Franck Maubert es escritor y autor de varios libros consagrados a la pintura, entre los que se encuentran Le Paris de Lautrec; Maeght, la passion de l’art vivant. Ha escrito asimismo tres novelas, Est-ce bien la nuit?, Près d’elles y Le père de mon père.
El olor a sangre humana no
se me quita de los ojos.
ESQUILO
Orestíada. Las Euménides
Título original: L’odeur du sang humain ne me quitte pas des yeux. Conversations avec Francis Bacon
Franck Maubert, 2009
Traducción: F. G. F. Corugedo
Editor digital: Primo
ePub base r1.2
Notas
[1] William Butler Yeats, «El segundo advenimiento», en Poesía reunida, trad. de Antonio Rivero, Valencia, Pre-Textos, 2010.
[2] Michel Leiris publica en 1974 Francis Bacon ou la vérité criante, en 1987 Francis Bacon y, poco antes de su muerte, en 1989 Bacon le hors-la-loi.
[3] Graham Rees y Christopher Upton, Francis Bacon’s Natural Philosophy: A New Source. A Transcription of Manuscript Hardwick 72A with Translation and Commentary, publicado por la British Society for the History of Science, 1984; edición recogida en Philosophical Studies, c. 1611— c. 1619, Oxford, Oxford University Press, 1996, pp. 270-359.
[4] Traducción del inglés y prólogo de Céline Surprenant, París, Rivages, col. Petite bibliothèque, 2002.
[5] Rey mítico de los etruscos que ataba personas vivas a cadáveres y las abandonaba a su suerte en esas condiciones.
Las «conversaciones» que siguen se mantuvieron en francés y reúnen la mayoría de los grandes temas que el artista no dejó de abordar, a los que dio vueltas con obstinación durante toda su vida: el arte, la vida, la muerte, las pasiones, los grandes temas universales…, pero también su trabajo, sus amistades, sus viajes, sus lecturas, el alcohol, Picasso, Giacometti, Velázquez, of course, e incluso su interés por el videoarte… Hablar le divertía. Hablar le excitaba. Hablar era también un arte para él. No dudaba en volver y volver sobre un tema, desmenuzar una idea, cebarse con una palabra para desnudarla mejor, armado de varios diccionarios si era preciso…, predicando, también, a su manera, un discurso sabiamente meditado hasta la más mínima evocación, como si quisiera, una vez más, dejar a la vista sus demonios familiares. Siempre exigente, alguna vez con lagunas. Provocaba adoraba provocar y seducía, no sin humor. Entre las charlas grabadas y las notas que tomé durante nuestras entrevistas, he tratado de escoger las frases que expresan mejor la proximidad, sencillez y complejidad y también la extrema ambigüedad de un hombre entregado a su pasión, a la pintura.
«Ya no se reconoce el modelo, la figura es humana, simplemente humana, hecha de carne y de sangre. Interviene Bacon, el cirujano, el carnicero. El que repiensa la anatomía, el que trabaja la carne, el que cuenta toda su plasticidad en su masa, con la medida de un espacio sideral. Esos hombres-carne misteriosos ejecutan sus piruetas de la desesperación en el vacío y evolucionan, atraídos por no se sabe qué imán, en un cielo sin horizonte. ¿Dónde estamos? ¿En qué reino? ¿En qué universo? ¿Dónde debe mantenerse el cuerpo? Se propaga por esos cuadros un onirismo de crueldad, un enigma de drama, un “olor a muerte”. El pintor exhibe sus criaturas en toda su brutalidad implacable. Representa su teatro de tragedia sin pathos».
Franck Maubert
El olor a sangre humana no se me quita de los ojos
Conversaciones con Francis Bacon
ePub r1.1
Primo 20.04.2017
CONVERSACIONES CON FRANCIS BACON
El artista me enseña la casa.
FRANCIS BACON: Aquí había dos habitaciones, hice que quitasen un tabique.
FRANCK MAUBERT: Vaya, no hay pantallas, sólo bombillas desnudas como en los talleres de antaño y… como en sus cuadros.
