Arturo Frondizi - Estrategia y táctica del movimiento nacional

¿Por qué decimos que la Argentina es un país subdesarrollado? Comprendemos que, con esta expresión, puede herirse el amor propio nacional hasta el punto de que la terminología de los organismos internacionales soslaya la cuestión adoptando eufemismos como “países insuficientemente desarrollados” o “en desarrollo”, que parecen menos ofensivos.

Inclusive existen economistas argentinos que no se limitan a contradecir la denominación formal, sino que niegan la substancia misma del concepto. Afirman que la Argentina no puede ser incluida en el cuadro genérico de las naciones subdesarrolladas y califican de pueril el esquema de asimilarla a la condición, más o menos homogénea, de atraso, de las restantes sociedades latinoamericanas.

Para apoyar su aserto, exhiben cifras y caracteres sociales y culturales que, sin duda, singularizan a nuestro país y le otorgan un status superior al promedio de la región. Reducida a estos datos, la crítica es justa. Si tomamos, por ejemplo, el patrón ―generalmente aceptado― del producto nacional bruto o del ingreso nacional por habitante, para establecer la frontera entre países desarrollados y países subdesarrollados, los índices argentinos exceden notablemente el promedio latinoamericano y se acercan a los de algunas naciones o zonas del continente europeo. Tampoco se aplica completamente a la Argentina otro hecho que define el subdesarrollo en la doctrina corriente: la abismal desigualdad de ingresos entre una oligarquía rica y una población sumida en la miseria; circunstancia que corre pareja con otra que tampoco se da en nuestro país, o sea la rigidez e inmovilidad de la estratificación social. No se registran en nuestro país esas desigualdades extremas y se observan crecientes aumentos y cambios en los niveles sociales del pueblo, característicos de naciones en ascenso.

Por ejemplo, en las conocidas tablas de Colin Clark, la Argentina figuraba en 1950 con mayor ingreso per cápita que Francia y muy por encima del Japón, de lo que habría que concluir, erróneamente, que estamos más desarrollados que ambos países. Venezuela, en América latina, tiene un alto ingreso por cabeza que se debe exclusivamente a la incidencia de la explotación del petróleo, en un contexto económico y social de franco subdesarrollo.

Es innegable que la Argentina tiene un discreto ingreso nacional por habitante; es innegable que somos uno de los más importantes proveedores mundiales de alimentos y que tenemos una amplia y diversificada economía industrial, que abastece el consumo de un mercado interno de magnitudes no alcanzadas por otro país latinoamericano. Y, no obstante, integramos el cuadro universal del subdesarrollo, que es un fenómeno general, no específico, determinado por factores históricos absolutamente universales.

El subdesarrollo, como lo veremos en seguida, es una condición que se aplica lo mismo a la India, inmenso país superpoblado, con muy bajos niveles de vida, que a la Argentina, país donde se registran altos índices de consumo popular y de cultura, comparables a los países industriales de Europa. Lo que es común a la India y a la Argentina, es la incapacidad de financiar su crecimiento económico con el producto de su comercio exterior. En esta incapacidad consiste el subdesarrollo. Y tiene gran importancia práctica que lo reconozcamos así.

En efecto, si aceptamos que la Argentina es un país subdesarrollado, conforme a las pautas universales que daremos aquí, la política concreta que debe adoptarse para quebrar esa condición estructural de subdesarrollo tiene que ser diferente a la política que aplicaríamos si creyéramos que la Argentina es una nación “en desarrollo”, cuya diferencia con las naciones plenamente desarrolladas sería solamente de grado. En tal caso, la política aconsejable consistiría en insistir en incrementar sus formas y rubros actuales de producción, puesto que todo sería cuestión de alcanzar niveles óptimos en esos rubros.

En cambio, si reconocemos que la Argentina es un país subdesarrollado porque sus estructuras productivas la mantienen en dicha condición, la política aconsejable es la de proceder a efectuar cambios radicales de esas estructuras. Estos cambios radicales son los que universalmente se prescriben a los países subdesarrollados: la industrialización integral, partiendo de la base de la creación de la industria pesada.