George R. R. Martin - La Cruz y el Dragón
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- Libro:La Cruz y el Dragón
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1979
- Índice:5 / 5
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La Cruz y el Dragón: resumen, descripción y anotación
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GEORGE R. R. MARTIN (Bayonne, Nueva Jersey, 1948). En la actualidad reside en Santa Fe (Nuevo México). Hijo de un estibador de familia humilde, su anhelo por conocer los destinos exóticos de los navíos que veía zarpar de Nueva York fue uno de los motivos que lo impulsaron a escribir fantasía y ciencia ficción.
Licenciado en Periodismo en 1970, en 1977 publicó su primera novela, Muerte de la luz, novela de culto dentro del género y obra cumbre de la ciencia ficción romántica. Desde 1979 se dedica completamente a la escritura, y de su pluma han surgido títulos como Una canción para Lya o El Sueño del Fevre, donde su prosa sugerente y poética aborda temas tan poco usuales en el género como la amistad, la lealtad, el amor o la traición, desde una perspectiva despojada de manierismos pero cargada de sensibilidad. Como antologista cabe destacar su trabajo a cargo de Wild Cards, antología de mundos compartidos con temática de superhéroes de gran prestigio.
A partir de 1986 colabora escribiendo guiones y como asistente para series de televisión como The Twilight Zone o Beauty and the Beast, así como en la producción de diversas series y telefilmes. En 1996 inicia la publicación de la serie de fantasía épica Canción de Hielo y Fuego, éxito de ventas en Estados Unidos y auténtico revulsivo del género fantástico.
Título original: The Way of Cross and Dragon
George R. R. Martin, 1979
Traducción: Norma Nélida Dangla
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.0
La Cruz y el Dragón se interna en la espesura de la especulación antropológica y se enfrenta al temible monstruo de la mutación religiosa.
Se trata de un relato preciosista en el que se nos describe un grupo de conspiradores encargados de inventarse religiones a lo largo y ancho de la historia y de la galaxia, con supuestas finalidades de estabilidad social y de la lucha de un Inquisidor neocatólico que se topa contra este hecho, cosa que le lleva a perder la fe…
George R. R. Martin
ePub r2.1
Titivillus 25.10.2018
—Es una herejía —me dijo. Las aguas salobres de la piscina se agitaron suavemente.
—¿Otra más? —Respondí con cansancio—. Hay tantas hoy en día.
Mi Señor Comandante no se sintió complacido por el comentario. Cambió de posición pesadamente, agitando la superficie de la piscina. Una onda rompió contra el borde, bañando los azulejos de la cámara de recepción. Mis botas volvieron a empaparse. Lo acepté con filosofía; me había puesto mis peores botas, consciente de que el mojarme los pies era una de las consecuencias inevitables de visitar a Torgathon Nueve-Klariis Tûn, el mayor de los ka-Thane, y también Arzobispo de Vess, Santísimo Padre de los Cuatro Juramentos, Gran Inquisidor de la Orden Militante de los Caballeros de Jesucristo y consejero de Su Santidad el Papa Daryn XXI de Nueva Roma.
—Aunque existan tantas herejías como estrellas hay en los cielos, Padre, ninguna de ellas deja de ser peligrosa —dijo el arzobispo con solemnidad—. Como Caballeros de Cristo, nuestro sagrado deber es luchar contra todas y cada una. Y debo agregar que esta herejía es particularmente maligna.
—Sí, Señor Comandante —repliqué—. No pretendí desestimarla; le ofrezco mis disculpas. La misión a Finnegan fue agotadora. Había esperado tener una licencia; necesito descanso, un tiempo para meditar y recobrarme.
—¿Descanso? —El arzobispo volvió a moverse en la piscina, apenas un estremecimiento de su inmenso cuerpo, pero bastó para enviar una nueva ola de agua sobre el piso. Los ojos negros, sin pupila, parpadearon al mirarme—. No, Padre, me temo que eso está fuera de discusión. Su habilidad y experiencia son vitales para esta nueva misión. —La voz de bajo profundo se suavizó un poco—. No he tenido tiempo de revisar su informe sobre Finnegan —dijo—. ¿Cómo le fue?
