Gerald Durrell - Murciélagos dorados y palomas rosas

Unas palabras por adelantado

Creo que este libro requiere una breve explicación. Describe dos viajes distintos que hicimos mi ayudante John Hartley, mi secretaria Ann Peters y yo a la encantadora isla de Mauricio. El motivo que nos llevó allí fue doble.

Hace unos años creé el Fondo de Jersey para la Conservación de la Fauna con el fin de ayudar a las especies en peligro mediante su cría en cautividad. Nuestra labor alcanzó un gran éxito, pero para mí quedó claro que los animales en cuestión debían criarse en su país de origen. El problema con el que tropezábamos era que en la mayoría de tales países no había personal adiestrado en el delicado arte de criar animales silvestres. En consecuencia, el Fondo creó un sistema de becas por medio del cual facilitar ayuda financiera a los estudiantes para que vinieran a formarse con nosotros y regresasen posteriormente a sus respectivos países con el fin de establecer programas de cría en cautividad. Para inaugurar la convocatoria de becas, y puesto que el dodo era nuestro símbolo, parecía lógico que un estudiante de Mauricio fuera el primero en beneficiarse de ellas. Así pues, fui a tratar de todo lo relativo al tema con el Gobierno de Mauricio. Al mismo tiempo, deseaba ver algunas de las aves, mamíferos y reptiles cuya existencia corría peligro y comprobar si podíamos prestar alguna ayuda al Gobierno de Mauricio en su esfuerzo por salvarlas. Ésta es la historia de dicha empresa.

GERALD DURRELL es conocido universalmente por su afición a los animales, con los que ha vivido múltiples aventuras por todos los continentes. Pero es igualmente conocido por sus narraciones humorísticas que suelen tener por escenario la Grecia donde pasó su infancia, en la que uno se puede encontrar en las situaciones más disparatadas y vivir los episodios más divertidos… como les sucede a estos simpáticos secuestradores de burros.

Para Farida y Wahab,

cuya amabilidad y hospitalidad

resumen todo el encanto de Mauricio

Título original: Golden Bats and Pink Pigeons

Gerald Durrell, 1977

Traducción: Aurelio Martínez Benito

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

[1] Juego de palabras intraducible por la confusión evocada de «on and off» (dentro y fuera) con «off and on» (de vez en cuando), y la textual de «spirits» (licores) con «spirit» (espíritu, ánimo). (N. del T.).

[2] Sr. Yo También. (N. del T.).

[3] Famosa película americana sobre la India colonial, rodada en 1939 y basada en un poema de R. Kipling. (N. del T.).

[4] Tienda de ultramarinos de la esquina de Gungadin. (N. del T.).

[5] Referencia a Alicia en el País de las Maravillas, de Lewis Carroll. A lo largo del texto se alude repetidamente a personajes y secuencias de esta obra y de Alicia a través del Espejo, del mismo autor. (N. del T.).

[6] Cuña de Artillero. (N. del T.).

[7] Navegante inglés del siglo XVI que intentó hallar una vía de comunicación entre los océanos Atlántico y Pacífico a través de los mares árticos del Canadá. (N. del T.).

[8] Semieufemismo que, en la lengua inglesa coloquial del siglo XIX significa «pantalones». (N. del T.).

[9] Personaje de Alicia en el País de las Maravillas que aparece y desaparece como por encanto. (N. del T.).

[10] Pan o pastel ácimo hecho con harina, agua y sal, que se come sobre todo en la India. (N. del T.).

[11] Referencia a Alicia a través del espejo. (N. del T.).

[12] Personaje de Alicia a través del espejo. (N. del T.).

En esta ocasión, el naturalista británico narra su expedición a la isla Mauricio —cuna del malogrado dodo, símbolo del Fondo para la Conservación de la Fauna de Jersey creado por el propio Durrell— en busca de especies animales en peligro de extinción. La maestría literaria de Gerald Durrell hace de MURCIÉLAGOS DORADOS Y PALOMAS ROSAS un apasionante libro de aventuras, en el que las vicisitudes de los expedicionarios —acosados por el calor, las largas esperas, las lluvias torrenciales y los peligros— se desenvuelven en un marco físico de enorme atractivo; la reproducción de fragmentos de curiosos diarios de los primeros naturalistas del pasado ayudan a trasladarnos a un mundo deslumbrante, poblado por hombres intrépidos y de espíritu científico, unidos por su amor a los animales.

Gerald Durrell

ePub r1.0

Titivillus 29.03.2018

Capítulo I

Macabee y el árbol dodo

Cuando uno se aventura por vez primera en una nueva zona del mundo, es esencial —sobre todo si se es un coleccionista de animales— hacer dos cosas. Una, conseguir el mayor número posible de presentaciones personales a gentes del lugar; otra, recopilar la más exhaustiva información, no importa cuán esotérica o aparentemente inútil sea, sobre el lugar al que se va. Una de las formas de conseguir esto último es entrando en contacto con la Embajada o Alta Comisión en Londres del país en cuestión. En muchos casos, esto produce excelentes resultados y uno se ve inundado de mapas y folletos profusamente coloreados en los que se ofrecen multitud de datos de interés, aunque también mucha información errónea. Pero en otros casos la respuesta dista mucho de ser tan satisfactoria. Por ejemplo, aún estoy esperando la información que me prometió un amabilísimo señor malayo de la Alta Comisión en Londres cuando me disponía a viajar a aquel país. De eso hace ya ocho años. No obstante, la respuesta que se recibe de la Embajada o Alta Comisión proporciona generalmente una pista sobre la actitud que comúnmente se tiene hacia la vida en el país de que se trate.

Teniendo esto presente, telefoneé esperanzadamente a la Alta Comisión de Mauricio en Londres cuando, por fin, se confirmó que teníamos que viajar a aquella isla. Al teléfono se puso una encantadora joven que tenía un acento asiático de lo más seductor.

—¿Diga? —inquirió, demostrando un interés cauteloso y sin dar a conocer su número de teléfono o identidad.

—¿Es la Alta Comisión de Mauricio? —pregunté.

Se produjo una pausa. Se trataba, evidentemente, de una pregunta inesperada y requería tiempo para saber qué tratamiento darle.

—Sí —admitió finalmente, bastante de mala gana—, eso es.

—¿La Alta Comisión de Mauricio? —repetí para cerciorarme.

—Sí —contestó, esta vez con un tono más seguro—, de Mauricio.

—¡Ah, bien! —dije—, querría saber si pueden facilitarme alguna información pues pienso ir allí pronto.

Se produjo una breve pausa.

—¿Ir dónde? —preguntó finalmente.

Sabía que Mauricio estaba bastante lejos pero aquello, pensaba, se pasaba ya de la raya. Ahora bien, se trataba de mi primer contacto con la deliciosa falta de lógica característica del estilo de vida de Mauricio. Unos días después recibí de la Alta Comisión un folletito en el que se contenían, entre otras cosas, varias fotos ligeramente desenfocadas de Miss Mauricio 1967 tumbada en unas playas que lo mismo podrían ser de Bognor o Bournemouth, pese a toda la evidencia en sentido contrario. De mala gana, volví a los libros de los primeros naturalistas y a tomos más actualizados de zoología y geografía en busca de información