Elogios para
Casi una mujer
de Esmeralda Santiago
“Una historia universal … convertida en una historia especial por la sencillez y la honestidad de Santiago al decirla.”
—The Baltimore Sun
“Santiago captura la fuerza, los contornos y la dinámica de la familia latina.”
—Latina
“Cautivante … Santiago mantiene con tal equilibrio la voz de una mujer joven a punto de madurar, que sentimos que estamos ahí mismo con ella.”
—Ft. Lauderdale Sun-Sentinel
“Santiago no protege los sentimientos de nadie sino que expone la verdad como la ve, y transporta a los lectores, en apremiantes marejadas, a otros mundos.”
—The Dallas Morning News
“Santiago escribe con una elegancia tal para los detalles, el humor y las emociones complejas, que arrastra a los lectores hacia un encantador, aunque a veces desgarrador, viaje personal.”
—The Orlando Sentinel
Obras por la misma autora
Cuando era puertorriqueña
El sueño de América
Esmeralda Santiago
Casi una mujer
Esmeralda Santiago llegó a los Estados Unidos desde Puerto Rico a los trece años de edad, hizo su escuela intermedia en Brooklyn y su escuela superior en la Performing Arts High School en la ciudad de Nueva York. Después de los extraordinarios años descritos en este libro, se graduó de Harvard University y obtuvo una Maestría del Sarah Lawrence College. Santiago es la autora de Cuando era puertorriqueña y El sueño de América, y es co-editora, con Joie Davidow, de Las Christmas. Santiago vive en Westchester County, Nueva York, con su esposo Frank, su hijo Lucas, y su hija Ila.
Una nota sobre la traductora
Nina Torres-Vidal es puertorriqueña. Profesora de lenguas y literatura de la Universidad del Sagrado Corazón en San Juan, Puerto Rico, sus intereses investigativos son la literatura comparada, la literatura autobiográfica, los estudios del género y la teología feminista.
Primera Edición en Español de Vintage, Septiembre de 1999
© 1999 por Alfred A. Knopf, Inc.
Todos los derechos reservados bajo las Convenciones Panamericanas e Internacionales sobre Derechos de Autor. Publicado en los Estados Unidos por Vintage Books, una división de Random House, Inc., New York, y simultáneamente en Canada por Random House of Canada Limited, en Toronto. Originalmente publicado en carpeta dura en los Estados Unidos, por Perseus Books, miembro de Perseus Book Group, Reading, Massachusetts, en 1998. Copyright © 1998 by Esmeralda Santiago
Vintage es una marca registrada y Vintage Español y colofón son marcas de Random House, Inc.
Biblioteca del Congreso Catalogando-en-Datos para Publicación Santiago, Esmeralda.
[Almost a woman. Spanish]
Casi una mujer / Esmeralda Santiago : traducción de Nina Torres-Vidal.
p. cm.
ISBN 0-375-70526-0
eBook ISBN: 978-0-8041-5339-3
1. Santiago, Esmeralda—Childhood and youth. 2. Puerto Rican women—New York (State)—New York Biography. 3. Puerto Ricans—New York (State)—New York Biography. 4. New York (N.Y.) Biography. 5. Brooklyn (New York, N.Y.) Biography. I. Title.
974.7′1004967295′0092 — dc21
[B] 99-33347
Fotografía de la autora © Frank Cantor
www.vintagebooks.com
v3.1
Índice
“Martes, ni te cases ni te embarques ni de tu familia te apartes.”
En los veintiún años que viví con mi mamá, nos mudamos por lo menos veinte veces. Atacuñábamos las cosas en maletas descascaradas, en cajas de cartón con anuncios en letras llamativas a los lados, en fundas, en sacos de arroz vacíos, en latas de galletas que olían a levadura y harina. Lo que no podíamos cargar, lo dejábamos: gaveteros a los que les faltaban gavetas, sofás llenos de chichones, los quince cuadros que pinté un verano. Aprendimos a no apegarnos demasiado a nuestras pertenencias porque eran tan temporeras como las paredes que nos cobijaban por unos meses; como los vecinos que vivían un poco más abajo en la misma calle, o como el muchacho de ojos tristes que me amó cuando yo tenía trece años.
Nos mudamos del campo a la ciudad, al campo, a un pueblito, a una gran ciudad, a la ciudad más grande de todas. Ya en Nueva York, nos mudamos de apartamento en apartamento, en busca de calefacción, de menos cucarachas, de más cuartos, de vecindarios más tranquilos, de mayor privacidad, de mejor acceso al subway y a la casa de nuestros parientes.
Nos movíamos en círculos alrededor de los vecindarios que queríamos evitar: aquéllos donde no había puertorriqueños o donde el graffiti nos advertía que andábamos por territorios de pandillas, aquéllos donde la gente vestía mejor que nosotros, donde a los caseros no les caían bien los puertorriqueños o no aceptaban el welfare o meneaban la cabeza cuando veían a nuestra familia de tres adultos y once niños.
Evitábamos los vecindarios con muy pocas tiendas, con demasiadas tiendas, con las tiendas que no eran tiendas nada o con ninguna tienda. Le dimos vueltas a nuestro primer apartamento como le dan vueltas los animales al lugar donde van a dormir y después de diez años de dar vueltas, Mami regresó a lugar donde comenzó nuestro peregrinaje: a Macún, el barrio puertorriqueño donde todo el mundo se conocía y conocía la vida y milagros de los demás, y donde los cachibaches que dejamos atrás fueron bien aprovechados por gente que se mudaba menos que nosotros.
Para cuando Mami regresó a Macún, yo también me había mudado. Cuatro días después de cumplir los veintiún años, me fui de casa, olvidando el refrán que canturreaba de niña: “Martes, ni te cases ni te embarques ni de tu familia te apartes”. Un martes brumoso no me casé, pero sí me embarqué y sí me aparté de mi familia. En el buzón, le dejé una carta a Mami en la que le decía adiós porque no tuve el valor de despedirme en persona.
Me fui a la Florida a dar mis propias vueltas de una ciudad a otra. Cada vez que empacaba mis cosas dejaba un pedacito de mí en los cuartos que me albergaban —nunca mi hogar— siempre, los sitios donde vivía. Me felicitaba por lo fácil que se me hacía dejarlos, por lo bien que empaquetaba todas mis pertenencias en un par de cajas y una maleta.
Años después, cuando visité Macún, fui al lugar donde empezó y terminó mi niñez. Parada en lo que quedaba de nuestro piso de losetas azules, contemplé el verdor agreste que me rodeaba, lo que había sido el patio de nuestros juegos, el rincón donde la mata de berenjena se convertía en árbol de Navidad, el sitio aquél donde me corté el pie y donde la tierra se chupó mi sangre. Ya no me parecía familiar, ni hermoso y no había ni una pista que me sugiriera quién había sido yo allí, o en quién me convertiría dondequiera que fuese después. Los morivivís y el culantro sofocaban el batey, las enredaderas habían arropado el piso de cemento, los cohitres se habían trepado por lo que quedaba de las paredes y las habían convertido en montoncitos verde-tierno que albergaban lagartijos de un color olivo pardusco o verde brillante, coquíes y picaflores. No había un solo indicio de que alguna vez habíamos estado allí, excepto el montecillo de losetas azules donde estaba parada. Relucía bajo el sol de la tarde, de un color tan intenso que me pregunté si no estaría parada sobre un piso ajeno porque yo no recordaba que nuestro piso hubiese sido nunca tan azul.