Índice
Prólogo
Era un señorón | Julión Álvarez
Siempre echamos la guasa | Paquita la del Barrio
Una conexión maravillosa | Paty Cantú
Un beso de piquito | Verónica Castro
Te doy las gracias | Aída Cuevas
Su fan y su chofer | Carlos Cuevas
Era alucinante, cuadro por cuadro | Ximena Cuevas
Fue un genio | Gustavo Dudamel
Nuestras fotos | Emmanuel
El Divo a la pantalla chica | Carla Estrada
El muchachito de Lecumberri | Enriqueta Jímenez, “la Prieta Linda”
La enseñanza del dolor | Juanes
Réquiem | Natalia Lafourcade
No quería ser viejo | Luis de Llano
La balada de nuestra amistad | Angélica María
Compadres | Lucía Méndez
Fue mi maestro | Pablo Montero
Era muy original | Marco Antonio Muñiz
Quería la perfección | Napoleón
Calzones desechables | Montserrat Oliver
Se ganó el respeto de todos | Juan José Origel
Es un héroe | Elena Poniatowska
Lo que se ve no se pregunta | Fernando del Rincón
Entre reyes | Carlos Rivera
Enamorado de su pueblo | Marta Sahagún
El dueto que no llegó a cumplirse | Manoella Torres
Pero qué necesidad | Pedro Torres
En la pared de un camerino | María Victoria
Á LBUM DE FAMILIA
J uan Gabriel ha muerto.
Y como suele suceder, la noticia nos tomó por sorpresa. En domingo. Yo comía sola, así que para compartir la tragedia, lo escribí en donde ahora transcurre gran parte de nuestras vidas, en las redes sociales. Ahí todo el mundo lloraba la muerte de “uno de los más grandes”. Personalmente, creo que no fue uno, sino el más grande.
Más tarde, cuando encendí la televisión, entre los comentaristas nadie sabía qué hacer o decir hasta que llegaron los expertos en espectáculos: algunos de luto riguroso, otros en sandalias, playeras y unos más en ropa deportiva. Sí, fue muy extraño. Pero lo importante era hablar sobre la muerte del personaje más sorprendente de la música mexicana, Juan Gabriel.
Hoy, varios meses después de su partida, seguimos escuchando su voz en todas partes y, llámenme ilusa, pero estoy segura de que dentro de cien años todavía sonará. No me pregunten en qué tipo de aparato o si el sonido bajará directamente de una nube, pero les firmo que ocurrirá. Aunque su funeral y “homenaje” en el Palacio de Bellas Artes ha sido el más concurrido de la historia, algunos optimistas conservan la ilusión de que Alberto Aguilera Valadez –su nombre real– sigue vivo. Una amiga muy cercana al ídolo de Juárez asegura que, mientras yo escribo el libro, él está en algún lugar de la India en busca de iluminación, recetas ayurvédicas y disfrutando de un amor.
Otra cantante famosa, amiga íntima del Divo, llora sin consuelo por no haber evitado el infarto de su mentor. Ella sabía desde hace dos años que a Juan Gabriel no le funcionaba nada, sólo el corazón. Empieza la leyenda.
Personalmente, lo conocí a los 11 años de edad y, sin darme cuenta, me convertí en una de sus intérpretes (como la Dúrcal, la Pantoja, Marc Anthony y Julión Álvarez). No crean que además de escritora, fui una Shirley Temple o una niña folklórica, pero formé parte del famoso coro de “Las Cien Voces de los Hermanos Zavala” y grabamos un disco de larga duración (LP, Long Play) con las canciones más exitosas del compositor del momento: Juan Gabriel.
De pronto, ahí estaba la niña traviesa –entre 99 virtuosos más– enfrente del artista en los estudios de la RCA Victor en la Ciudad de México, sin imaginar que pasaríamos juntos los próximos 40 años gracias a sus canciones. Esta minicantante precoz no tuvo la visión de reconocer al que sería un mito: cuando nos presentaron le dije: “mucho gusto, señor” y seguí mi camino.
