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Donald Pfaff - El cerebro altruista: Por qué somos naturalmente buenos

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Donald Pfaff El cerebro altruista: Por qué somos naturalmente buenos
  • Libro:
    El cerebro altruista: Por qué somos naturalmente buenos
  • Autor:
  • Editor:
    Herder Editorial
  • Genre:
  • Año:
    2017
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D ONALD W. P FAFF
con SANDRA SHERMAN

EL CEREBRO ALTRUISTA

Por qué somos naturalmente buenos

T RADUCCIÓN DE
M ARÍA T ABUYO Y A GUSTÍN L ÓPEZ

Herder

Título original: The Altruistic Brain. How we Are Naturally Good

Traducción: María Tabuyo y Agustín López

Diseño de la cubierta: Gabriel Nunes

Edición digital: José Toribio Barba

© 2017, Oxford University Press, Oxford

© 2017, Herder Editorial, S. L., Barcelona

ISBN DIGITAL: 978-84-254-3818-9

1.ª edición digital, 2017

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com)

Herder

www.herdereditorial.com

ÍNDICE

PARTE I PRUEBAS DE LA TEORÍA DEL CEREBRO ALTRUISTA PARTE II LA MEJORA DEL - photo 1

PARTE I
PRUEBAS DE LA TEORÍA
DEL CEREBRO ALTRUISTA

PARTE II
LA MEJORA DEL RENDIMIENTO
DEL CEREBRO MORAL:
ELIMINACIÓN DE OBSTÁCULOS
A LA BUENA CONDUCTA

AGRADECIMIENTOS

Este libro pretende exponer una serie de ideas nuevas sobre neurociencia a - photo 2

Este libro pretende exponer una serie de ideas nuevas sobre neurociencia a lectores que carezcan de conocimientos científicos. Esto habría sido imposible sin la clara visión, la iniciativa y la capacidad organizativa de Sandra Sherman. Me siento inmensamente agradecido por su difícil trabajo. Con frecuencia, ha demostrado comprender las consecuencias de mis ideas mejor que yo mismo, y ha sido capaz de expresarlas con una claridad que no puedo sino envidiar. Como antigua abogada y profesora de inglés que hoy trabaja en el ámbito de las finanzas, Sandra establecía conexiones entre mi teoría y el mundo que se encuentra más allá de mi laboratorio; creo que eso dará a este libro una resonancia mucho mayor.

Ambos damos las gracias a nuestro editor de Oxford University Press, Craig Panner, cuyo generoso apoyo apreciamos debidamente. Su perspicaz lectura benefició en gran medida nuestro texto.

He dado vueltas a estas ideas durante mucho tiempo. En primer lugar, me siento agradecido porque la biblioteca del Sarah Lawrence College tenga una excelente sección de religiones comparadas, pues es allí donde comencé a pensar en la Regla de Oro como un universal ético. Una vez que las ideas principales de este texto estuvieron formuladas, pude ponerlas a prueba en un curso de neurología para residentes en la Cornell Medical School, en una serie de charlas organizadas por el difunto Fred Plum, jefe de Neurología. La conferencia que allí pronuncié recibió una valiosa crítica de la psiquiatra Marguerite Lederberg, viuda de Joshua Lederberg, presidente de la Universidad Rockefeller. Un informe resumido de esa conferencia se encuentra en Ethical Questions in Brain and Behavior , publicado por la editorial Springer (1982). El cerebro altruista utiliza datos nuevos, nuevos puntos de partida, y muchas ideas nuevas de Sandra Sherman que se añaden a mi Neuroscience of Fair Play (2007), patrocinado por la Fundación Dana. El trabajo a partir de ese libro se reconoce aquí y en el texto. Sandra y yo también escribimos un capítulo sobre ley y neurociencia en Current Legal Issues , vol. 13 (Oxford University Press, 2010), y agradecemos a Oxford University Press su autorización para citarlo aquí.

La escritora de ciencia Robin Nixon me ayudó generosamente a dar comienzo a este libro. Algunos de los mejores aspectos de su organización pueden atribuirse a sus tempranos esfuerzos.

