Mariana Enriquez nació en 1973 en Buenos Aires. Es licenciada en Periodismo y Comunicación Social, trabaja como subeditora del suplemento Radar del diario Página 12 y es docente de la Universidad Nacional de La Plata. Publicó las novelas Bajar es lo peor y Cómo desaparecer completamente, las colecciones de cuentos Los peligros de fumar en la cama (Laguna Libros, 2016), Cuando hablábamos con los muertos y Las cosas que perdimos en el fuego, la nouvelle Chicos que vuelven y el perfil La hermana menor. Un retrato de Silvina Ocampo. Su último libro, Las cosas que perdimos en el fuego está siendo traducido a 20 lenguas y recibió el premio Ciutat de Barcelona a mejor obra en lengua castellana.
BERNIE: I lived a pretty long time.
DEATH: You lived what anybody gets, Bernie.
You got a lifetime. No more. No less. You got a lifetime.
NEIL GAIMAN, The Sandman: Brief lives
El mundo se creó para los muertos. Piensa en todos los muertos que hay —dijo, y luego, como si hubiera concebido la respuesta a todas las insolencias, añadió—: ¡Los muertos son un millón de veces más que los vivos y el tiempo que los muertos pasan muertos es un millón de veces más que el tiempo que los vivos pasan vivos!
FLANNERY O’CONNOR, «Más pobre que un muerto, imposible»
Para Paul, porque los cementerios los caminamos juntos.
Para Ariel, por la esfinge y la tumba de Berisso en La Plata.
EPÍLOGO
LOS CEMENTERIOS QUE QUIERO VER ANTES DE MORIR
Me falta ver muchos, demasiados cementerios soñados. El orden de esta lista provisoria no es de importancia ni de preferencia.
OSARIO DE SEDLEC
KUTNÁ HORA, REPÚBLICA CHECA
Más que cementerio, es una capilla católica decorada por huesos de, se cree, 700 000 personas. Bellamente decorada. Candelabros de huesos; enormes candelabros que aprovechan cada huesecito y penden sobre la cabeza de los visitantes, firmes en el aire. Escudos de armas hechos con huesos. Guirnaldas. Cálices. Campanas. Coronas. El osario ya está arruinado: lo visitan 200 000 personas por año (es, después de Praga, el lugar más visitado del país), pero quiero verlo igual. ¿Por qué hay tantos muertos en esta pequeña iglesia? Aparentemente, en 1278 un abad fue a Palestina, trajo tierra del mismísimo Gólgota y la depositó acá. Por eso se volvió un lugar favorito de entierro y, en el siglo XIV, con la peste, se hizo muy popular. El responsable del bello arreglo de los huesos fue František Rint, un carpintero y experto tallador de madera contratado por la familia Schwarzenberg, barones de Bohemia, para que diera algún tipo de tratamiento estético a tanto hueso tirado. Y el artista —porque era un artista, no un mero artesano— entregó la obra mayor del arte macabro. El osario, si la economía lo permite, entra en mi próximo plan de viajes.
SAGADA
ISLA DE LUZÓN, FILIPINAS
El ritual funerario de los habitantes de Sagada es muy particular. Los que van a morir se construyen su propio ataúd —si no pueden, lo hacen sus parientes—. Después, el muerto y su ataúd no se entierran: se cuelgan dentro de cuevas o laderas de roca; a veces, auténticos precipicios. Vienen haciendo esto con sus muertos desde hace 2000 años. Se pueden ver de lejos, me cuentan, y además conviene no acercarse porque los ataúdes son viejos, se pudren, se vienen abajo, te pueden partir la cabeza. El pueblo Bo, del sur de China, tiene el mismo ritual, pero se me ocurre que este cementerio masivo en Filipinas es más fácil de encontrar.
LOS SIETE MAGNÍFICOS
LONDRES, INGLATERRA
Visité Londres solo una vez. Decidí dejar los cementerios para «otro viaje», que jamás pude concretar. Cuando fui, era joven y pensaba que, con los años, tendría más dinero. Los Siete Magníficos son los cementerios de Kensal Green, Highgate, Brompton, West Norwood, Abney Park, Nunhead y Tower Hamlets. Hay libros escritos sobre cada uno. Especialmente, sobre Brompton: por ahí paseaba Beatrix Potter buscando en las lápidas nombres para los personajes de sus cuentos infantiles. En Highgate, claro, está enterrado Karl Marx: su tumba es un enorme busto sin cuello, el pelo largo y el bigote exagerado; en letras doradas, el pilar sobre el que descansa la cabeza dice: «Trabajadores de todas partes, únanse». Acá, también, durante doscientos años, se dieron cita y abrieron tumbas cazadores de vampiros.
