
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- Libro:Ética
- Autor:
- Editor:Crítica
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- Año:2011
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ADOLFO SÁNCHEZ VÁZQUEZ
ÉTICA
EDITORIAL CRÍTICA
Grupo editorial Grijalbo
BARCELONA
1.ª edición: Editorial Grijalbo, S. A., México 1969
1.ª edición española: Editorial Crítica, S. A., Barcelona, mayo de 1978
2.ª edición: octubre de 1979
3.ª edición: octubre de 1981
4.ª edición: febrero de 1984
Cubierta: Alberto Corazón
© 1969 y 1978: Adolfo Sánchez Vázquez, México, D.F.
© 1978: Editorial Crítica, S. A., calle Pedró de la Creu, 58, Barcelona-34
ISBN: 84-7423-050-0
Depósito legal: B. 1.819 -1984
Impreso en España
1984. - INELVASA, Paseo de Carlos I, 142, Barcelona-13
PRÓLOGO A LA PRESENTE EDICIÓN
Durante largos años, la enseñanza de la ética, sobre todo en el nivel medio, se ha concentrado en los problemas tradicionales de esta disciplina, concebida como rama particular de la filosofía.
Las soluciones a esos problemas variaban, naturalmente, de acuerdo con el respectivo enfoque filosófico: neokantiano, fenomenológico, axiológico o tomista, para citar sólo los más en boga. En todos los casos, se trataba de una ética especulativa, abstracta, al margen de las morales históricas, concretas. Por otro lado, entre esos enfoques predominantes no figuraban algunos de vitalidad innegable en nuestro tiempo tanto desde el punto de vista teórico como práctico. Cierto es que esos enfoques, ausentes en general de la enseñanza de la ética, no dejaban de presentar limitaciones y lados débiles. Tengo presente, en particular, los de la filosofía analítica y el marxismo. El primero porque al reducirse al análisis del lengua;e moral, tarea legítima pero insuficiente, dejaba inerme al estudiante ante los grandes problemas morales; el segundo porque se restringía a la prédica de una moral determinada y ello, además, con la carga dogmática que lastraba y dominaba al marxismo por entonces.
Era, pues, preciso recurrir a un enfoque ético distinto que permitiera conducir la enseñanza de la ética por otros cauces. Y tal enfoque era el que buscaba el autor al emprender la redacción de este libro. Las circunstancias en que habría de escribirse e inscribirse harían aún más necesaria esa búsqueda. Corría ya 1968, año en que, en varios países europeos y en uno hispanoamericano -México-, la juventud estudiantil se rebela contra valores y principios caducos y, más allá de las aulas, da algunas lecciones de política y muchas de moral. Abandonar la especulación y vincular el pensamiento moral a la vida no era, en aquellos días, una simple exigencia teórica, sino un requerimiento práctico, impuesto por las nuevas opciones políticas y morales que se abrían paso en diversos países y que en España eran compartidas también, en las condiciones más opresivas, por el movimiento universitario bajo el franquismo.
En esas circunstancias, nuestro texto no sólo trataba de responder a las exigencias antes apuntadas sino que también se veía estimulado en su elaboración por los objetivos, logros y sacrificios de aquel movimiento estudiantil del 68, deslumbrante en muchos sentidos aunque hoy no podamos pasar por alto las fallas y limitaciones de su espontaneísmo. Había que estar a la altura de las circunstancias, lo que como dijo el gran poeta Antonio Machado es mucho más difícil que estar por encima de ellas; estarlo significaba, en este caso, poner un texto de ética a la altura de esa juventud estudiantil que, aquí y allí, daba tan pródigamente lecciones de moral. Y para ello había que esforzarse por ofrecerle lo que buscaba y no encontraba en otros textos. Y no porque escasearan, como 110 escasean hoy; pueden contarse por decenas y, entre ellos, algunos de elevado valor teórico; pero eran textos inertes, mudos para una juventud que se aprestaba a ocupar su puesto, arrostrando todos los riesgos, en la tarea de abrir e impulsar la vía de las transformaciones políticas y sociales necesarias para una profunda renovación moral.
