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Desde mi lecho
Esa noche fui a ver una obra de teatro que parodia la militancia revolucionaria de los setenta. No me gustó el final: llega la Triple A y los matan a todos. Muy deus ex machina. Salí de casa con cierto dolor de garganta y volví con fiebre. Desde entonces estoy en cama. La cama en este momento está en el living, como el ropero y las mesas de luz, además de los habituales sofá, tele, tocadiscos. En la pieza apareció una mancha de humedad y Osvaldo decidió picar porque cree que hay un Caño Roto. Lo único que me falta es polvo. Se me ocurrió pedirle a Osvaldo que cierre todas las puertas menos la que da al patio, pero no sirve, el aire no circula, debe estar asfixiado y cagado de frío, justo él, que además de albañil y pintor de confianza es Sobreviviente. Explotadora y traidora, eso soy, pienso en los delirios de la fiebre, en el charco autocompasivo de moco.
Ayer no pude hablar. Era como hacer gárgaras de piedras. Irene se negó a seguir medicándome por teléfono y vino a verme. Me dio vergüenza, porque vive tan lejos y trabaja tanto. Me recetó antibióticos y nebulizaciones. Adiós homeopatía. Adiós salud. Sentada en la cama en mi fortaleza de muebles, miro películas por cable y me nebulizo con el aparato de Argentina, que anda mal y llora lágrimas de corticoides sobre la frazada.
Filiación paradojal
Cuando empecé a buscar compañeros de Paty y Jose, recordé una anécdota de Site. Antes, en la época en que se le había metido en la cabeza la idea de que yo no quería a Paty, me había hablado de un novio llamado Martín [Apellido], que estuvo preso, que se fue al exilio, que volvió una vez para dar una charla y se la dedicó a Patricia J* R*, la-mujer-que-más-amé-en-la- vida. Site parecía razonar que si alguien la había querido tanto, yo también la tenía que querer.
Cuando años después le dije a Site que quería encontrarlo, ella había olvidado su apellido, digamos. Obtuve solo datos dispersos, como la calle en la que vivía en los setenta o el nombre de pila de su papá. Pasaron un par de años hasta que un día, en una reunión en una prestigiosa editorial universitaria, la pista me cayó del cielo. Una editora contó sobre un libro que iban a publicar, escrito por un argentino que vivía en el exilio en París, ex preso político, filósofo, Martín [Apellido]. Apenas lo pronunció, reconocí el apellido olvidado. Me dieron el número de fax de su editor en París. Escribí: Busco a Martín [Apellido]. Soy M*, la hija de Patricia J* R*. Al día siguiente, a las 8 AM, me llamó por teléfono. Lo primero que me contó fue que tenía la foto de Paty en la billetera, que la tuvo siempre, en la cárcel y después, en el exilio, siempre, que antes de ayer la sacó y la volvió a guardar y ahora se le perdió. Veía un signo en eso. Estaba eufórico. Te voy a escribir una carta, voy a ir a Buenos Aires y nos vamos a conocer, prometió. Me pidió una foto mía. Le mandé una que me sacó Site en la playa en Rawson, sentada en una piedra, con una pollera larga hasta los tobillos y una remera gigante. Él me mandó una foto de él en blanco y negro en la que tocaba el saxo. En la carta me hablaba de su divorcio, de su perro y de sus hijos, y decía que ahora él era un poco mi mamá, porque mi mamá se había quedado en él, era parte de él, entonces él, que no había podido ser mi papá, era un poco mi mamá ahora. Yo deseaba y temía, por partes iguales, su viaje a Buenos Aires. Me volvía loca de arrobamiento guevarista el dato de que Paty había pasado por el PRT, aunque fuera fugazmente y por amor, como sugería él.
Conocí a Martín en 1998, me lo extirpé en 2008. En ese tiempo, vino una o dos veces al año a Buenos Aires. Cada vez que se iba, yo caía en cama con anginas.
De Martín y de esos años es la idea de marcar un lugar significativo en la vida de Paty. Era otra cosa que íbamos a hacer juntos y que no hicimos, como el libro sobre filiación paradojal cuyo borrador me destruyó un virus, como mi larga estadía en Francia para trabajar con él, que terminó abruptamente.
Malgré tout, lo extrañé el sábado, y desde entonces estoy enferma.
Convocatoria
El grupo de investigación *** de la Universität ***, llama a concurso para cubrir un puesto de investigación de tiempo parcial (doctorado) por un plazo de dos años. requisitos: licenciatura o maestría en filología hispánica, literatura comparada o dramaturgia, sólidos conocimientos de literatura argentina del siglo xx, buen nivel de español, conocimiento del alemán (o interés en aprenderlo), experiencia e interés en el trabajo grupal multidisciplinario; conocimientos e interés en teoría y métodos del psicoanálisis son deseables aunque no imprescindibles. El proyecto estudia las relaciones entre las narrativas fantásticas, la memoria y los efectos del terror, focalizándose en la figura de los «desaparecidos» como una representación social «incierta» que conecta el pasado traumático con el presente político.
Releo el mail, recibido a través de una lista, varias veces. Gugleo la Universität ***, gugleo a la directora del proyecto, gugleo la ciudad de *** y me encuentro ¡con un castillo! Siento en la boca ese gusto metálico que la tía Adri dice que es el miedo. Imágenes de apocalipsis conyugal desfilan por mi mente. Mi voz se eleva con dificultad desde atrás del ropero.
PRINCESA MONTONERA: Jota…
Le cuento. Puedo ver mi cara de pánico en la suya. Los dos sabemos, como cuando vimos por primera vez esta casa y supimos que era la nuestra: nos vamos a vivir a Alemania.
El grupo de investigación *** de la Universität ***, convoca a la Princesa Montonera para cubrir un puesto que ella y solo ella puede ocupar. Requisitos: licenciatura en ciencia política y oficio de dramaturga, voraz lectora adolescente de literatura argentina, castellano lengua materna, excelente nivel de esperanto humanitario y súbito interés en aprender alemán, siete años de trabajo grupal multidisciplinario bajo la férrea y maternal dirección de Tere en proyecto del temita, hago diván. El proyecto es voladísimo y por eso mismo te tienta. Y porque sabes bien, oh princesita montonera, que los fantasmas existen y son los padres.
Hoy hace diez años que encontré a Gustavo
Una vez, antes de que tuviéramos la certeza de que éramos hermanos, en la estación de San Miguel, Gustavo me protegió de la lluvia debajo de su campera.