CEMENTERIO GENERAL
LA PAZ, BOLIVIA
En las fotos, veo que es colorido y demencial. Sobre todo, quiero visitarlo un 8 de noviembre, para la fiesta de las Ñatitas. Algunas personas aymara todavía practican este culto, que no tiene un origen claro: veneran las calaveras de sus familiares y amigos y cada 8 de noviembre las llevan al cementerio todas montadas, con mantillas sobre la cabeza, en una bandejita rodeada de flores, con anteojos —oscuros o no—, con sombreros de flores o de fieltro o sombreros de cholitas; en fin, adornadas para la celebración. Lo raro es que no las sacan del cementerio para la fiesta. Las tienen en sus casas y las llevan desde ahí hasta el cementerio. ¿Quiere decir que abren las tumbas una vez que los cuerpos están secos, unos años después del entierro, y se las llevan? ¿O las sacan de otro lado? ¿Los esqueletos del cementerio de La Paz están sin cabeza? Todo esto lo quiero saber. Tras el ritual en el cementerio, que incluye darle cigarrillos y alcohol a cada Ñatita, ponerle agua bendita y escuchar una charla del párroco, que se niega a bendecirlas porque la Iglesia no se lo permite, pero conversa con los fieles, quizá para tratar inútilmente de disuadirlos, la fiesta sigue en salones alquilados, con baile y comilona. ¿Llevarán a las Ñatitas también ahí?
TUMBAS DE CHAUKHANDI
PAQUISTÁN
Este cementerio islámico, a 30 kilómetros de Karachi, es insoportable de tan exquisito, con sus tumbas de piedra arenisca, como surgidas del desierto, con tallas de tramas geométricas, escenas de caza, hombres a caballo, realizadas entre los siglos XV y XVI. No sé mucho del mundo islámico, pero leo que el estilo de estas tumbas es típico y único de esta región; además, están orientadas de sur a norte, al revés de lo habitual en cementerios musulmanes. No hay que saber demasiado para darse cuenta de que no hay nada así en otro lugar del mundo. Parecen cajitas de mimbre, tan frágiles, tan solas, y hace seis siglos que están ahí, casi sin cuidados, inmaculadas.
TUMBA INÉS DE CASTRO
ALCOBAÇA, PORTUGAL
Inés de Castro fue una reina muerta. Una reina-cadáver. En 1340, cuando aún vivía, llegó a Portugal como dama de compañía de Constanza de Castilla, recién casada con Pedro, el hijo del rey Alfonso. Inés y Pedro se enamoraron. Tuvieron hijos. Cuando Constanza murió, en 1345, él quiso casarse con su amante, pero el rey no lo permitió —cuestiones de sangre, de nobleza, de elegibilidad—. Tanto insistía Pedro que el padre tomó una medida extrema: mandó a que asesinaran a Inés delante del hijo más pequeño de ella (nieto de Alfonso). Pedro no cejó. Cuando fue rey, dos años después del crimen, dijo que se había casado en secreto con ella, la hizo sacar de la tumba y la sentó en el trono. La corte tuvo que besar su mano muerta. Parece que esta locurita de amor del rey no está documentada, que sería una leyenda, pero me gusta y la creo. ¡Pasaron tantos siglos…! A mí me suena cierta. Está admitido que Pedro encontró a los asesinos de Inés y los ejecutó arrancándoles el corazón. Me gusta mucho Pedro I, me parece muy sexy. Finalmente, ya calmado su intenso duelo, hizo enterrar a Inés en el Monasterio de Alcobaça. La tumba es fabulosa. De mármol, incluye escenas de sus vidas —se ignora quién la talló— y Pedro está a su lado para que, cuando llegue el Juicio Final, los encuentre juntos. La historia de Inés está en el Canto III de Os Lusíadas, de Camões.