—Muy mal —le dije— aunque creo que al fin prevaleceremos: la Iglesia es poderosa en Finnegan. Cuando nuestros intentos de reconciliación fueron rechazados, deposité unos cuantos estándards en las manos correctas y pudimos clausurar las imprentas y estaciones de radio de los herejes. Nuestros amigos también se aseguraron de que sus acciones legales no prosperaran.
—Eso no es mal —exclamó el arzobispo—. Ha ganado una victoria importante para el Señor y la Iglesia.
—Hubo revueltas, Señor Comandante —dijo—. Murieron más de cien herejes y una docena de los nuestros. Temo que haya más violencia antes de que todo termine. Si nuestros sacerdotes se atreven a entrar en la ciudad donde se desarrolló la herejía, los atacan. Los líderes arriesgan su vida si abandonan la ciudad. Había esperado evitar el odio y el derramamiento de sangre.
—Loable, pero poco realista —dijo el arzobispo Torgathon. Volvió a parpadear y recordé que el parpadear es un signo de impaciencia entre los de su raza—. A veces debe derramarse sangre de mártires, y de herejes también. ¿Qué importancia tiene que un ser pierda la vida si salva su alma?
—Es verdad —concordé. A pesar de su impaciencia, Torgathon se pasaría toda una hora sermoneándome si se lo permitía. La posibilidad me horrorizó. La cámara de recepción no estaba diseñada para el confort de los seres humanos y no quería permanecer allí más de lo necesario. Las paredes estaban mojadas y mohosas, el aire caliente, húmedo y cargado con el característico olor a manteca rancia propio de los ka-Thane. El collar de mi sotana me estaba despellejando la nuca, transpiraba como loco, tenía los pies empapados y se me empezaba a revolver el estómago.
Proseguí, pues, con el asunto principal.
—¿Dice usted que esta nueva herejía es especialmente maligna, Señor Comandante?
—Lo es —respondió.
—¿Dónde comenzó?
—En Arion, un mundo a unas tres semanas de distancia de Vess. Un mundo enteramente humano. No puedo entender por qué ustedes, los humanos, se corrompen con tanta facilidad. Una vez que ka-Thane ha alcanzado la fe, jamás la abandonará.
—Eso es bien sabido —repliqué cortésmente. No mencioné que el número de ka-Thane que alcanzaban la fe era insignificante. Eran unos seres lentos, solemnes y la gran mayoría no demostraba interés alguno en aprender otras costumbres que las propias o seguir un credo diferente de su antigua religión. Torgathon Nueve-Klariis Tûn era una anomalía. Figuró en los primeros conversos, casi dos siglos atrás, cuando el Papa Vidas L decretó que los no-humanos podían servir como religiosos. Dada su larga vida y la certeza de hierro de sus creencias, no era extraño que Torgathon hubiera alcanzado el puesto que ocupaba, a pesar del hecho de que menos de un millar de los de su raza lo había seguido a la Iglesia. Todavía le quedaba un siglo de vida. No me cabía duda de que algún día llegaría a ser Torgathon Cardenal Tûn, si aplastaba las suficientes herejías. Los tiempos lo permitían.
—Tenemos una mínima influencia sobre Arion —me estaba diciendo el arzobispo. Movía los brazos mientras hablaba, cuatro pesados garrotes de carne moteada gris-verdosa batiendo el agua, y las cilias blanquecinas que rodeaban el agujero de respiración vibraban con cada palabra—. Unos cuantos sacerdotes, unas cuantas iglesias, algunos creyentes, pero carecemos de poder. Los herejes ya nos han sobrepasado en número en ese mundo. Confío en su intelecto, en su astucia: transforme esta calamidad en una oportunidad. Esta herejía es tan evidentemente falsa que no será difícil desprestigiarla. En ese caso tal vez algunos de los engañados regresen al buen camino.
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