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Gerald Durrell - Tres billetes hacia la aventura

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Gerald Durrell Tres billetes hacia la aventura
  • Libro:
    Tres billetes hacia la aventura
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1954
  • Índice:
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Tres billetes hacia la aventura: resumen, descripción y anotación

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Agradecimientos

Agradecimientos

Mientras estuvimos en Guayana nos ayudó tanta gente de formas tan diversas que resulta imposible darles las gracias a todos. Sin embargo, me gustaría mencionar a las siguientes personas, con quienes tenemos una deuda muy grande de gratitud.

Charles Dowding y su esposa, de Georgetown, nos permitieron vivir en su hermosa casa y llenar su jardín y nos ayudaron y animaron de todas las formas posibles. Nos mostraron una amabilidad que, por desgracia, escasea mucho hoy día. Nos es imposible agradecerles como es debido todo lo que hicieron por nosotros.

El señor Vincent Roth, director del British Guiana Museum, y su ayudante, el señor Ram Singh, fueron muy amables con nosotros y sin su ayuda y consejos poca cosa habríamos conseguido hacer. El señor Singh nos ayudó especialmente al identificar diversos especímenes de la fauna que recogimos y siempre estuvo dispuesto a poner a nuestra disposición su considerable conocimiento sobre las aves del territorio. El señor y la señora de McTurk, de Karanambo, merecen nuestro especial agradecimiento, por habernos alojado a Robert Lowes y a mí cuando llegamos al Rupununi y por ayudarnos a obtener tantos y tan estupendos especímenes. Estamos muy agradecidos a todos aquellos miembros de Booker Brothers, en Guayana, que nos ayudaron a conseguir billetes para nosotros y nuestros animales y que hicieron los arreglos para nuestras provisiones de comida para el viaje. También me gustaría dar las gracias al capitán y la tripulación del barco en el que volví a casa, que se desvivieron por hacerme el viaje lo más fácil posible.

Final

Final

En un pequeño bar de los barrios bajos de Georgetown estábamos los cuatro sentados alrededor de una mesa, bebiendo ron y cerveza de jengibre y con un aire de depresión profunda. Sobre la mesa delante de nosotros había un montón de papeles, billetes de barco, listas, cheques de viaje, conocimientos de embarque y demás. De vez en cuando Bob miraba estos papeles con evidente disgusto.

—Bueno, ¿estás seguro de que te acordaras de todo? —preguntó Smith por centésima vez.

—Sí —dijo Bob lúgubremente—, me acordaré.

—No pierdas el conocimiento de embarque pase lo que pase —advirtió Smith.

—No, no lo perderé —dijo Bob.

Todos estábamos deprimidos por distintas razones. Bob estaba deprimido porque se tenía que ir de Guayana al día siguiente, llevándose consigo una colección de nuestros reptiles más voluminosos. Smith estaba deprimido porque estaba convencido de que Bob perdería el conocimiento de embarque o algún otro documento igual de importante. Yo estaba deprimido porque la marcha de Bob significaba que yo mismo me iría pronto, pues tenía pasaje reservado para tres semanas después del de Bob. Ivan parecía deprimido sin razón alguna salvo que lo estábamos nosotros.

En los canales bordeados de árboles que corrían por las calles de Georgetown los sapos marinos empezaban a croar alegremente, con un ruido como de cientos de motocicletas minúsculas al ponerse en marcha. Smith apartó sus pensamientos con un esfuerzo del conocimiento de embarque y escuchó el coro.

—Tenemos que coger algunos de esos sapos antes de que te vayas, Gerry —dijo.

Se me ocurrió una idea.

—Vamos a cogerlos ahora —propuse.

—¿Ahora? —dijo Smith nada convencido.

—¿Por qué no? Es mejor que estar sentados aquí como el reparto de una tragedia griega.

—Sí —dijo Bob con entusiasmo—, es una idea excelente.

Así que Ivan desenterró un saco y una linterna de detrás del bar y salimos a la cálida noche para la última cacería de Bob.

Por el borde de Georgetown se extiende una ancha explanada, limitada a un lado por el mar y al otro por una zona de árboles y hierba, cruzada por numerosos canales. Éste era uno de los terrenos preferidos de los sapos y las parejas de enamorados. Estos sapos son unos bichos grandes de color fangoso con manchas de color chocolate. Son unos animales atractivos, de boca amplia con una sonrisa perpetua, ojos saltones grandes y oscuros con manchas plateadas y doradas y aspecto gordo y bien alimentado. Por lo general, están bastante aletargados, pero, como descubrimos esa noche, eran capaces de conseguir una velocidad asombrosa.

