Ésta es la historia de un joven adolescente lanzado a las calles de La Habana de los años noventa. Una novela basada en hechos reales, escrita crudamente, sin aderezos ni adornos, en la mejor tradición del realismo sucio. Pedro Juan Gutiérrez continúa aquí su saga sobre la ciudad caribeña y su gente más pobre y marginal: mendigos, prostitutas, travestís, vendedores callejeros, picaros, borrachos, los habitantes de un edificio abandonado y en ruinas, gente sin un centavo, con hambre, siempre al borde de la muerte. Una fauna terrible y apocalíptica. «Ésta es la voz de los sin voz», dice el autor acerca de sus personajes. «Los que tienen que arañar la tierra cada día para buscar algo de comer, no tienen tiempo ni energía para nada más. Su objetivo único es sobrevivir. Como sea. De cualquier modo. Ni ellos mismos saben por qué ni para qué. Se empecinan en sobrevivir un día más. Sólo eso». A pesar de todo, el amor, el sexo y la ternura marcan las vidas de estos seres atormentados. Tras su deslumbrante debut con Trilogía sucia de La Habana, que fue unánimemente saludada por la crítica como una de las revelaciones más impactantes de la literatura latinoamericana reciente, con esta novela se confirman las muchas esperanzas depositadas en Pedro Juan Gutiérrez.
Somos lo que hay,
lo que le gusta a la gente,
lo que se vende como pan caliente,
lo que se agota en el mercado.
Somos lo máximo.
MANOLÍN, EL MÉDICO DE LA SALSA
El subdesarrollo es la incapacidad de acumular experiencia
EDMUNDO DESNOES
Tú no juegues conmigo que yo sí como candela.
CANCIÓN CUBANA
PEDRO JUAN GUTIÉRREZ (Matanzas, Cuba, 27 de enero de 1950). Estudió en el colegio de su ciudad pero la calle era otro de sus espacios favoritos en búsqueda de experiencias intensas. En 1961 el padre de Pedro Juan Gutiérrez perdió su pequeño negocio de helados a causa de la nacionalización del Gobierno Revolucionario, sin compensaciones. Realizó el Servicio Militar Obligatorio y hasta los veinticinco años, Pedro Juan Gutiérrez trabajó sucesivamente como obrero agrícola y de la construcción, soldado, profesor de dibujo técnico, dirigente sindical, constructor, locutor, periodista y actor de radio, entre otros oficios. En 1978 obtuvo el título de Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana, mediante un curso especial para trabajadores. Trabajó como periodista en radio, televisión, una agencia de noticias y en la revista semanal Bohemia. Entrevistó en Moscú al cosmonauta ruso Yuri Romanenko, durante la primavera de 1985. En la década de los ochenta realizó investigaciones en varias cárceles y también en favelas de Brasil, en la frontera entre Estados Unidos y México y en el sur de España. Con estos materiales elaboró diversos reportajes que le valieron algunos premios nacionales de periodismo. Durante esos años visitó la Unión Soviética, Alemania Oriental, México, Brasil y otros países.
Comenzó a escribir Melancolía de los leones, libro que le llevó unos trece años de elaboración. Desde 1980, aproximadamente, comenzó a experimentar con la poesía visual, la cual desarrolló intensamente y participó en cientos de exposiciones en más de veinte países con sus obras de pequeño formato aunque actualmente está más volcado en su faceta de pintor abstracto matérico.
En octubre de 1998 la editorial Anagrama, de Barcelona, publicó su Trilogía sucia de La Habana. El éxito de crítica y público fue instantáneo. El 11 de enero de 1999, sin explicaciones, la revista Bohemia prescindió de los servicios de Pedro Juan Gutiérrez. De esa forma concluía una larga etapa de veintiséis años. Entre 1998 y 2003 publicó los cinco libros del Ciclo de Centro Habana, escribió tres libros de poesía y una novela policial. Animal tropical ganó el premio español Alfonso García-Ramos de Novela 2000, y Carne de perro, el premio italiano Narrativa sur del mundo de 2003.
Rey estaba asustado. Compró unos panes con croquetas, refrescos, dulces. Se llenó la barriga y rehízo su ruta habitual. Salió de Regla. Dejó atrás los silos. Avanzó un poco más bajo el suave sol de enero y llegó al contenedor. Tenía demasiados problemas en la mente: la policía, Magda, el posible chivatazo de Yamilé y Sandra. Estaba agotado y con dolor de cabeza por lo de la noche anterior. «Después de todo, me busqué una tonga de fulas sin mucho trabajo», pensó, y se quedó dormido. Durmió profundamente veinte horas consecutivas. Nada le interrumpió. Cuando despertó al día siguiente era mediodía y tenía un hambre terrible. Se controló. Sabía cómo hacerlo. «No le hagas caso al hambre polque no hay na' que comer». Esa frase de su madre la repetía automáticamente y se le quitaba el hambre. Lo hacía como un reflejo condicionado. Así de simple. Dormitó un poco más. Por pereza. Por pura pereza. Sabía que tenía que moverse. Hacia Regla y buscar a Katia. O hacia La Habana y buscar a Magda. ¿Qué hacer?… Ah, odiaba tomar decisiones. Jamás pensaba en términos de coordinación, precisión, sistematicidad, perseverancia, esfuerzo. A lo lejos ladraban unos perros. Muchos perros ladrando al mismo tiempo. Su mente se fue plácidamente hacia allí. Escuchó a los perros un buen rato. Entonces descubrió que además cantaban gallos, rugía algún camión, y que, mucho más cerca, el viento movía la hierba y la hacía murmurar. Nada de eso le interesaba. ¿Qué le interesaba? Nada. Nada le interesaba. Todo le parecía inútil. Y de nuevo se durmió. Tranquilamente.
Atardecía cuando se despertó. El hambre ya era tanta que no la sentía. Salió caminando por inercia hacia La Habana. Sin pensar. Estaba flaco y demacrado. Tenía dinero en el bolsillo, pero ni lo recordaba. Fue bordeando el barrio de Jesús María hasta el parque Maceo. Era muy tarde. No esperaba encontrar a Magda vendiendo maní a esa hora en la parada del camello. Y no la encontró. Un tipo discutía con otro. De repente agarró una muñeca plástica que llevaba en una bolsa y golpeó al otro en la cabeza:
—¡No abuses más de mí! ¡No abuses más de mí! ¡Está bueno ya!
El otro, con un gesto, se protegió con un brazo al tiempo que le agarraba la mano. El tipo se zafó del agarre y siguió golpeándole con la muñeca, que largó la cabeza y se deshizo en pedazos. Entonces soltó los restos de la muñeca y lo golpeó con los puños cerrados. Golpeaba como lo haría una niña desvalida y desnutrida. Al mismo tiempo, seguía insultándolo:
—Nunca había tenido un hombre tan abusador. ¡Nunca!
El tipo, sin abrir la boca, siguió escudándose como podía, hasta que en algún momento le agarró el brazo, se lo torció bruscamente, y en un acceso de rabia terrible, le quebró los huesos, partiéndolos fácilmente al chocarlos contra su rodilla. Quedó satisfecho y sarcástico mirando su obra: el del brazo partido, desde el piso, lo miraba con estupor, transido de dolor. Tenía tanto dolor que perdió el habla. Varias personas que miraban se quedaron igualmente mudas. El único que rompía el silencio era un viejo borracho que miraba la escena fijamente, al tiempo que repetía: