Nota del editor
Conocemos de sobra la etimología de editor, esa especie de partero que ayuda a que el hijo de otro salga a la luz. Pero si ēdere describe bien ciertas facetas del trabajo editorial, convendría aderezarla con otra raíz latina, gero, de la que se derivan dos conceptos clave para el libro que el lector tiene delante de sí: gestar y gestor. Quien se dedica a trabajar con “libros de proyecto editorial”, como atinadamente los denomina Patricia Piccolini, participa tanto en la gestación como en la gestión de todas las etapas que separan a “un conjunto de ideas” del prototipo a partir del cual se reproducen los ejemplares impresos o las copias digitales. De la idea al libro surge de la convicción de que no hay alquimia en ese proceso, sino la intervención de un equipo de profesionales que se afanan por “agregar valor”.
A pesar de los jaloneos tecnológicos, para “hacer libros” se necesitan ciertos saberes perdurables, algunos procedimientos que se han beneficiado precisamente del avance informático y una sensibilidad ajena al frenesí de la innovación: la capacidad de actuar como primer lector. La autora ofrece aquí consejos, advertencias, “mejores prácticas”, listas de verificación, ejercicios para aprender o refinar las habilidades del editor no literario. Con la generosidad y la claridad que seguramente le vienen de su formación como profesora de primaria, agudizadas a su paso por la licenciatura en ciencias de la educación, Patricia resume aquí sus tres décadas de experiencia y comparte sus remedios para los dolores de cabeza que plantean proyectos complejos como los libros de texto, las obras de consulta, los materiales que se generan fuera de los entornos editoriales (en museos, universidades, empresas, organismos del Estado…); una y otra vez su recomendación es ponerse en los ojos del lector, sea un niño en el salón de clase o un profesional aquejado por la duda, lo que constituye una regla de oro para todo editor que aspire a la empatía —y no se puede ayudar en un parto si uno no es empático—. Si bien nadie experimenta en cabeza ajena, es útil mirar las cicatrices de quien ya tropezó y supo cómo levantarse, pues su tránsito por caminos erizados de obstáculos sirve para evitar al menos algunos traspiés; así, más que recetas infalibles, lo que este volumen presenta es una síntesis de soluciones a problemas evitables, a sabiendas de que siempre habrá líos novedosos, impredecibles, que obligarán al editor a ejercer su inventiva.
Si bien la edición es una actividad práctica, a la que la teoría podría parecerle algo muy lejano, Patricia logra tender un sólido puente entre, por un lado, la historia y los modelos conceptuales —el de Darnton, el de Adams y Barker, el de McKenzie y Chartier— para entender la dinámica social y cultural del libro y, por otro, la acción del editor frente a una idea, un original, unas pruebas. Así como las aves prosperan sin necesidad de ornitólogos, los editores podrían prescindir de quienes se asoman por encima del hombro para teorizar sobre su trabajo, pero nuestra faceta concreta, performativa, adquiere otro aspecto al iluminarla con la lámpara de la historia y la reflexión conceptual.
Como en otros volúmenes de Libros sobre Libros, comprobamos aquí que nada separa más a los latinoamericanos que la lengua que compartimos. Hemos intentado enumerar los diversos modos de referirse a un mismo proceso, al menos la primera vez que se menciona, aunque como es lógico se ha privilegiado la modalidad rioplatense, que es la que naturalmente le viene a la boca a Patricia —y no digo sólo argentina, pues ella tiene asentado firmemente un pie en cada ribera del río que separa a su país de Uruguay—. Mención especial exige el uso, en redondas, de la palabra editing a lo largo de todo el libro (¡salvo aquí!), para referirse a una estación bien acotada de la ruta editorial; neologismo entre nosotros, su utilidad parece equivalente a la que ha tenido marketing o software, vocablos ya aceptados, un tanto a regañadientes, por los hablantes —y escribientes— de la lengua española.
Por la pluma y el teclado de Patricia han pasado cientos de libros: de texto, académicos, profesionales. Por las aulas en las que ha compartido su saber han pasado aún más aprendices del oficio que ella domina como pocos. Este libro parece responder a lo que escribió a comienzos del siglo: “La publicación de bibliografía específica sobre edición técnica […] debería pensarse como el correlato obligado de las estrategias de formación” universitaria en esta materia. Pero esta doble inquietud proviene de un diagnóstico de mayor peso: “La profesionalización de la edición técnica, más allá de su importancia para la industria editorial, es un requerimiento central de una política científica y tecnológica que pretenda poner sus logros a disposición de la sociedad.” Sé que