Así es, la grandeza de Alberto Aguilera nos salpicó a los que fuimos niños en los años setenta, porque no había temas infantiles en la radio. Desde luego existía Cri-Cri o las casi diabólicas “rondas infantiles”, pero no había a qué aferrarnos musicalmente con el primer amor. Gracias a Juan Gabriel, pasamos de “la patita con canasta y rebozo de bolitas” a gritar a todo pulmón “tú estás siempre en mi mente, pienso en ti amor cada instante, cómo quieres tú que te olvide si estás tú, siempre tú, tú, tú, siempre en mi mente”.
En eso pensaba al ver pasar la urna –sigo creyendo que no contenía sus restos–, en los noticieros ante miles de fanáticos. Por mi estatus de periodista de entretenimiento conocí bien su trayectoria y parte de su vida, siempre polémica. Pero hasta ahora, hablando con su círculo íntimo de amigos y colegas, me entero desde lo más trivial hasta lo más profundo. Compositor claro y directo, comedor compulsivo de zanahorias y chocolates, vegetariano para unos, amante de las carnitas para otros, músico virtuoso, comprador de casas por impulso, decorador nato, fotógrafo creativo. Un tipazo.
Alguna vez escuché al Divo de Juárez decir “soy un poquito de la gente que ha contribuido a mi realización, soy también un poquito de lo que con mi esfuerzo he hecho. Eso hace que una persona sea completa de poquito en poquito”.
En este libro, a través de los relatos, hemos tratado de recrear a Juan Gabriel completo, algunas veces raro y otras encantador. Porque era las dos cosas. Generoso y controlador, dramático y divertido. Fuera de serie. Por eso recurrí a quienes lo conocían, para armar un rompecabezas fiel del hombre que tocó el corazón de millones.
Sus amigos y discípulos lo veían como un sabio, como un gurú musical, como un oráculo personal. Y seguían al pie de la letra sus consejos, porque coinciden en que “siempre tenía la razón”. Pocas veces se equivocaba. Pero al mismo tiempo era un amoroso tirano que decidía absolutamente todo. Desde los arreglos del show, hasta cómo debían vestirse o sentarse sus amigas. Dormía poco porque prefería usar las noches para trabajar. Dejaba entrar a los fans a su casa y hasta les ponía mesas con comida, para que disfrutaran como Dios manda.
Él marcaba los tiempos sobre cuándo y cómo reunirse con sus amigos o colaboradores y también cómo comunicarse. Sin teléfono, ni Facebook ni Twitter ni WhatsApp. Bueno, teléfono sí tenía, pero estaba destinado sólo a sus seres queridos de primera línea.
Solamente un personaje que sabía que sería inmortal podía escoger “damas de compañía” increíbles para no sentirse solo. Dependiendo de la época, tuvo en su lista de mejores amigas a Lola Beltrán, Isela Vega, María Sorté, Lyn May, Mariana Seoane o Monna Bell. Me imagino perfecto a Juanga bailando “la vida es una tómbola, tom tom tómbola, la vida es una tómbola, tom tom tómbola, de luz y de color, de luz y de color”.
Juan Gabriel era un genio, dentro y fuera del escenario. Estoy segura de que mis nietos conocerán y cantarán alguna canción suya. Dignos herederos de su magnífica abuela que se enamoró escuchando “quédate conmigo esta noche, hagamos una fiesta bajo la luna llena, contaremos las estrellas, a ver quién cuenta más…”
Entre los proyectos que el maestro Juan Gabriel dejó pendientes está el tan esperado álbum Los dúo 3 , donde unirá –al fin– su voz a la de Luis Miguel y Elton John, aunque también podría sumarse Paul McCartney. También un concierto gratuito en el Zócalo de la Ciudad de México, programado para el 12 de noviembre de 2016 como parte del tour MéXXIco es todo.
Y algo fantástico: una colaboración con Gustavo Dudamel, a quien algunos han bautizado como el “Michael Jackson de la música clásica”. Pero bueno, la imaginación es poderosa y yo disfruté la idea, como si hubiera sucedido.
Ya lo dijo el jefe Mancera “México no será lo mismo sin Juan Gabriel”. Pues no. Espero que disfruten estas historias en voz de sus protagonistas y desde aquí agradezco a todos los personajes que aceptaron participar en este tributo sin dudarlo. Igual se quedan en mi memoria fotográfica, los que no. Al final, me alegra pensar que nunca habrá otro Juan Gabriel.