Estos sapos habían llevado hasta entonces una vida tranquila, meditando de día y entonando canciones a varias voces de noche, así que se sintieron asombrados y ofendidos ante la aparición entre ellos de cuatro personas que los perseguían encarnizadamente con una linterna. No menos asombrada y ofendida se sintió la enorme cantidad de parejas de enamorados que cubrían la hierba casi con la misma densidad que los sapos. Los sapos se opusieron rotundamente a que se los deslumbrara con la linterna, lo mismo que las parejas de enamorados. A los sapos no les gustaba que se los persiguiera a través de kilómetros de hierba y las parejas de enamorados tenían una opinión unánime acerca de los cuatro locos que saltaban por encima de sus cuerpos recostados en persecución de los sapos. Sin embargo, a fuerza de tropezar con parejas de enamorados y de pedirles disculpas, de alumbrarlos con la linterna y de volver a apagarla a toda prisa, conseguimos atrapar treinta y cinco sapos. Así que volvimos a casa, acalorados y sin aliento, pero de un humor mucho mejor, dejando detrás un montón de sapos asustados y un cierto número de personas indignadas de ambos sexos.

Despedimos a Bob al día siguiente y luego Smith y yo emprendimos la ardua tarea de preparar la colección para el embarque para cuando saliera mi barco. Había decidido llevarme la colección entera cuando me fuera, pues así Smith podría hacer uno o dos viajes cortos al interior antes de comenzar una colección nueva. Había estado metido en Georgetown durante toda nuestra estancia en Guayana, cuidando de la colección en el campamento base, así que pensé que se merecía con creces un recreo.

Teníamos ya casi quinientos especímenes en total. Había peces y ranas, sapos, lagartos, caimanes y serpientes. Había pájaros que iban desde el hoco, del tamaño de un pavo, hasta los minúsculos y frágiles colibríes cuyo cuerpo era del tamaño de un abejorro. Había cincuenta monos, los osos hormigueros, armadillos y pacas, mapaches cangrejeros, pécaris, margays y ocelotes, perezosos y zarigüeyas. Embalar y embarcar un surtido tan impresionante de animales distintos no es cosa fácil y, como de costumbre, uno de los peores problemas es la comida.

Primero, hay que calcular cuánto va a hacer falta de todo y luego hay que comprarlo y meterlo en el barco cuando atraca, asegurándose de que las cosas perecederas se almacenan cuidadosamente en el frigorífico. Había docenas de huevos, latas de leche en polvo, sacos de verduras, harina de maíz y para galletas, cajones de pescado fresco embalado con hielo y kilos de carne cruda. Luego estaba la fruta, que era un problema de por sí. Cosas como naranjas se pueden comprar a sacos y no necesitan cuidados especiales para mantenerlas en buenas condiciones, pero las frutas blandas son otra cuestión muy diferente. No se puede salir de viaje con cincuenta racimos de plátanos maduros, porque para cuando se está a medio camino de destino se descubre que la mayoría se ha podrido. Así que hay que comprar una cantidad de plátanos maduros, otros que estén empezando a madurar y otros que estén verdes y duros. De esta forma, cuando se ha empleado una parte de la fruta, otra parte acaba de madurar. Luego había algunas cosas especiales, los colibríes, por ejemplo, se alimentaban de una mezcla que incluía cosas tales como miel, Bovril y Mellin’s Food, así que hubo que comprar todos estos ingredientes y subirlos a bordo. Por último, pero no menos importante, había que tener una provisión adecuada de serrín limpio y seco para extenderlo por el fondo de las jaulas después de haberlas limpiado cada día

La tarea siguiente era el embalaje, pues cada animal debe tener una jaula que no sea ni demasiado grande ni demasiado pequeña, una jaula que lo mantenga fresco en los trópicos y caliente cuando se llega a latitudes más frías. Los osos hormigueros fueron los que nos dieron más problemas de embalaje y tardamos mucho en conseguir encontrar dos cajones lo bastante grandes como para que cupieran en ellos. Pero por fin los ciento cincuenta y pico cajones quedaron clavados, atornillados, aserrados y martilleados hasta alcanzar la perfección final, listos para el embarque.

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