Varios científicos me dieron orientaciones y consejos excelentes. Dos de mis colegas en la Universidad Rockefeller, los profesores de neurociencia Bruce McEwen y Winrich Freiwald, merecen ser especialmente destacados. También mi colega Daniel Kronauer, jefe del Laboratorio de Insectos y Evolución Social, me proporcionó una decisiva orientación con respecto a mi uso de la terminología, ayudándome a clarificar algunos de los conceptos fundamentales del libro. Las contribuciones de Joshua Greene (Universidad de Harvard), James Gilligan (Universidad de Nueva York), Richard Davidson (Universidad de Wisconsin) y Jonathan Haidt (Universidad de Virginia) a este relato sobre la forma en que estamos «predispuestos» para comportarnos de manera altruista también fueron de gran ayuda. En particular, la positiva opinión sobre el manuscrito formulada por James Gilligan, desde su experiencia como psiquiatra supervisor de un sistema de prisiones, ha sido muy apreciada. Mi ayudante administrativa en la Universidad Rockefeller, Susan Strider, artista profesional, realizó todas las ilustraciones.

Científicos y escritores como los profesores David Barsh (Universidad de Washington), Russell Pearce (Fordham Law School), Winrich Freiwald (Universidad Rockefeller) y Colin Rule (Universidad de Stanford) dedicaron generosamente su tiempo a leer y criticar el texto.

Quiero dar las gracias a Mark Greenberg, de la Universidad Estatal de Pensilvania, que nos envió algunos de sus trabajos sobre la ayuda a jóvenes con problemas. Gracias también a Stephen Post, del Centro Médico Universitario Stony Brook, que nos ofreció una crítica de amplio alcance de nuestras ideas, y nos ayudó a contextualizarlas. Tres trabajadores sociales que conocen las bandas juveniles, o incluso formaron parte de alguna, y que desean permanecer en el anonimato, revisaron los capítulos relevantes.

Por último, quiero dar las gracias a Russ Pearce, Mary Gordon y Colin Rule por compartir con nosotros sus fascinantes ideas sobre el funcionamiento de la reciprocidad moral, especialmente en cuanto a su posible aplicación para la mejora de nuestra vida. Muchas personas están interesadas en este tema, y espero que acojan El cerebro altruista como una contribución al debate.

¿ESTÁ NUESTRO CEREBRO PREPROGRAMADO PARA LA SOLIDARIDAD, LA REPARATIVIDAD Y LA SALUD MENTAL RELACIONAL?

J ORGE L. T IZÓN

Los profesionales lectores e investigadores sobre psicosis y en general sobre - photo 3

Los profesionales, lectores e investigadores sobre psicosis, y en general sobre trastornos mentales, posiblemente estamos padeciendo una especie de síndrome de Estocolmo con respecto a la neurología y las neurociencias. Durante decenios, parte de nuestros colectivos las han temido y rechazado como expresiones directas del «organicismo» mientras que otros, sobre todo recientemente, se han abrazado a ellas como vías de resolución, comprobación o fundamentación de sus propias hipótesis y dudas; como una especie de «salvación por la vía neurológica» de las insuficiencias, problemas, dificultades de comprensión y explicación de los fenómenos psicológicos, psicosociales o sociales propios; o simplemente como una forma de mejorar sus posiciones de poder económico, universitario, lobista, etc.

Una consecuencia de ese «precipitado abrazo» es que no considera los problemas epistemológicos, teóricos y técnicos que pueden deslizarse en esas aproximaciones e interpretaciones, entre otros, que puede acarrear un nuevo «biologismo», remozado, pero biologismo al fin (Tizón, 1978). Son los nuevos ropajes del rey (desnudo): no las neurociencias, claro está, sino su dominio imperialista sobre otras aproximaciones científicas al tema de las conductas y representaciones mentales humanas. Lo que sigue costando es sobre todo que cuestiones ideológicas y de poder, un elemento que también forma parte de cada paradigma o programa de investigación —en la acepción de Kuhn (2005) y Lakatos (1975)—, no infiltren «demasiado» las hipótesis y modelos utilizados. Porque, en ese sentido, o la psicología —y, por lo tanto, la psico(pato)logía, la sociología y la psicosociología— tiene sus propias bases epistemológicas y teóricas o queda nuevamente aplastada por el reduccionismo a lo biológico o biologismo . Es algo que está sucediendo de nuevo con este «biologismo remozado» que a veces extienden algunos propagandistas de las neurociencias y que ya hace unos años nos atrevimos a desafiar con la pregunta: ¿Por qué neurociencias y no psicociencias? (Tizón, 2002).

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