Lunes
La revolución digital, ¿qué ha cambiado?, ¿qué cambiará?
El 13 de marzo de 2012, los amantes de la retórica catastrofista recibieron nueva carnaza para sus apocalípticos discursos. Sus titulares no tardaron en salir a la luz: «Internet mata 250 años de conocimiento», «La muerte de la cultura a manos de Wikipedia». O, todavía peor: «Cómo el “puntocomunismo” está dejando fuera de juego a la cultura».
Los profetas del cambio, apóstoles de todo lo que conjuga con 2.0, por su parte, celebraban y se daban la enhorabuena por lo que consideraban un triunfo de la causa: la anacrónica y miope industria que se niega a aceptar los cambios finalmente había caído a manos del poder colectivo de la red.
El canario en la mina de carbón
Una mina de carbón, como probablemente sepas, es un lugar inestable y peligroso. El proceso de carbonificación genera gases explosivos y tóxicos que quedan retenidos en el carbón y en los estratos adyacentes. Cuando estos gases se liberan por las grietas de la mina, los resultados pueden ser mortales para los mineros. Los canarios son más sensibles al metano y al monóxido de carbono que los humanos. Por eso, hasta no hace mucho, se usaban para detectar estos peligros. El procedimiento era sencillo: el minero se adentraba en la mina con un canario y si el canario moría, el minero corría lo más rápido que podía hacia el exterior. Si la vida del minero era dura, y generalmente corta, imaginad la del canario.
El 13 de marzo de 2012, el canario en la mina de carbón dejó de cantar. O, al menos, eso parecía.
Lo digital lo cambia todo
Dieciséis años antes de ese día, un joven consultor era contratado por una compañía bicentenaria para ayudarle a comprender qué estaba matando de forma tan acelerada su principal producto: en sólo seis años, sus ventas habían caído un 97 por ciento. Se trataba de un prestigioso producto, con más de doscientos años de historia fértil. Había conseguido sobrevivir con éxito a crisis históricas, como la Revolución francesa, la Gran Depresión de 1930 y dos guerras mundiales, pero ahora estaba siendo machacado vergonzosamente por un enemigo, en apariencia, mucho más banal.
Corría el año 1996, aún no existían ni Google, ni Facebook, ni Wikipedia. La World Wide Web sólo tenía un puñado de años, y su uso empezaba a trascender los ámbitos académicos e institucionales. La mina de carbón digital era todavía una cueva de misterios, con tantos peligros como oportunidades, pero ya empezaba a cobrarse las primeras víctimas.
En 1990, la Enciclopedia Británica era el referente de conocimiento enciclopédico de habla inglesa. Sus imponentes 32 tomos costaban unos 1.400 dólares, y, sólo en Estados Unidos, se vendían unas 100.000 enciclopedias al año. Seis años más tarde, esta cifra había bajado a 3.000, y un icono de más de doscientos años estaba a punto de desaparecer. Todavía en la prehistoria de internet, Britannica fue una de las primeras compañías en sentir el impacto digital en toda la frente. El canario en la mina digital.
Aquel 13 de marzo de 2012, después de 244 años de ediciones ininterrumpidas, Encyclopædia Britannica Inc. anunciaba el fin de una era, ya no volvería a imprimir sus famosos volúmenes. Ya no habría más, nunca más, versión en papel de la enciclopedia más prestigiosa del mundo. Los bits habían ganado la batalla definitiva sobre los átomos.
Mientras tanto, en su sede central de Chicago, sus trabajadores celebraban una fiesta.
La economía de bits frente a la economía de átomos
En 1965, tres años antes de fundar Intel, Gordon Moore observó una tendencia en la recién nacida industria de la microelectrónica: la capacidad de integrar transistores en un circuito se duplicaba aproximadamente cada dieciocho meses. Esto significaba, básicamente, que el rendimiento de la tecnología basada en semiconductores se duplicaría cada año y medio, lo que supondría para la naciente industria no sólo aplicaciones cada vez más complejas y avanzadas a un ritmo de vértigo, sino también que sus costes caerían a la mitad en ese tiempo.
Moore estimó que esta constante se mantendría al menos durante los siguientes veinte años, y, a decir verdad, con una ligera desaceleración, ha marcado el ritmo de desarrollo de la industria de semiconductores hasta hoy. Este principio se conoce como «Ley de Moore», y ha permitido, entre otras cosas, que la tecnología digital se desarrollara y expandiera a un ritmo varias veces superior al de cualquier otra tecnología en la historia de la humanidad: si la revolución industrial necesitó más de cien años, a la digital le bastaron sólo treinta para cambiar el mundo.
De modo que, mientras la Ley de Moore continúe cumpliéndose, todo lo que se sustente en una economía digital duplicará su capacidad o verá reducido su coste a la mitad aproximadamente cada dos años. Nunca, en toda la historia de la humanidad, han caído de precio los recursos primarios de una economía a un ritmo tan acelerado y durante tanto tiempo.
Ésta es la primera gran transformación: mientras en una economía regida por átomos los recursos tienden a la escasez, en la economía digital tienden a la abundancia.
Hasta ahora, la idea que teníamos de «recursos» era la de algo que cuanto más se utilizaba, más escaso y más caro se volvía. Ya sea la tierra, los cereales, la madera, el agua, el carbón, el petróleo, e incluso, el espacio físico o temporal, la lógica siempre es la misma: los recursos, por su naturaleza limitada, se van volviendo escasos y caros a medida que su explotación se extiende y generaliza. Por lo tanto, toda industria que se desarrolle en una economía semejante lleva implícita la escasez y el encarecimiento progresivo de los recursos sobre los que se sustenta. La paradoja de los átomos es que toda industria exitosa acaba dependiendo de recursos escasos y caros, porque su éxito le obliga a consumirlos más rápido de lo que puede generarlos.
En la economía digital ocurre exactamente lo contrario: cuanto más necesario es un recurso digital, más abundante se vuelve. La capacidad de nuestro buzón de Gmail se ha multiplicado por diez en ocho años. Y siempre al mismo precio: gratis. La industria digital, desarrollándose a la velocidad que pronosticaba Moore, consigue multiplicar sus recursos a un ritmo mucho mayor del que los consume, creando un excedente de recursos virtualmente ilimitados. Como resultado, los recursos digitales se vuelven más abundantes y baratos a medida que la industria digital se desarrolla con éxito.