Que existía la necesidad de un texto como el que pretendía ser este libro, lo demuestra la favorable acogida que le han dispensado profesores y estudiantes especialmente en México. Sus dieciocho ediciones en pocos años es índice elocuente de que existía un vacío en la enseñanza de la ética que había que colmar. Se confirmaba así la necesidad, por un lado, de imprimir un nuevo sesgo al tratamiento de problemas morales tradicionales, como los de responsabilidad moral y libertad, moral y política, el fin y los medios, etc., y, por otro, de abordar nuevos problemas planteados por la vida económica y social de nuestro tiempo. Se necesitaba, en suma, descartar la ética especulativa que ve los hechos morales a la luz de ideas, valores y deberes universalmente válidos, y considerarlos desde el ángulo de su carácter histórico y de su función social. Y todo esto sin que se desvaneciera la especificidad de la moral.
Este enfoque histórico-social nos sigue pareciendo indispensable para eludir el apriorismo, utopismo o moralismo a secas a la vez que el burdo empirismo o realismo sin principios. También nos parece insoslayable para no caer en la trampa del normativismo. Con este fin, hemos delimitado, desde el primer capítulo, la ética como teoría de la moral y las morales históricas, concretas, de cuyo análisis deben surgir sus conceptos fundamentales. La norma constituye, ciertamente, un elemento constitutivo de toda moral, y es tarea de la ética estudiarla, explicar cómo surge, cuál es su verdadera naturaleza, cómo se relaciona con el acto moral y en qué se diferencia de las reglas de otros comportamientos normativos. Pero no es tarea de la ética dictar normas o proponer códigos de moral. En este sentido, decimos que la teoría de la moral no es normativa.
Sin embargo, es indudable también que, sin serlo, tiene estrechas relaciones con la práctica moral. En primer lugar, porque sólo existe como teoría en cuanto que se nutre del estudio de las morales históricas, concretas, o sea: del análisis de la experiencia moral. En segundo lugar, porque cumple una función práctica al contribuir a desmistificar las pretensiones universalistas o humanistas abstractas de ciertas morales concretas, así como al señalar la necesidad de considerar sus valores, normas o ideales en su contexto histórico-social.
Naturalmente, si se quiere estudiar la moral en sus nexos con las condiciones efectivas de su aparición y realización. es forzoso destacar aspectos silenciados por completo en las éticas tradicionales, como son los factores sociales de la realización de la moral (relaciones económicas, estructura política y social y supraestructura ideológica de la sociedad). Reducir la moral a un aspecto puramente subjetivo, interior, dejando fuera de ella su !.ido objetivo, externo, que se manifiesta sobre todo en su naturaleza histórico-social, significaría amputar la propia realidad moral. Hacerlo, además, en nombre de una supuesta «neutralidad» ideológica y moral, no sólo obstruiría el conocimiento de esa realidad, sino que contribuiría a justificar -con su silencio o amputación- cierta moral.
Frente a esa pretendida asepsia ideológica o moral, no tenemos por qué ocultar que adoptamos, como adoptan en definitiva todas las éticas conocidas, cierta posición. Y es que no existe ni puede existir una ética neutra que brinde la garantía o «panacea» de no tomar posición alguna. En el terreno teórico, semejante «objetividad» o «imparcialidad» encubre siempre una vergonzante posición. Por otra parte, lo que pudiera pasar por tal (el eclecticismo) ni significa otra cosa, como lo prueba palmariamente toda la historia de la filosofía, que la posición más exangüe y superficial y, por ello, la propia de los períodos filosóficos más indigentes. En el terreno pedagógico, la sustitución de una posición franca y decidida por otra medrosa o vergonzante o por una mezcla de varias (especie de cóctel filosófico) no hará más que llevar la confusión a la mente del alumno y rebajar, si no es que anula, su espíritu crítico y problemático.
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