F. B.: Prefiero las iluminaciones más violentas y no me gustan demasiado las pantallas, es lo que ponen en los salones de billar. No me gustan las decoraciones en las casas, es algo inútil.
F. M.: Sin embargo usted fue decorador.
F. B.: ¿Qué vas a hacer cuando eres joven? Cuando eres joven avanzas sin saber demasiado adonde vas. Así que… por qué no iba a hacer decoración… Pero no hice nada original.
F. M.: Entonces, antes de consagrarse a la pintura, ¿qué hacía usted?
F. B.: Muchas cosas. ¡De todo, lo que fuese! Empecé muy tarde, ¿sabe usted? Recuerdo haber sido ayuda de cámara. Que, por otra parte, era muy divertido. Luego tuve que ser también secretario particular, e incluso vendedor de ropa interior de señoras… Y luego, como usted ha recordado, decorador. Es gracioso que yo, que aborrezco la decoración, haya creado muebles y diseñado alfombras… ¡Qué horror!
F. M.: Así que diseñaba muebles, sillas, mesas, alfombras, espejos… ¿Se pueden ver en algún sitio?
F. B.: Quizá en Alemania, no sé muy bien dónde; se los llevaron durante la guerra… Una mujer alemana lo compró todo.
F. M.: ¿De qué estilo era aquel mobiliario?
F. B.: Se parecía más que nada a los muebles cromados de Le Corbusier y de Charlotte Perriand. En aquella época su trabajo me parecía interesante. Yo diseñaba mesas, escritorios, sillones con ese espíritu y hasta me había comprado una de aquellas sillas, que me gustaba como escultura. Pero como silla no era nada cómoda, en absoluto. Eran objetos bellos, muy «clínicos».
F. M.: ¿De ahí le viene el gusto por lo que usted llama una pintura «clínica»?
F. B.: Yo quería hacer una pintura «clínica» en mi opinión, ¿comprende? Los objetos de arte más grandes son «clínicos».
F. M.: ¿Podría precisar ese término, por favor?
F. B.: En inglés se dice «clinical». De modo que cuando empleo la palabra «clínico» quiero decir el realismo más total. Como hoy día es imposible de definir, es imposible hablar de él.
F. M.: Clínico ¿es algo frío, distante?
F. B.: Una especie de realismo, pero no tiene por qué ser frío. Ser «clínico» no es ser frío, es una actitud, es como cercenar alguna cosa. Pero es verdad que todo eso está relacionado con la frialdad y la distancia. A priori, no hay sentimientos. Pero, paradójicamente, puede provocar un enorme sentimiento. «Clínico» es estar lo más cerca posible del realismo, en lo más profundó de uno. Algo exacto y tajante. El realismo es algo que te turba…
F. M.: ¿Una relación directa entre su vida y su pintura quizá?
F. B.: Sí, sin la menor duda lo primero es trabajar sobre uno mismo… Yo querría lograr una pintura «clínica», en el sentido en que Macbeth es clínica. Los grandes poetas son unos formidables activadores de imágenes. Sus palabras me resultan indispensables, me estimulan, me abren las puertas del imaginario.
F. M.: Tengo la impresión de que le atrae la poesía, desde luego, pero sobre todo las tragedias. ¿Son esos textos los que actúan como disparadores de imágenes o son las palabras las que le ayudan y le impulsan a ir más allá?
F. B.: No lo sé. ¿Quién incita a quién? Una imagen lleva a otra, sugiere otra. Los poetas me ayudan a ir más allá, sin duda, como dice usted. Me gusta la atmósfera en la que me sumergen. Pueden conducirme hasta el éxtasis. A veces basta una sola palabra. A este respecto Esquilo no tiene rival. Los poetas me ayudan. A pintar, sí, y sobre todo a vivir. Shakespeare puede decir cosas muy agudas… Pero, a veces, hay demasiada palabrería, muchos vuelos líricos. Me gusta, por encima de todo,